Si hay algo que los padres de mi generación podemos considerar casi exclusivo, es la relación de los niños con las nuevas tecnologías, principalmente móviles, tablets y consolas. He escuchado a muchos abuelos declarar abiertamente, sentados a una mesa, en la que su nieto no levanta la cabeza de la tablet ni para comer y que, por supuesto, no emite ningún sonido si no es dirigido a la pantalla, “este niño se nos ha quedado idiota de tanta maquinita…” y, en muchos casos, muy desencaminados no van.
Ante todo, la tecnología no es mala ni negativa, pero como todo en esta vida, hay que utilizarla en su justa medida y de manera responsable. Tras examinar la evidencia científica disponible sobre la exposición de los niños a las pantallas, las sociedades científicas recomiendan evitar totalmente la exposición a todos los niños menores de dos años y limitarla a dos horas diarias a partir de esta edad.
Puede parecer exagerada la prohibición absoluta en menores de dos años pero si lo pensamos con calma, el cerebro de los bebés se desarrolla muy rápido y necesitan para el aprendizaje interaccionar con el mundo que les rodea y establecer vínculos afectivos con sus padres y cuidadores, que van a ser los que a través de sus emociones le van a descubrir el mundo. En una pantalla, por muy educativa que sea la aplicación y por mucha música que tenga, el bebé jamás va a descubrir estímulos reales ni mucho menos emociones. De hecho, se ha demostrado un menor desarrollo cognitivo y del lenguaje en bebés expuestos a pantallas, e incluso se ha demostrado que el simple hecho de tener la televisión puesta, aunque sea de fondo mientras el bebé juega, afecta de manera importante al desarrollo del lenguaje, en cuanto a retraso y alteraciones y a la atención del niño, ya que no sólo no se centra en el juego por mirar la tele sino que también los padres, se dirigen menos a sus hijos, haciendo que el lenguaje que les transmiten sea peor no sólo en cantidad sino también en calidad. Por ejemplo, el estímulo que supone para un bebé un cuento narrado por sus padres en su regazo, mientras manosea el libro, y escucha las distintas modulaciones de su voz, no existe con el mismo cuento visto y oído en una tablet, que no transmite ni emociones ni mucho menos realidad.
La visión a partir de los dos años de programas o aplicaciones educativas adecuados a la edad puede incluso tener cierto efecto beneficioso en cuanto al aprendizaje, pero no superior al que se puede experimentar mediante otros materiales educativos o la experimentación directa con el entorno. Es muy importante para los niños emplear su tiempo en juegos al aire libre, que le ayuden a desarrollar su imaginación e interactuar socialmente, lectura, aficiones, deportes… y no disminuirlo o suprimirlo por una pantalla.
El exceso de exposición a pantallas se asocia con personalidades más tímidas, solitarias y depresivas, problemas de déficit de atención, dificultad de aprendizaje, sobrepeso y obesidad, alteraciones del sueño, adicción y desensibilización a la violencia real por exposición a violencia simulada.
Además de la exposición infantil a pantallas, es negativa la exposición de los padres en su presencia porque los niños conocen el mundo a través de nosotros y si estamos todo el tiempo pendientes de la pantalla, aparte del mal ejemplo que les estamos dando, reducimos también la cantidad y calidad de interacción con ellos, que como ya hemos visto, es fundamental para su aprendizaje.
Desde el punto de vista de padres, las pantallas les desconectan, hacen que no existan, que ni se les escuche, y es muy muy cómodo, incluso relajante, pero también tiene unas consecuencias, que siempre debemos tener presentes porque a la larga son muy perjudiciales para el niño. Debemos reflexionar y asumir que cuando a nuestros hijos los conectamos a una pantalla es para no tener que ocuparnos ni entretenerlos nosotros, a veces si estamos muy saturados, para que ni tan siquiera nos miren ni nos hablen, y que en esos momentos, en realidad, estamos eligiendo no actuar como padres.