OPINION . Abdelkamil Mohamed Mohamed
El 28 de febrero de 2020, Ceuta vivió un día que marcó un punto de inflexión. Miles de ciudadanos tomaron las calles en una de las manifestaciones más multitudinarias de la historia reciente de la ciudad, mostrando su hartazgo ante la desigualdad, el racismo y la falta de oportunidades. Desde la barriada del Príncipe hasta las puertas del Ayuntamiento, una marea humana dejó claro su rechazo al clima de odio y exclusión que se estaba instalando en la ciudad.
El detonante de aquella movilización fue el pacto de gobierno entre el Partido Popular y Vox. Esta alianza política, además de apuntalar un discurso de confrontación, trajo consigo un ataque directo y sistemático contra la comunidad musulmana. La criminalización, los discursos de odio y la instrumentalización de la diversidad cultural de Ceuta sirvieron como combustible para encender la chispa de un movimiento que, en sus inicios, encarnaba la dignidad de un pueblo harto de ser señalado y marginado.
Sin embargo, lo que comenzó como un grito ciudadano independiente, con el tiempo ha generado profundas divisiones y debates dentro de la propia sociedad ceutí. Sectores críticos denuncian que parte de los líderes de aquella Plataforma 28F han terminado integrados en el engranaje del poder local. De hecho, algunos de sus principales portavoces han acabado beneficiándose de contratos públicos y subvenciones otorgadas precisamente por la misma administración a la que en su día señalaban como cómplice de la ultraderecha. La gestión del matadero municipal, adjudicada por un periodo de cuatro años y valorada en varios millones de euros, es uno de los ejemplos más sonados. A esto se suman contratos menores, el surgimiento de asociaciones y ONG vinculadas a miembros del 28F que han accedido a financiación pública, creando una incómoda sombra de duda sobre la independencia del movimiento.
La deriva no solo ha sido económica, sino también política. En los primeros tiempos, varios de los rostros visibles de la Plataforma 28F mostraban públicamente su afinidad con el PSOE, llegando incluso a figurar en sus candidaturas electorales. Sin embargo, ese vínculo se ha ido diluyendo hasta dar paso a un sorprendente acercamiento al Gobierno de Juan Vivas y al Partido Popular. Este cambio de rumbo ha provocado duras críticas desde la izquierda ceutí, que interpreta esta mutación como una estrategia de influencia y acceso a recursos.
Este proceso de institucionalización y acercamiento al poder ha provocado un intenso debate en la calle. Para muchos ciudadanos, la Plataforma 28F utilizó el legítimo descontento popular como trampolín para posicionarse dentro de los círculos de influencia política y económica de la ciudad. En una plaza como Ceuta, donde la gestión de recursos públicos históricamente ha estado envuelta en polémicas de clientelismo, este tipo de movimientos refuerzan la percepción de que todo pasa, tarde o temprano, por caja.
A pesar de esta controversia, es innegable que el 28F dejó un poso en la conciencia colectiva de Ceuta. De aquella protesta histórica surgieron iniciativas como Todos por una Sanidad Digna, Ceuta con Palestina, la Plataforma Frontera o la Plataforma por el Eid Al Adha, que han seguido canalizando demandas sociales y vecinales. Sin embargo, la sombra de la duda sobre las motivaciones de algunos de sus promotores planea sobre un movimiento que nació desde la calle y que, para muchos, acabó atrapado en los despachos. Pero es justo también recordar que no todos tomaron ese camino. Algunos de los promotores originales del 28F siguen hoy en día al pie del cañón, manteniendo la esencia de aquel grito inicial y luchando desde la independencia por una Ceuta más justa, sin venderse al poder ni dejarse domesticar por el sistema.
Lo que es innegable es que el malestar que sacó a la gente a la calle el 28 de febrero de 2020 sigue vigente. La desigualdad no ha desaparecido, las oportunidades siguen siendo escasas y la convivencia continúa amenazada por quienes prefieren una Ceuta dividida y enfrentada. La historia nos ha enseñado que solo el pueblo organizado puede romper esas dinámicas, pero también nos ha dejado claro que cualquier lucha pierde su esencia cuando se convierte en herramienta de poder. El futuro de la movilización social en Ceuta no está en las instituciones ni en las subvenciones, sino en la conciencia crítica de quienes creen que esta ciudad merece un presente y un futuro dignos. Y cuando la voz de la calle vuelva a ser necesaria, Ceuta volverá a salir. Porque la lucha, pese a todo, sigue.
