Todo pasa, nada permanece.
Esta verdad es algo que los seres humanos vamos descubriendo a lo largo de nuestras vidas de muchas y dolorosas maneras. Los padres vemos cómo nuestros hijos crecen y añoramos los días en los que éramos su único mundo y los hijos ven cómo los padres se van marchando. Es raro encontrar a alguien que no haya sufrido esta revelación vital, sobre todo en esta época de enfermedades y pérdidas de personas que de alguna manera esperábamos tener siempre con nosotros.
Con los lugares también sucede lo mismo. La ciudad que conocimos se convierte en un recuerdo, en una simple imagen en nuestras cabezas, la mayoría de las veces idealizada por la bondad de la memoria. Sin embargo la memoria no sabe ni le interesa la verdad, la de que los lugares tampoco permanecen.
No es la primera vez que hablo de Ceuta, desde la nostalgia, desde la crítica, desde la desesperación e incluso también desde la ilusión de lo que estoy convencido que podría haber sido, de lo que podría ser. Hoy todo eso también empieza a desvanecerse para mí, y quiero compartirlo por última vez a modo de despedida, aunque les pido disculpas de antemano por su extensión.
Verán, la gente que se marcha de Ceuta a estudiar rara vez vuelve, a no ser que sea como funcionario. Es algo que todos saben y que yo sabía cuando regresé hace más de veinte años a intentar trabajar en el sector privado con muchas esperanzas de ver crecer mi ciudad y de poder contribuir a mejorarla, a desarrollarla. No soy el único, conozco a un puñado de personas que han hecho lo mismo, sin la red de seguridad del sector público, las hay. Pero no es lo habitual.
He de decir que en todo este tiempo he asistido a una transformación brutal en todos los sentidos. Esta Ceuta de hoy tiene muy poco que ver con la Ceuta de hace más cuarenta años en la que me crié y que me sirvió de inspiración, que me mostró a personas que sabían buscarse la vida de verdad, creando negocio, buscando oportunidades, aprovechando las debilidades de esta tierra para convertirlas en fortalezas y hacerla crecer. Esto, aunque algunos no se lo crean, sucedió hace unas cuantas décadas aquí, en Ceuta.
Pero todo cambió. El detonante del estancamiento de esta ciudad no fue el constante problema de la amenaza de Marruecos, ni la extrapeninsularidad, ni las típicas excusas de mal perdedor que se suelen poner. Ceuta durante el siglo XX prácticamente quintuplicó su población hasta llegar a los niveles actuales con esas mismas características y carencias. Su puerto era fuente de riqueza y empleo. El comercio era fuente de riqueza y empleo. Las importaciones eran fuente de riqueza y empleo. Incluso la llegada de viajeros de la península (gran parte de ellos gracias a la actividad militar) y de Marruecos eran fuente de riqueza y empleo, y eso sin haber empezado siquiera a vislumbrar el potencial que siempre hemos tenido de turismo, patrimonial y de logística marítima por nuestra ubicación geográfica. No, el detonante fue que se nos acabaron las ganas de luchar y de esforzarnos, la necesidad de sobrevivir y evolucionar. Y esas ganas se nos acabaron en el mismo instante en que empezaron a darnos dinero gratis y nos convirtieron en una ciudad subvencionada.
Hace unos meses leí un artículo del señor Lupiáñez sobre los males que asolan a esta ciudad, y reproduzco unas palabras suyas que comparto en su totalidad:
“Sé lo que me van a decir, que si no fuera por ese dinero público esta ciudad estaría muerta. Pero no es así. Hay una serie de servicios básicos que son responsabilidad del Estado y que deben ser cubiertos, eso es una evidencia. Hay una necesidad educativa, una sanidad que hay que cubrir, una seguridad, una frontera, una hacienda estatal, unos puestos estructurales imprescindibles que deben ser y son adecuadamente cubiertos. Pero hasta ahí.
Existe un dicho universal, un hecho incuestionable que es cierto en cualquier lugar del mundo y que es el verdadero motor que nos hace evolucionar, que nos hace mejorar, progresar, que es que la necesidad agudiza el ingenio. El problema empieza cuando un ayuntamiento dispone de unos fondos aparentemente inagotables fruto de unas transferencias pactadas que no responden a actividad económica alguna que generen ingresos impositivos. En ese momento en que una ciudad recibe unos fondos que no merece, justo en ese instante se acaba la necesidad, se acaba el esfuerzo, se acaba el ingenio para sobrevivir.
Aquí hace ya muchísimos años que no es necesario sobrevivir, simplemente poner la mano para cobrar.”
La Ceuta de hoy es, como ya he dicho en muchas ocasiones, la ciudad de los funcionarios. Eso implica que no existe ningún aliciente desde el punto de vista del gobierno, absolutamente ninguno, para adaptar los presupuestos de la ciudad a un despegue empresarial y económico. ¿Para qué, si eso no nos da de comer?
Esta afirmación que acabo de hacer no es una afirmación gratuita. Les podría poner infinidad de ejemplos. Fíjense en lo que ocurre con el PGOU, por citar el más sangrante. Más de diez años de paripé intentando tramitarlo y aprobarlo. Pero sigue ahí, entre promesas, entre informes y más informes que se prometen, que se piden, que se exigen, que se demoran, que se pasan de tejado en tejado,… ¡más de diez años! Deben saber que existen lugares de España donde han aprobado un PGOU en unos meses. Sí, con la emisión de los informes preceptivos previos. ¿Dónde está el problema? El problema está en que aquí a nadie le importa aprobarlo, más que a los cuatro o cinco empresarios que intentan sobrevivir y cuya actividad se adapta a otro tipo de obras que realmente no aportan gran cosa a los ingresos de la ciudad. Y ahí sigue. En cualquier otro lugar de España esto habría sido un verdadero escándalo de dimensiones sociales, políticas y económicas y no se habría permitido. Aquí, en Ceuta, no pasa nada. Esperando estamos, pero eso sí, cada 6 meses nos hacen una nueva promesa de “pronto esperamos aprobarlo, la culpa es de fulanito que aún no nos ha dado tal o cual informe, y nosotros tampoco hacemos nada para agilizarlo”. Se ignoran los plazos y efectos más elementales de la Ley de Procedimiento Administrativo, nadie presenta alegaciones, ni recursos y nadie pide responsabilidades, ¿para qué? Y todos se fuman un puro, oigan.
Les pondré otro ejemplo: los magníficos planes estratégicos y económicos consensuados con agentes sociales y económicos y blablabla. ¿Sirven de algo? No. ¿Se van a aplicar? No. ¿Van a servir? No. ¿Por qué? Pues porque a nadie les interesa. El dinero público sigue llegando con o sin esos planes. Son lavados de cara, brindis al sol por los que no tienen intención de esforzarse. Se dice alegremente que hay un par de empresas de juego online que va a establecerse, que están trabajando para que la digitalización llegue al mundo empresarial y expediente cumplido. Ya pueden pasar por caja los responsables públicos de turno a cobrar a final de mes las indecentes cantidades estipuladas. ¿No es alentador?
En esta ciudad, lo que de verdad importa y por lo que de verdad se lucha, sin contemplaciones, es en defender las transferencias, las subvenciones, los planes de empleo y el dinero de Europa. Ahí sí se parten la cara si es necesario, porque los sueldos de esta ciudad dependen de ello. Tanto es así, que seguramente están escuchando en estos días el clamor de La Línea de la Concepción por convertirse en una ciudad autónoma como Ceuta. ¿Al alguien le sorprende? Es una ciudad con un paro galopante, sin desarrollo económico al margen de Gibraltar, y que además no es tonta ni ciega, que ha visto el chollo que tiene Ceuta desde hace décadas, que vive del cuento del sector público. ¿Quién no querría algo así? ¿Dónde hay que firmar?
Es cierto que mucha gente me ha preguntado por qué no me he hecho funcionario aquí, en la ciudad de los funcionarios. Siempre les respondo lo mismo, que no todo el mundo puede ser funcionario, no sólo porque no sea sostenible, sino porque el sector privado también tiene que funcionar. He tenido la inocencia de pensar, tal vez por el ejemplo familiar y de muchos amigos, autónomos y empresarios, auténticos valientes que intentan sobrevivir con lo poco que pueden en esta Ciudad, que Ceuta podría ser algo más de lo que es, que se podría desarrollar una actividad para poder crecer de verdad. Ha sido un espejismo y no me avergüenza reconocer hoy que esa forma de pensar me ha hecho perder la apuesta que hice en su día por mi ciudad.
Ceuta va a seguir siendo la tierra donde nací, donde nacieron mis padres y donde han nacido mis hijos. Y aunque me vea obligado a buscar mi futuro lejos, sigo pensando que no todo está perdido para Ceuta. Esta ciudad necesita a gente comprometida, que sepa lo que es esforzarse por crear actividad económica, que no esté acomodada en una poltrona, que sepa lo que es la necesidad de buscarse la vida para avanzar. Espero, de corazón, que algún día la gente de esta ciudad despierte y sea capaz de dar un puñetazo sobre la mesa para ser algo más que un puñado de promesas incumplidas de cara a la galería y de políticos pedigüeños mendigando a las puertas del Estado para mantener un opulento nivel de vida.