No sólo me veo todas las películas, para terminar, criticando su mala calidad, en la mayoría de los casos. Pocos días después, las vuelvo a ver. Soy reprendido y alegó en mi defensa legítima, que no recordaba ciertos pasajes.
Es la ventaja de ser encantador de gaviotas, y, además, poderse recetar.
En lugar de haber estudiado para periodista crítico, tendría que haberlo hecho para informador de botafumeiros.
Paco, agradecido con sus gaviotas, para no ser menos, me da su reconocimiento, por avisar de las malas intenciones que se gastan algunos pájaros.
Se ha medicado con un tratamiento a base de pastillas de paciencia, y me recomienda unos ricos churros calentitos en el puerto, para que se me pase la mala uva.
Soy un incomprendido. Ni Paco, que me conoce desde que tenía 3 años, en clase de los agustinos, me quiere medicar a fondo.
A fondo y en el fondo. Somos jubilados, pero él todavía cree en los milagros.
Es más, se ha ido a la playa, justo la que está detrás de la aduana española de la frontera, para convencer a las gaviotas que decidieron no volar más, y asentarse en dicha zona, del peligro que se avecina.
Paco nunca logró averiguar la razón por la cual ese grupo de gaviotas, cambiando sus costumbres, decidió Ceuta como destino de no más vuelos.
Es un misterio. Además, que no dicen ni pío, o como se pronuncien, que yo no soy el experto, y bastante tengo ya con la cabeza llena de pájaros, como para cavilar con sentido común.
Se me ocurre. Alquileres razonables, trabajos, seguridad ciudadana, oportunidad de encontrar oportunidades varias, acceso a viviendas.
Sigue siendo un verdadero misterio. Por esas cosas, no se habrán quedado en la ciudad, además, en los límites, a escasos metros, de la tierra de nadie.
Va pasando una base de extracción de petróleo, por el mar. Petróleo, tampoco.
¿Entonces?
En la posada preguntaré. Sede (¿seguirá en su sitio o la habrán cambiado?) ideal para encontrar respuestas. Iré con gorriones. O con canarios. Tengo para elegir, toda una tabla de pajaritos de todos los colores, como los peces.
Los cuervos me pueden sacar los ojos. No me fío mucho. También, me puedo acompañar de un tiburón domesticado, para la ocasión.
En la cala de Calamocarro, había una solución más práctica que un desarrollo sostenible: arruinar.
Destrozado el legado familiar de un trabajador honrado. Con la práctica totalidad de sus beneficios obtenidos en Ceuta, invertidos en la ciudad.
De haber sido de los que yo me sé, ese grupo de intocables de Ceuta, no hubiera habido huevos de avestruz.
Y Paco, el bueno de Paco, que no está por la labor de consolarme con algo más que con sus cuitas o motivaciones, por las que las gaviotas del Tarajal, decidieron escoger esa playa para vivir eternamente, si es que las dejan tranquilas.
Los amigos, los enemigos, con sus serios problemas.