La autora ha dedicado más de dos años a la investigación de estos atentados, realizando más de 100 entrevistas, además de tener acceso al sumario de más de 30.000 páginas
La reportera Anna Teixidor ha dedicado dos años y medio a investigar los atentados terroristas de la Rambla de Barcelona y Cambrils que se perpetraron el 17 de agosto de 2017, los más graves de la última década en España. Ha realizado más de 100 entrevistas y ha tenido acceso al sumario de más de 30.000 páginas. Fruto de esta investigación, su obra ‘Los silencios del 17-A’ recoge una amplia información sobre estos hechos y también dedica varios párrafos a Ceuta. Son los siguientes:
Compartiendo celda con el interno número 124 (p. 74-77)
A las siete y cuarto de la tarde del primero de enero de 2010, Abdelbaki se encuentra en un vehículo a su nombre en el recinto portuario de Ceuta, decidido a embarcarse en el transbordador que lo tiene que llevar a Algeciras. En el momento de pasar el control de preembarque de vehículos, un perro de la policía olfatea alguna sustancia sospechosa en su interior. Lleva escondidos 121.106 gramos de hachís, que en el mercado pueden tener un valor de más de 176.000 euros. La primera reacción de Abdelbaki es negar cualquier relación con ese arsenal de droga. De poco le sirve, puesto que ingresa el 3 de enero de 2010 en el Centro Penitenciario de Ceuta.
En este momento, es difícil precisar si ha sufrido un proceso de radicalización continuado en el tiempo. Es un individuo que en Vilanova ya ansiaba ejercer una cierta influencia en terceros, acostumbrado a ser independiente, a entrar y salir libremente del país, a moverse en los márgenes de la ilegalidad, a veces con trabajos dudosamente respetables. En el relato de los grandes nombres de Al Qaeda y Estado Islámico, la historia de aquellos que se afilian tras un pasado delincuencial, o que han sufrido en prisión un proceso de radicalización, se repite una y otra vez de manera reiterada. También en la mayoría de los que atentan en Europa enarbolando la bandera de una de las organizaciones yihadistas. Hasta este momento, Es-Satty ha esquivado la cárcel.
La de Ceuta es una cárcel masificada. Una circunstancia que favorece su traslado el 9 de febrero como interno preventivo a Castellón I, una zona relativamente cercana al Garraf, donde ha vivido los diez años anteriores. Solo vuelve a la ciudad autónoma durante los días del juicio, entre el 14 de diciembre de 2011 y el 5 de enero de 2012.
Desde que ingresa en prisión, Abdelbaki está obsesionado con el relato que explica ante el juez. En la primera declaración ante la policía, niega que esa droga fuera suya, sin aportar dato, prueba o nombre que lo exculpe. Su versión cambia en los meses siguientes, cuando se siente engañado y defraudado porque los miembros de la organización para la que supuestamente trabaja se desentienden de él, sin proporcionarle un abogado privado o una cierta remuneración por los servicios prestados.
En el Estrecho de Gibraltar es habitual que organizaciones criminales contraten los servicios de individuos que acepten hacer de «mulas«, una forma coloquial para referirse a personas que cruzan la frontera camuflando droga. En ocasiones, dichas «mulas» ni siquiera son conscientes de la cantidad de sustancias estupefacientes que están introduciendo ilegalmente en el país y tampoco de las penas a las que se pueden enfrentar si acaban detenidos.
El cúmulo de circunstancias –sentirse engañado y abandonado a su suerte– parece que le hace cambiar de argumentación ante el juez. «El hombre se siente defraudado», dice uno de los abogados que sigue la vista, y se muestra contradictorio ante las acusaciones.
Es-Satty asegura que tres hermanos marroquíes establecidos en Cambrils lo introducen en una furgoneta en junio de 2009, lo apalean mientras otro le apunta con una pistola y lo abandonan en una granja. Acto seguido, le queman su furgoneta y está en coma durante cuatro días ingresado en el hospital. De hecho, desde la cárcel escribe varias cartas dirigidas a instituciones (Fiscalía General del Estado, Defensor del Pueblo y Jefe del Estado) para denunciar que una banda relacionada con el hachís le ha engañado y está injustamente acusado.
Ante estas acusaciones, el juez señala otro día de juicio y se cita a declarar a los hermanos, a quienes se les asigna un abogado de oficio. Los tres hermanos llegan, procedentes de Tarragona, con una actitud tranquila y dicen que no conocen a Abdelbaki Es-Sat- ty y que nunca antes lo habían visto.
¿Estos hermanos son una pieza más en la organización criminal que hay detrás del tráfico ilegal de sustancias estupefacientes en la frontera? Es-Satty no aporta ninguna prueba ni argumentación lo suficientemente sólida como para iniciar una investigación. «Se trataba de la palabra de un acusado contra otras personas que negaban conocerlo y que ni siquiera estaban en el escenario de los hechos», dice uno de los abogados alegando que es una causa perdida.
El juez detecta notables contradicciones entre las versiones de Es-Satty, que este último atribuye a errores de traducción, aunque estas explicaciones no convencen al magistrado. La sentencia le condena a cuatro años y un mes de prisión. En caso de impago de la multa impuesta, que asciende a 176.087’83 euros, deberá pasar noventa días más internado.
¿Es en algún momento de estos días que pasa entre rejas –al alimentar el sentimiento de victimización, al pensar cómo mostrar su inocencia y evitar una expulsión forzosa a Marruecos– cuando se cataliza su proceso de radicalización? O, de hecho, ¿se está gestando desde que conoce al suicida Belgacem Bellil casi diez años antes? ¿El hombre de treinta y ocho años, que se ha dejado llevar por el mundo oscuro de la delincuencia y ha desatendido a la familia, quiere redimirse de sus pecados?
La prisión puede dar el tiempo necesario para encontrar nuevos significados a las crisis personales. Algunos académicos hablan de la «narración de la redención», en la que los internos experimentan una «apertura cognitiva», un evento impactante o una crisis personal que los impulsa a valorar de nuevo su vida. El interno se puede dar cuenta de la necesidad de romper con su pasado criminal y compensar sus pecados justificando sus actos a través de la religión y de su participación en el yihadismo.
La autora es experta en integrismo islámico
Anna Teixidor nació en Figueres (Gerona) en 1978, es doctora en Comunicación Social y licenciada en Periodismo y Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra. Trabaja como periodista de los Servicios Informativos de TV3 y ejerce también como profesora del Máster en Prevención de la Radicalización en la Universidad de Barcelona. Empezó a investigar el integrismo islámico en 2014 a raíz de la movilización de musulmanes residentes en España para enrolarse en el Estado Islámico. Desde entonces ha sido coautora de varios reportajes para el programa 30 Minuts, de TV3, y del libro ‘En nombre de Alá’, en el que conversa con yihadistas españoles y con sus familias. Tras los atentados de Barcelona y Cambrils de 2017, ha centrado su trabajo en investigar en profundidad estos sucesos.
Cuando dice que el interno se puede dar cuenta de la necesidad de romper con su pasado criminal y compensar sus pecados justificando sus actos a través de la religión y de su participación en el yihadismo, que quiere decir, porque todos sabemos lo que es el yijadismo.
la rama más violenta y radicale dentro del islam político o islamismo, estando caracterizadas por la frecuente y brutal utilización del terrorismo, en nombre de una pretendida yihad, matar al infiel.