La historia de Binta, una joven guineana de 21 años cuyo viaje en busca de una vida mejor la llevó a cruzar fronteras y hacer frente a realidades que desafían la percepción del coraje humano. En África, chicas jóvenes como Binta están luchando contra estas desigualdades y mostrando que pueden alcanzar sus sueños. Ella sueña con ser periodista deportiva.
Al norte de Guinea Conakry, junto a la frontera con Senegal, se erige la aldea de Marie de Yembering. Es de este rincón poco conocido de África donde brota la historia de Binta, una joven de 21 años cuyo viaje en busca de una vida mejor la llevó a cruzar fronteras y hacer frente a realidades que desafían la percepción del coraje humano.
El pequeño pueblo en el que Binta se crio, pese a su riqueza cultural y comunitaria, proporcionaba limitadas posibilidades para quienes anhelaban ampliar sus horizontes. La vulnerabilidad económica, aunada a tradiciones profundamente enraizadas, solía confinar a jóvenes como ella a roles establecidos, excluyéndolas del acceso a la educación y a oportunidades de trabajo.
Sin embargo, los vientos del cambio comenzaron a soplar a través de las historias compartidas en secreto. Ella escuchaba relatos sobre tierras lejanas donde las oportunidades florecían y las mujeres podían trazar su propio destino. Binta, con un corazón lleno de esperanza y una mente repleta de sueños, decidió que sería una de esas valientes almas que se aventurarían más allá de las fronteras conocidas.
Más de la mitad de las mujeres africanas afrontan muchas desigualdades en diferentes situaciones. En algunas comunidades se espera que las mujeres asuman principalmente roles de cuidadoras, madres y esposas, se ocupen de las tareas del hogar, y en ocasiones se le limita el acceso a la educación o al trabajo fuera del hogar.
Estas expectativas pueden variar ampliamente dependiendo de la región, la etnia y la comunidad en cuestión, pero a menudo están arraigadas en estructuras patriarcales que han prevalecido durante generaciones, lo que las limita mucho.
Sin embargo, chicas jóvenes como Binta luchan contra estas desigualdades y demuestran que pueden alcanzar sus metas y expectativas. Su familia reflejaba la típica problemática de la región: escasez económica y una estructura patriarcal fuertemente arraigada. Su padre, un jornalero de campo, y su madre, quien se encargaba de la casa, veían a Binta como una adolescente cuyas responsabilidades se reducían a cuidar a sus tres hermanos y colaborar en las tareas domésticas. Tenía la posibilidad de asistir a la escuela siempre y cunado la faena en casa estuviera cubierta.
Su hermana mayor, que le lleva cuatro años, partió cuando Binta era apenas una niña. Se dice que está en Europa, pero, según la joven, nadie sabe realmente dónde se encuentra.
Las circunstancias se torcieron aún más cuando, antes de alcanzar la edad de 15 años, fue entregada a un tío en Togo con la promesa de un futuro mejor. Las condiciones bajo el techo de su familia adoptiva parecían extraídas de una pesadilla. En lugar de cariño y cuidado, Binta fue condenada a un papel semejante al de una criada, enfrentando condiciones que rozaban la esclavitud moderna.La vida en Togo no ofrecía respiro alguno y, para Binta, esa dura realidad adquirió tintes aún más sombríos cuando sus propios tíos se convirtieron en los artífices del tormento que padecía.
Ella prefiere no contar los maltratos que sufrió, pero refiere que trascendieron lo imaginable; una cadena de abusos que oscurecieron su infancia distorsionando sus sueños. Su acceso a la educación, una senda hacia la libertad y la posibilidad de un futuro mejor fue cruelmente bloqueado por la mujer de su tío.
Las estadísticas sobre el tráfico de personas y la explotación laboral en África son alarmantes. Según informes de la ONU, miles de jóvenes son sometidas a trabajos forzados cada año. Binta, en manos de su tío y su esposa, se convirtió en una cifra más dentro de esta problemática. Su historia refleja un patrón común en regiones donde las estructuras tradicionales y la inestabilidad económica generan un caldo de cultivo propicio para la explotación.
En el complejo panorama de conflictos contemporáneos, donde se entrelazan el cambio climático, la persistente pobreza y las secuelas del colonialismo en África, surgen consecuencias devastadoras para las naciones del continente. Estas adversidades no son simples anécdotas en la historia, sino eventos que agudizan heridas y generan tragedias en los territorios afectados. Las crisis tienen sus raíces en asuntos críticos: la pobreza endémica, la lucha por recursos limitados y las constantes violaciones a los Derechos Humanos, creando un panorama de dolor para la población africana.
La joven había oído hablar de la migración de muchas chicas en situaciones similares a la suya, arriesgando sus vidas en el desierto en busca de un futuro mejor. Sin embargo, también le advirtieron sobre los peligros que acechaban en el camino: bandas criminales dedicadas al secuestro y tráfico de personas, donde las mujeres son codiciadas para un oscuro comercio que llevaba a las víctimas a ser explotadas en Europa. Pero el miedo no amedrentó a Binta; al contrario, Binta desafió su situación adversa, sabiendo que su única salida era huir. Había oído historias de mujeres que, como ella, soñaban con escapar de su realidad y buscar un mejor destino en Europa.
Este deseo de libertad se volvió aún más urgente cuando su tío comenzó a orquestar un matrimonio forzado para ella con un hombre mayor. Con tan solo 16 años, Binta se juró a sí misma que nunca sería esclava de nadie y que buscaría una vida digna y en libertad.
“Mi familia adoptiva me obligaba a casarme con un anciano por dinero. Ni siquiera lo conocía y no lo quería, así que decidí salir del país como pudiera». Si bien la búsqueda de empleo y educación y huir del cada vez más abrupta climatología son las razones predominantes para la migración, algunas niñas africanas citan el abuso físico en sus hogares como un factor determinante para la huida.
La escapada
Binta nunca perdió su norte. Había escuchado historias de chicas que, como ella, habían decidido enfrentar desiertos y mares en busca de una vida digna en Europa. La posibilidad de un matrimonio forzado fue la gota que colmó el vaso, fortaleciendo su determinación de buscar un nuevo horizonte.
Se sentía como si tuviera cadenas atándola todo el tiempo, dejando sus aspiraciones reducidas a escombros bajo el peso de una crueldad implacable. Con la ayuda de una amiga y una suma de dinero que, en un acto desesperado, tomó de su tío para poder comprar un pasaje de avión, la joven inició su travesía. Decidida a evitar los peligros del Sahara, Binta eligió volar a Marruecos. Pero Casablanca, lejos de ser el refugio soñado, la recibió con una fría indiferencia, marcada por el racismo y la discriminación.
El viaje a Marruecos no fue menos desafiante. Casablanca, una ciudad conocida por su diversidad, también es escenario de xenofobia y tensiones interculturales. Las calles de Casablanca se convirtieron en su hogar y su campo de batalla. Aunque encontró caridad en algunas personas, también se enfrentó a la discriminación y el acoso. Los insultos y los gestos despectivos no solo provenían de adultos, sino también de niños y niñas que señalaban a Binta por el color de su piel. Esta discriminación, perpetrada por las mismas almas jóvenes que deberían estar llenas de inocencia y comprensión, hirió profundamente a Binta. La ironía de que sus propios compañeros de edad fueran los portadores de mensajes de odio y exclusión resultaba insoportable. Sin hogar ni recursos propios la joven se vio sometida a un torrente de racismo y acoso, un triste recordatorio de la crueldad humana en su forma más vil.
Pero Binta, con una fortaleza innata, nunca permitió que esos desafíos opacaran su esperanza. Es aquí donde el fútbol, pasión global que trasciende fronteras, se convierte en un refugio para Binta. Con ayuda de YouTube, comienza a ver partidos de la liga española, la Premier Ligue y la Bundesliga. Poco a poco va descubriendo su habilidad para memorizar alineaciones de jugadores y a escuchar a los comentaristas analizar las jugadas en el campo. A través de este deporte, no solo encontró una vía de escape de sus problemas diarios, sino que descubrió una vocación: ser periodista deportiva.
Binta ama el fútbol con todo su corazón y siempre ha sido persistente. Es consciente de que las mujeres en África a menudo no tienen un lugar destacado en el deporte, mientras que en Europa, algunas mujeres logran superar barreras. Quiere ser periodista deportiva no solo para cumplir su sueño personal, sino también para dar voz a las mujeres en un mundo mayoritariamente masculino. Como dice: “Siempre he sentido pasión por el fútbol de forma natural”
Cada vez que escuchaba a los comentaristas narrar los momentos cruciales de los partidos, ella imaginaba lo emocionante que sería estar tras el micrófono y compartir su pasión con otras personas. «Decidí que quería dedicarme al periodismo deportivo. Quería ser una voz que conectara a los aficionados con la intensidad y la emoción del juego” revela Binta con una sonrisa que ilumina su cara.
Después de trabajar de sirvienta en una casa de una familia adinerada, que solo le brindaba comida y alojamiento, encontró a una señora cuyo marido era un destacado miembro de la comunidad influyente de Casablanca. A diferencia de la otra, la mujer si valoró el trabajo de la joven y la retribuía con generosidad, incluso Binta aseguraba “me trataba como a una de su familia” La posibilidad de un nuevo comienzo surgió gracias a la ayuda inesperada de un panadero donde cada día compraba para la familia donde servía. Es ahí donde Binta comentaba los partidos de futbol y que el hombre escuchaba atentamente. Se creo una amistad sincera y un día le dijo que tenia que irse de Marruecos para intentar conseguir un futuro mejor. El hombre, tras requerir una suma de dinero considerable, prometió a la chica que le pondría en contacto con personas que la ayudarían a viajar al norte, a pesar de los desafíos del trayecto.
Binta no dudó. Las semanas previas al viaje, las dedicó a trabajar día y noche, sin descanso, en casa de la familia que la trataba bien. A pesar de las extenuantes horas, guardaba cada moneda que ganaba, pues sabía que pronto podría necesitarlo para costear su pasaje a la libertad. Finalmente, logró reunir lo necesario que entregó a su amigo.
A la hora y el sitio pactado, una noche fría y lluviosa, la joven fue recogida y trasladada en un vehículo junto a otras chicas en dirección a la frontera. Tras dos días resguardada en una casa, los traficantes escondieron a Binta en la bodega de un pequeño barco pesquero destino Ceuta. El viaje en el barco fue, sin duda, uno de los momentos más angustiantes de su vida. Oscuro, frío y húmedo, cada segundo en aquel habitáculo que olía a gasoil parecía una eternidad. Sin embargo, el sueño de llegar a un lugar donde pudiera vivir libremente y perseguir sus pasiones le dio la fuerza para resistir. Logró llegar y fue desembarcada en una playa ceutí.
Una vez en Ceuta, Binta fue acogida en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). Un lugar de refugio y esperanza para muchas personas como ella, que habían atravesado mares y desiertos en busca de una vida mejor. Allí, encontró no sólo un techo y comida, sino también una comunidad de personas con historias similares, que se convirtieron en su nueva familia.
Binta tiene la esperanza de aprender bien el idioma. Con un poco de ayuda, aspira a cursar el bachillerato y después estudiar periodismo en el país donde ha sido acogida, España. Lo que más le motiva es la idea de ver en vivo cómo se hace la radio deportiva. Se pasa las tardes pegada a la radio escuchando cómo narran los partidos de fútbol. Y aunque “le flipa la radio”, no pierde de vista a algunos influencers que la rompen en YouTube comentando las jugadas más top de los partidos importantes.
Binta también tiene otros propósitos que los expresa con naturalidad: «Yo quiero echar una mano a quien lo esté pasando mal. Creo que ayudar a los demás es lo que nos hace realmente humanos”. Pero lo que más desea es encontrar a su hermana. Ella piensa que estará en algún sitio de Europa y que tiene una buena vida. Aunque es consciente de la dificultad, aspira a reencontrase con ella “Inshaallah”
Binta no es solo un testimonio individual; su relato resuena con las experiencias de numerosas jóvenes africanas atrapadas en circunstancias difíciles que aspiran a un futuro mejor. Su resiliencia y determinación subrayan la urgencia de abordar graves problemáticas en África, como la explotación, el tráfico humano y las persistentes desigualdades de género. Ante la creciente ola de historias migratorias similares a la de Binta, es necesario reconsiderar las políticas y enfoques en Europa. Que tales relatos se perciban como excepcionales y no como la constante lamentable refleja una urgencia no solo administrativa sino humanitaria. No podemos olvidar que detrás de cada historia hay vidas en juego, muchas de las cuales se pierden en el intento de buscar un futuro mejor.