Ceuta 17 de mayo de 2025. La aduana comercial, anunciada con entusiasmo desbordante por la Delegación del Gobierno en Ceuta, ha terminado por convertirse en un espejismo más que en una herramienta real para dinamizar la economía local. A pesar de su operatividad desde hace unos meses, los resultados siguen sin justificar la euforia inicial de Cristina Pérez, delegada del Gobierno, quien presentó su apertura como el inicio de una nueva etapa comercial para la ciudad.
Hoy, la cruda realidad es que el único sector que ha encontrado cierto alivio es el de los áridos, con camiones de arena cruzando la frontera. Una excepción que confirma el fracaso del conjunto. Donde se anunciaba una entrada fluida de pescado fresco procedente de Marruecos, hay un vacío inquietante: no llega, no resulta rentable, ni siquiera viable.
Las exportaciones tampoco despegan. El empresariado local, muchas veces injustamente señalado como culpable, no ve margen ni interés en los intercambios permitidos. Si ni vender ni comprar resulta atractivo, el problema es estructural y la responsabilidad política ineludible.
Pero la celebración no fue exclusiva de la Delegación del Gobierno. El Ejecutivo de Juan Vivas, en una muestra de optimismo forzado o cálculo político, también se felicitó públicamente por la apertura de esta aduana comercial. Incluso llegó a desautorizar —de forma más o menos velada— al vicesecretario económico nacional del Partido Popular, Juan Bravo, quien meses atrás había advertido con claridad sobre el previsible fracaso de esta iniciativa si no se acompañaba de medidas serias, coordinación bilateral y una estrategia realista. Hoy, el tiempo le ha dado la razón.
La gestión de esta aduana ha sido más una operación de propaganda que un verdadero avance económico. La puesta en marcha se ha vendido como un logro histórico, pero sin resultados tangibles, sin fluidez real, sin impacto en la economía local.
Las normas son rígidas, las trabas múltiples y la falta de incentivos evidente. Lo que debía ser una oportunidad para abrir Ceuta al mercado marroquí se está convirtiendo en un laberinto de obstáculos que disuaden más que atraen.
Cristina Pérez hablaba de relaciones “fluidas” con Marruecos, pero en la práctica esa fluidez es interesadamente selectiva. Si existe, no se nota. La frontera, lejos de abrirse, sigue funcionando como un muro. Un muro burocrático, comercial y político.

Ceuta no puede permitirse una clase política que se conforme con el titular mientras los empresarios siguen esperando resultados. La aduana fue un paso necesario, sí, pero hoy es evidente que fue mal planificado, peor gestionado y sobrevalorado desde el principio. La ciudad necesita hechos, no discursos. Y una Delegación del Gobierno —y un Gobierno local— que estén a la altura del momento.