El Kremlin busca avanzar en el frente oriental aprovechando la presión de EEUU para acelerar sanciones contra Rusia
Las columnas de humo negro se alzan en el horizonte de Pokrovsk, escenario de una de las batallas más duras en la guerra que ya cumple más de tres años y medio. La artillería resuena con fuerza y los blindados, muchos con más de medio siglo de historia, se ocultan entre la vegetación ucraniana mientras los dos ejércitos, exhaustos y desgastados, se preparan para una nueva fase del conflicto.
Vladimir Putin ha lanzado su ofensiva de verano con la intención de conquistar el máximo territorio posible en un plazo de 50 días. Este ultimátum fue impuesto durante una conversación con el expresidente estadounidense Donald Trump, quien amenaza con imponer sanciones más duras a Rusia si no se detiene la guerra. Sin embargo, analistas militares señalan que el autócrata ruso no negociará la paz sin obtener ganancias territoriales.
En el frente, la joven tanquista ucraniana Margaryta, de 19 años, representa la determinación de Kiev para resistir. A pesar del miedo a los drones rusos, ella y sus compañeros aseguran que Ucrania no se rendirá. Sin embargo, los avances en ciudades clave como Pokrovsk y Konstantinivka son mínimos y están manchados de enormes bajas, con ciudades reducidas a ruinas humeantes.
El agotamiento es palpable en ambos bandos. Mientras Ucrania recurre a tácticas de guerrilla con drones y recibe refuerzos extranjeros, Rusia mantiene su esfuerzo mediante la convocatoria mensual de miles de voluntarios, aunque el número de bajas supera ampliamente al de reclutas, impidiendo el crecimiento de su ejército.
La prolongación del conflicto parece inevitable. Los expertos advierten que, aunque la ofensiva rusa busca una victoria decisiva, el coste humano y material sigue siendo insoportable para ambos países, y solo la llegada de nuevo armamento podría cambiar el equilibrio en los próximos meses.
