Fuertes palabras las que pregona el inicio del artículo, y espero que no sean carentes de fundamento y análisis, con la objetividad como premisa.
Vivimos un tiempo desde la revolución industrial, y sobre todo en los dos últimos siglos, de un desmesurado avance que, si bien en el aspecto técnico rebasa cualquier cota previa, parece haber relegado al ostracismo todo avance en materia ontológica desde que la sociedad es sociedad, y desde que los sumerios inventaron la historia, milenios ha, donde los progresos en esta materia fruto del desarrollo de la convivencia cuantitativamente exponencial que rompió nuestros esquemas adaptativos, y de las condiciones extremas, supusieron, en un mundo en el que la media de cociente intelectual era considerablemente superior a la actual, un avance filosófico a tener en cuenta, con apreciaciones sociales depuradas durante milenios, como ya pregonara (muy acertadamente) el genio Desmond Morris en su “zoo humano”.
Aflora en mi memoria al escribir estas letras, por ejemplo, la tricotomía celta, tan indoeuropea, de la metafísica arquetípica que engloba sus subdivisiones en esa relación cuerpo-mente-espíritu del propio triskel. Valores subordinados entre sí, aunque aún no sufragáneos en su correlación (pare ello aun deberían pasar unos siglos).
A pesar de que, desde hace siglos, en nuestra sociedad impera la dualidad bien-mal, noción prejudeocristiana pero con amplísimos matices, aunque en esencia alejada de la dualidad más puramente asiática del hecho-idea, no podemos eludir que desde la llegada de Sócrates y su disruptivo desdén a la imperante, hasta el momento, concepción cosmológica de la filosofía, para centrarse en todo lo relativo al “ser humano” y su esencia, la bondad ha sido siempre sujeto de debate.
Si bien el propio Sócrates ya avanzara que la sabiduría era la esencia de la bondad, ya adelantaba que debía basarse en una simetría armónica entre el exceso y el defecto. Precursor del “medén agán” de Aristóteles, o de la “aurea mediocritas” del hedonismo epicúreo y su austeridad como camino a la ataraxia. Básicamente que en el término medio está la virtud, y como hemos visto, bondad es la virtud que armoniza el alma. Platón agregaría que la bondad es, además de armónica, bella.
Quiero dejar de lado el modelo kantiano donde la bondad es la voluntad mediante el talento del espíritu, y la voluntad es el mero cumplimiento del deber de una norma en la que subyace implícito un código moral que facilita las relaciones sociales. Los juicios de Núremberg y el germen de los derechos humanos (discutibles, mas en su presencia que en su esencia), derribaron esta ontovisión como un castillo de naipes, en gran medida por su absoluta contraposición a los valores de bondad judeocristianos, imperantes en la mayor parte de occidente.
El concepto actual de bondad en nuestra sociedad no tiene demasiado debate. Es el concepto judeocristiano de amor al prójimo, y dentro de ese paradigma del que pocos parecen tener dudas, estamos asistiendo, sin embargo, a unas bodas de sangre en el espectro político local que despiertan poco menos que la vergüenza y el estupor. No podemos negar, y creo que es un merecido ejercicio de justicia el reconocimiento, que una de las afrentas más mezquinas que se han cometido en el conglomerado político local ha sido la fagotización del carismático Javier Guerrero de la consejería y posición en el pleno que ostentaba. Una supresión que requiere de una vileza y falta de bondad meridiana y matemática, sin lugar a interpretación subjetiva.
Podemos comenzar un debate ideológico, o podemos hablar de habilidades semánticas o conveniencias varias, pero hay hechos que trascienden a la interpretación y que se tornan ciencia, y uno de estos hechos es que Javier Guerrero ha tenido y tiene siempre, desde hace décadas, una forma de proceder que encierra una bondad inmanente a su persona, y afortunadamente esta es una ciudad pequeña y quien lea esto sabe que lo que digo corresponde a la verdad. Javier Guerrero se ha caracterizado siempre por un compromiso extremo, casi fanático, del ejercicio de su profesión, llevando a cabo este ejercicio más allá del tiempo, hora y espacio al que se le hubiera suscrito a priori. De Javier Guerrero nadie absolutamente puede decir que cuando han requerido de sus servicios ha dicho “coja cita” o “pásese por mi consulta a tal hora”. Lo más grave es que su compromiso ha sido tan grande que muchos de los que le pedían atención médica, tenían ya el cuchillo en la mano esperando estar a distancia de ataque. Los que han sido y me leen lo sabe, y lo peor es que no habrá propósito de enmienda, se escudarán en que “la política es política”. Si al menos esos que pedían sus favores a la par que su cabeza fueran a ser víctimas de su propia empatía y sentir remordimientos, sería un avance, pero eso no va a pasar.
La verdad es la primera víctima de la guerra, y ese es el problema. Que la política en España se ve como el ejercicio de la propia guerra y no como una forma de evitarla, y eso es lo que justifica que su ejercicio sea una oda a Macquiavelo. Lo último que importa en un acto en política es si es un acto de justicia o no. Tal vez es hora de preguntarnos si esto es lo que queremos en nuestra ciudad. Luego nos damos golpes de pecho elogiando la convivencia, pero si no sabemos enfrentar un acto flagrante de injusticia de quienes nos representan, nuestras manifestaciones se convierten en ejercicios de hipocresía.
Pero, ¿cuál es la verdad? La verdad matemática, que no está sujeta a debate es que Javier Guerrero era en el momento que piden de forma inaudita y surrealista su destitución, un doctor en ejercicio. Pero es un facultativo en ejercicio precisamente por un acuerdo mayoritario de la asamblea, y que estaba en riesgo, más allá de que como consejero también estaba expuesto, pero que en ningún momento es vacunado por su posición política sino profesional. Es más, habría sido constitutivo de un comportamiento negligente el no haberse vacunado como médico en ejercicio, y todo médico tiene el derecho a ser vacunado, y el deber moral (discutible) de hacerlo. Algo que además habían dejado claro los altos responsables de la sanidad a nivel nacional.
La única lectura que, desde lejos y apenas de perfil podría dar sentido a la cobarde destitución de Javier Guerrero es que ejerciera sus funciones de forma privada y no bajo el paraguas del estado, en cuyo caso no estaríamos evaluando los riesgos de una actividad, sino el merecimiento o no de ser protegido en función de la fortaleza de la institución que nos ampara. Lo cual sería un acto aún más ruin y mezquino, ya que estaría negando la protección de alguien simplemente por no encontrarse bajo el amparo del estado. Paradoja extrema, ya que es precisamente el colectivo que sustenta el estado con sus impuestos, cada vez más salvajes. Nos gustaría tener los datos de cuántos miembros de la estructura política del INGESA se han vacunado sin tener siquiera contacto con pacientes, y cuántos han sido destituidos por este hecho. Un acto más de liberticidio socialista. En eso ganan los socialistas, porque no son caníbales políticos. Ellos cierran filas en testudo y protegen a sus miembros. Lo surrealista es que es un atentado producido por el Partido Popular, o en su nombre, que es quienes se suponen que respaldan la actividad privada, máxime cuando Javier Guerrero ha seguido atendiendo a sus pacientes a pesar de la posición que ocupaba, sencillamente porque lo veía como un ejercicio de responsabilidad deontológica para con sus pacientes y como una responsabilidad adquirida e ineludible. Lo cual respalda su bondad. Situación que el mismo había legalizado con apoyo del propio pleno.
Y al final, todo se relaciona. Javier Guerrero ha ejercido su profesión con bondad y caridad, hasta el punto de haber pagado con su propia salud su dedicación. Ese halo de bondad y caridad de nuestro tiempo, matemático e incuestionable, que le ha granjeado un gran éxito social y que ha terminado por sepultarle esta legislatura. No obstante, y recuerden bien estas líneas, a menudo y en una ciudad pequeña como esta, las relaciones personales alcanzan tal grado de reconocimiento que este tipo de acciones provocan un torbellino de apoyo que, muy probablemente, catapulten su carrera en corto plazo y le hagan resurgir cual ave Fénix. Esta es la verdad. Y para muestra solo hay que acompañar a Javier Guerrero para ver el cariño con el que le tratan los transeúntes. Y quiero terminar este escrito mandándole un mensaje a la población de Ceuta. Como ya dijera Cicerón, la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Muchas gracias por vuestro tiempo.