El presidente de la Ciudad, Juan Vivas, asistió anoche al pregón de Navidad, que ofreció Jesús Blanco, Tete, en el Salón de Actos del Palacio Autonómico. Blanco, fue presentado por José Jordán, pregonero el año pasado.
El pregonero de la Navidad 2018, Jesús Blanco, transportó a los centenares de asistentes en un viaje que se remontaba cincuenta años en el tiempo. “Tete” se transmutó en “el Gordo”, el mote por el que le conocían sus compañeros de trastadas. Como si fuera un sosias de Tom Sawyer, relató mil y una travesuras, que a la manera de autos sacramentales populares transmitían una imagen inmarcesible de una época mágica. A cada anécdota la platea asentía con ojos brillantes o reía con jolgorio rememorando las navidades de antaño como si fuese ayer. De este modo Blanco recordó con afecto el ambiente festivo de aquella barriada Villajovita entrañable y sobre todo las vivencias más jugosas junto a aquellos seres queridos. Algunos de ellos «están ya con el Señor», señaló Tete, pero siguen permaneciendo en el recuerdo, que es como decir en el corazón. Los tiempos del Casino de Villajovita, «con Checa al frente y los veteranos del barrio deliberaban acodados en la barra al calor de un buen chato quien haría de quién, seguramente Sebastián «el contratista», Julio «el bombero» y Luna «el policía municipal», y la de regalos que habría que hacer a os hijos de los socios y a los niños más necesitados». Otros personajes para el recuerdo fueron Antonio «el de la farmacia» y el periodista Higinio Molina, al que pidió que «intercediese desde el Cielo para que las cosas de Ceuta salgan bien». Blanco describió al detalle aquel tiempo con los belenes vivientes del padre Béjar donde «se llegó a cocer pan» y la labor renovadora en la parroquia de San Juan de Dios por Juan Piña Batista y ensalzó al barrio por su «buena gente, honrada y trabajadora donde los problemas se compartían».
Hubo momentos para todo, la hilaridad estuvo servida cuando el pregonero relató aquella hazaña vivida junto al «Garbanzo» atravesando el túnel de Benítez con remojón indigesto en el caño y el consiguiente rapapolvo materno con «pelliscos monjas» incluidos. O el chasco de su hermana Mamen al descubrir «el churro manío» la mañana de Reyes. «Un tiempo de milagros y cosquilleos que se obraban particularmente en las casas donde no se podía».
También fue aplaudida la reconstrucción de los belenes «más feos de España», cuyas figuras elaboraban en casa sin orden, concierto ni proporción, «donde camellos se mezclaban con ovejas y al rey se le pintaba la cara con rotulador» porque en su casa «todo se magnificaba» aunque nunca podían faltar «su estrella, pastores, la mula y el buey con el nacimiento».
Contó cuando daba buena cuenta de los deliciosos manjares caseros, roscos y pestiños, con los que le convidaban vecinos como Juanita Castilla y su madre Antonia.
Los entreactos, mientras el pregonero se recuperaba del resuello, estuvieron amenizados por el Coro de la Hermandad del Rocío y el ballet de María José Lesmes.
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