La filial de Al Qaeda intensifica su ofensiva en Somalia y amenaza con retomar la capital, en medio del colapso estatal y el abandono internacional.
En Somalia, hay indicadores que hablan más alto que los informes oficiales. Uno de ellos, sorprendentemente eficaz, es el precio de los hoteles. Cuando el coste de una habitación se dispara, especialmente en los pocos alojamientos que aceptan extranjeros, la seguridad está en caída libre. Y hoy, en Mogadiscio, ese precio ha pasado de 35 a 150 dólares por noche. El aumento marca un punto de inflexión: el retorno del terror al corazón del país.
Quince años después de ser expulsado de la capital, el grupo yihadista Al Shabab, afiliado a Al Qaeda, ha retomado una campaña militar agresiva que lo coloca de nuevo a las puertas de Mogadiscio. Desde su expulsión en 2010, la milicia había mantenido presencia en regiones periféricas, pero ahora sus combatientes, entrenados, armados y numerosos, rodean la ciudad.
Desde febrero de este año, los avances de Al Shabab han sido especialmente alarmantes. Han recuperado territorios estratégicos en las regiones de Shabelle Medio, Shabelle Bajo y Hiran. Su capacidad para reclutar jóvenes, establecer bases y entrenar milicianos se ha potenciado gracias a la debilidad del Estado y a la pérdida del respaldo internacional.
La situación recuerda dolorosamente a lo ocurrido en Afganistán en 2021: un estado débil, abandonado por sus aliados, frente a un grupo insurgente organizado y con apoyo de parte de la población. El gobierno de transición somalí, aislado en la fortificada Villa Somalia, ha fracasado en su promesa de mejorar la vida de los ciudadanos. Mientras tanto, Al Shabab ha sabido explotar las frustraciones locales, ganándose a líderes comunitarios y ancianos de clanes claves.
El episodio más grave ocurrió en agosto de 2023, cuando Al Shabab tomó tres bases militares en Oswein, matando a casi 180 soldados y abriendo así un corredor hacia Mogadiscio. Desde entonces, la moral del ejército nacional se ha desplomado. Infiltraciones, corrupción y falta de recursos han dejado a las fuerzas somalíes en una situación crítica. Incluso se plantea, entre algunos sectores, la polémica posibilidad de integrar a Al Shabab como fuerza política para evitar un colapso total.
Ashley Jackson, analista en War on the Rocks, sentencia: «No existe una vía militar que permita al gobierno somalí derrotar a Al Shabab en las condiciones actuales». Los recortes de ayuda estadounidense durante la administración Trump y el progresivo desgaste de la misión de la Unión Africana han debilitado al país justo cuando más lo necesita.
Paradójicamente, Mogadiscio había empezado a experimentar una recuperación. La inversión extranjera, especialmente de Turquía y China, impulsó la apertura de restaurantes, hoteles y servicios públicos. Pero esa frágil prosperidad está en peligro. El avance de Al Shabab amenaza con devolver la ciudad a la ruina y al hambre, en un país donde la seguridad alimentaria pende de un hilo.
La historia se repite en Somalia: cuando hay una ventana de esperanza, la violencia encuentra el modo de cerrarla. Y hoy, esa ventana se está cerrando a toda velocidad.
