Este momento que vivimos, ha obligado a refrescar antiguos conceptos que aparentemente no eran de uso habitual (cuarentena, aislamiento, cribaje,…) y a desempolvar el ejercicio de las actividades de salud pública ante la opinión pública (como si se hubieran dejado de hacer, cosa incierta) y ante las autoridades que en muchos casos no se podían creer lo que se les venía encima. Para los que llevamos toda nuestra vida trabajando en esto, ninguna sorpresa.
Es también un momento excepcional para cambiar muchas cosas que se han ido torciendo en el Sistema Nacional de Salud y que nos afectan a todos. Cuando las reglas del juego cambian, los jugadores que no son capaces de adaptarse al cambio, pierden la partida. Cuando cambia un paradigma cambian los supuestos básicos sobre los que se sustentan conocimientos científicos universalmente aceptados. Ergo… han de cambiar las estructuras, la organización, las instituciones. Un insigne médico, Sydenham revolucionó la medicina con la descripción del concepto de síndrome. Pasteur y Koch cambiaron las miasmas por gérmenes. A nadie debería escapársele hoy que hay que reconducir la perspectiva de la asistencia sanitaria hacia la salud pública. Si el paciente está fidelizado por un camino recibámoslo en ese punto de destino pero dándole las necesidades que sabemos que con evidencia curan, mejoran su salud o previenen sus enfermedades.
Estas estructuras de salud pública, oxidadas en gran parte o reducidas a su mínima expresión por el aplastante avance de la medicina curativa occidental, ha llevado a que no se actuara con toda la agilidad requerida ante una emergencia como esta. Los rigurosos controles de compras muy burocratizados, y hasta la imposibilidad de acudir a los proveedores adecuados porque las normas de control, impuestas principalmente para evitar la corrupción de unos pocos que han empañado el ejercicio de las funciones públicas en España, la han lastrado. Dificultando conseguir equipos de protección, reactivos, y un largo etcétera. Que se han ido solventando en Ceuta con un extraordinario esfuerzo. En algunas cuestiones se ha acertado, como la asistencia por medios telemáticos, acudiendo a esa consulta telefónica que muchos desde el desarrollo de la atención primaria a finales del siglo XX defendimos.
Hemos conseguido desde el Instituto Nacional de Gestión Sanitaria en Ceuta la contención de los pacientes que no precisaban ingreso hacerlo de forma muy precoz, y evitar así la transmisión del virus. Pero algo está fallando en la reapertura de las actividades sociales y económicas. Y el diagnóstico lo hicimos y propusimos sus soluciones hace más de una década, con infructuoso resultado. Desde que se desarrollaran estructuras públicas de atención sociosanitaria, otra asignatura por empezar, hasta una organización robusta para respuesta a enfermedades emergentes y epidemias. Y una vez más la rigidez burocrática nos ha pillado mirando hacia el tendido.
Reforzar la salud pública anteponiendo los criterios de protección de la salud y la integridad física de los ciudadanos a otras cuestiones (mandato a fin de cuentas constitucional de los artículos 15 y 43). Es difícil por no decir imposible de solucionar, si la salud pública está transferida a la ciudad, prácticamente con recursos de tipo administrativo, y muy pocos recursos técnicos. El laboratorio de salud pública ahora a toda máquina 24 horas al día ha tenido que ponerlo quien no tiene esa competencia que es el INGESA. La consejería no dispone de dichos servicios y tampoco en este periodo de pandemia ha planificado la instalación de dichas actividades. Y es solo un ejemplo, porque tampoco ha dispuesto de un refuerzo masivo de las actividades de vigilancia epidemiológica, en la que se han dejado la piel su responsable y profesionales adscritos que se pueden contar con los dedos de una mano.
Pero esto viene de antiguo. La competencia de salud pública fue transferida en virtud del artículo 148 de la Constitución Española a la ciudad de Ceuta, también a Melilla. En ese tiempo (más de 30 años) ningún gobierno de la ciudad ha sido capaz (y ahora parece que menos aún) de hacer un decreto para desarrollarla. El INGESA sigue administrando las vacunas infantiles que adquiere la ciudad, en la Atención Primaria (como debe ser por otra parte) y ahora debe seguir cubriendo el INGESA todas esas carencias que un muy exiguo desarrollo de la salud pública en Ceuta (tampoco puedo negar que en algún otro sitio también se olvidaron …) hace que el proveedor de asistencia sanitaria asuma de facto las competencias de la consejería de sanidad.
¿Quién está haciendo la Encuesta de seroprevalencia nacional? ¿Quién ha montado una nueva estructura adscrita al servicio de medicina preventiva y de salud pública de INGESA? ¿Quién hace las tomas de muestras para PCR a nivel domiciliario cada día? ¿Quién está haciendo día a día las analíticas como laboratorio de salud pública a los sufridos ceutíes que han de tener aislamiento y cuarentenas?, sino el laboratorio clínico del Hospital Universitario, en un heroico sacrificio de sus profesionales del laboratorio de microbiología. Actividades que incluso sufren de la obstaculización premeditada de quienes no quieren o no les gusta que las cosas funcionen bien cuando no son ellos quienes las hacen. Craso error porque no solo se está haciendo bien desde el INGESA sino que el trabajo de la atención primaria y las urgencias ha sido modélico en este periodo. Y a un enorme coste que está financiando las actividades de salud pública, no incluidas de forma rutinaria en el presupuesto de INGESA.
Hora es de quién tiene que poner los cuartos lo haga y asuma sus obligaciones, o alguien le tendrá que poner las peras a cuarto, ya que esta epidemia puede ser solo la primera y pueden venir otras después. A fin de cuentas tenemos una más grave y que hasta puede matar más y es el de la ignorancia de los que no cumplen las normas que protegen nuestra salud, y la de la hipocresía de los que se adornan con plumas ajenas pensando que echándose flores se le gana a una epidemia. Las soluciones no pasan por esos derroteros, pasan por devolver la salud pública a su justo dueño que es el Estado, pasa por tener un calendario vacunal verdaderamente único y no 19. Pasa por entender que cuando hay amenazas globales las soluciones no pueden ser locales. Se recordaba en estos días de un afamado texto de Hanna Arent una pregunta al aire ¿Cómo pudieron invertirse tantos esfuerzos en mostrar la impotencia de la grandeza? y se respondió: cuando los embusteros empezaron a engañarse a sí mismos.
Julián Domínguez