Un 25 por ciento de las personas con consumos de alcohol de riesgo son mujeres. La falta de apoyo familiar y el estigma se unen en un cóctel (molotov) en el que también hay mucho patriarcado
Alaia recuerda a su abuela siempre borracha, pero la yaya no se emborracha como se emborracha su padre en alguna fiesta o ella los fines de semana. Su abuela siempre tiene sobre la mesa una copita de vino, de esas pequeñitas, de cristal bueno. Vino tinto con unas cucharaditas de azúcar y, sorbito a sorbito, se va poniendo colorada. A ratitos parece contenta, pero suele acabar llorando por cualquier tontería: algo que ve en la tele o cualquier contestación un poco seca de sus hijos. Al principio, su familia se lo tomaba con cierto sentido del humor aunque no saben decirme cuándo empezó todo. Quizá cuando se quedó viuda, pero de aquello ha pasado mucho tiempo. Quizá cuando se fue de casa el pequeño de sus hijos, pero también ha llovido mucho desde entonces. Puede que tenga que ver con que hay días en los que no recibe visitas, que se ve vieja y cada vez menos ágil, pero esto es cosa de cuatro días. Nadie sabe cómo ni por qué empezó a beber la yaya, pero bebe, bebe. Nunca falta ni el vino ni el anís, que compra en la tiendita de ultramarinos del barrio, en el Carrefour, en Lidl, en el B&M.
El silencio, el estigma y la soledad son tres características que acompañan a las mujeres con consumos abusivos de alcohol. Alaia lo reconoce: “Si anduviera por la calle, borracha en los bares, dando la nota, igual hubiésemos hecho algo antes”. Ahora han tomado medidas: la yaya se va a vivir con uno de sus hijos. No le da vergüenza reconocer que su abuela tiene un problema con el consumo de alcohol, pero su nombre es ficticio. “La falta de apoyo familiar suele ser evidente y cuando se destapa el pastel, el deterioro ya es muy grande”, dice Patricia Martínez Redondo, especialista en consumo de drogas con perspectiva feminista. Las mujeres alcohólicas no viven un doble estigma, lo que sí viven es una doble condena moral y social: “Nadie felicita a un hombre con problemas con el alcohol, hay cierta penalización social, pero, en el caso de las mujeres, como nuestro rol es cuidar y no ser cuidadas, el castigo es también moral. Si bebes, eres mala. Viven mayor desprecio y mayor sanción”.
Salir de cañas a diario
En el Estado español se bebe mucho. En la última encuesta sobre alcohol y otras drogas (EDADES), de 2017, se determinó que 1.600.000 personas tenían consumos de alcohol de riesgo. El 25 por ciento, mujeres. El alcohol es una droga barata y muy accesible, que está arraigada con mucha fuerza en los hábitos de ocio de la ciudadanía. Salir de cañas es, probablemente, el plan menos original de todos los planes del mundo. Hay formas y formas de beber, que también, por supuesto, están vinculadas con la clase social. No beben igual las personas con pocos recursos económicos que las que tienen una situación socioeconómica acomodada. En un estudio de la Sociedad Panamericana de Salud sobre alcohol y atención primaria de la salud se determina que “hasta un 25 por ciento del incremento en el riesgo de muerte que existe al comparar varones de mediana edad pertenecientes a grupos socioeconómicos bajos con varones de mediana edad de grupos socioeconómicos altos es atribuible al alcohol”.
A Elena, de pequeña, le encantaba la mitología griega, así que no duda cuando le pregunto qué nombre quiere que use para citarla. Prefiere no decir cómo se llama en realidad porque siente cierto pudor. Insiste en recordarme que ella no tiene ninguna adicción al alcohol, pero sabe que bebe más de lo que debería. La dinámica siempre es parecida: salir de trabajar con la cabeza a mil por hora y quedar con sus amigas para echar una caña, dos, tres y las que caigan. Últimamente estaba preocupada, así que ha decidido beber sólo a partir del jueves. El resto de la semana pide 0,0 y es habitual que alguien le haga algún comentario cuestionándolo. Ana Burgos, coordinadora del Proyecto Malva, sobre género y drogas, y del Observatorio Noctámbul@s, reconocía en una entrevista en Pikara Magazine que “aunque no haya una presión directa, sí hay una presión tácita. Se siente una presión bastante fuerte que con otras drogas no existe. A lo mejor me ofrecen una rayita y digo que no, y no insisten más. Pero cuando dices que no a una birra insisten y aún diciendo que no, me han llegado a traer birras”.
La relación entre el alcohol y la violencia
En un estudio de Rosario Pozo, del Departamento de Pedagogía y Didácticas Específicas de la Universitat de les Illes Balears, se asegura que las mujeres empiezan a consumir alcohol más tarde, pero los casos graves se detectan en ellas mucho antes. Consumen menos, pero la adicción es mayor. Además, insiste en cuestiones de gran relevancia para la intervención: las mujeres presentan mayores porcentajes en trastornos psiquiátricos previos al consumo problemático y también asociado a su dependencia. La manera de enfrentarse a la depresión, ansiedad y al estrés aparece con frecuencia como desencadenante del consumo. Desarrollan más probabilidad de tener un historial de abuso físico o sexual e intentos de suicidio. Presentan elevadas probabilidades de sufrir malos tratos físicos o psicológicos por parte de su pareja. Tienen más problemas o desestructuraciones familiares, laborales y económicas que los hombres. Cuentan con menores apoyos, sobre todo familiares, de la pareja y social para enfrentarse a su adicción. Disponen de menos recursos económicos o de mayores dificultades para acceder a los mismos. Mayor tendencia a la depresión, baja autoestima, sentimientos de ineficacia, de culpabilidad y de dependencia emocional de la pareja. Ahí es nada.
En ese mismo estudio, además, se asegura que el consumo de alcohol y la violencia de género están “ampliamente interrelacionadas”. Lo cierto es que el alcohol inhibe los sistemas de control, pero ¿por qué a las mujeres no nos da por la violencia cuando bebemos? Porque se nos ha impedido, a través del proceso de socialización de género, que accedamos a la violencia. Los hombres se ponen violentos y agreden: a otros hombres y a las mujeres. Eso sí, Patricia Martínez Redondo pide prudencia: “No se puede poner el foco en el consumo porque también muchas personas usuarias no se ponen agresivas”. El cóctel puede incluir alcohol, claro, pero siempre incluye patriarcado. La creencia social de que el alcohol genera agresividad, por muy cierta que sea también, puede alentar, de alguna manera, a comportarse de manera violenta y se usa, cómo no, como excusa en muchas ocasiones tras una agresión. Algunos estudios, el de la profesora Rosario Pozo, por ejemplo, concluyen también que las mujeres que consumen alcohol tienen alguna probabilidad más de ser víctimas de violencia machista, pero qué casualidad, el alcohol en su caso no las convierte en agresoras sino en víctimas. Además, es más habitual que las mujeres alcohólicas tengan parejas alcohólicas que al revés.
Patricia Martínez Redondo quiere recalcar algo: no hay un perfil de mujeres alcohólicas. Eso sí, podemos encontrar ciertos patrones en las pautas de consumo. Cree que sería más interesante analizar qué situaciones provocan la aparición del alcohol. Es habitual que el consumo de sustancias se dé para sobrellevar situaciones que nos superan y no es un hábito saludable en ningún caso. Eso sí, conviene también distinguir entre los consumos abusivos y el alcoholismo. Si te impide seguir desarrollando tu vida, si estás detrás de la sustancia en cada momento, si haces cualquier cosa para conseguir el dinero que necesitas para consumirla… probablemente estemos ante un caso grave de consumo de alcohol. Eso sí, los criterios habituales para detectar un posible problemas de acción son más complicados de aplicar en el caso del alcohol porque el acceso a esta sustancia es especialmente fácil. Es especialmente barato.
Consumos flexibles
Un proyecto de Energy Control (Estado español), Kosmicare (Portugal), Neutravel (Italia) ha tratado de analizar qué ha pasado con el consumo de alcohol durante el confinamiento en el sur de Europa. Ante una situación excepcional, ¿cómo se ha relacionado la ciudadanía con el alcohol? Algunos medios de comunicación han asegurado que había aumentado su consumo porque habían aumentado las ventas, pero ese es un indicador confuso. Se ha comprado más alcohol, sí, pero los bares estaban cerrados.
Llama la atención que un 40 por ciento de las mujeres que antes del confinamiento bebían a diario redujeron su consumo. En el caso de los hombres, el porcentaje se reduce a un 30 por ciento. Es difícil saber por qué, pero desde Energy Control se aventuran a una hipótesis que parece obvia: muchos tragos se producen siempre en la calle, en los bares y el confinamiento redujo las oportunidades. Algo parecido ocurre con otras drogas, sobre todo estimulantes y alucinógenas.
Durante el confinamiento, un estudio de profesores y profesoras coordinado por la Universidad Rey Juan Carlos y la Universitat Autònoma de Barcelona trató de analizar cómo estaba afectando el encierro a la población LGTBQI+ en diferentes ámbitos. Entre ellos, el consumo de drogas. Pudieron observar que el 93 por ciento de los casos se consumía alcohol, tabaco y marihuana/hachís. Además, la frecuencia del consumo diario aumentó un siete por ciento, mientras que se redujo el número de personas que consumían semanalmente o menos. Esas variaciones podrían deberse a cambios en los hábitos: algunas personas lo dejaron y otras pasaron a consumir a diario. Eso sí, se reduce enormemente el consumo para pasárselo bien en un 60 por ciento. No había muchos motivos.
La principal conclusión es que la situación de confinamiento ha impactado en los consumos, pero ese impacto no ha sido homogéneo: “Es interesante porque, por una parte, nos habla de que los consumos son flexibles. Esa idea que muchas veces se ha transmitido de que una persona consumidora es esclava, al menos entre las personas que contestaron la encuesta, no se cumple. Los consumos se modifican en función de las circunstancias. Hay factores que determinan que se escoja un camino y otro”.
Ainhoa Maillo Sesma, de Ai Laket!!, una asociación vasca de personas usuarias de drogas que trabajan para la reducción de riesgos, recomienda que si detectamos consumos de abuso en terceras personas, evitemos el juicio. Tenemos que tratar de ser empáticas y entender por qué se están dando. En general, por qué y para qué son preguntas básicas para un consumo responsable de cualquier droga. Tenemos que pensar qué placeres y riesgos nos aportan; conocer los riesgos, protegernos y proteger nuestro entorno. Si el alcohol –o cualquier otro tipo de sustancia– nos sirve para desconectar de la realidad, quizá podamos intuir entonces por qué y para qué beben las mujeres.
Enlace al artículo original: https://www.pikaramagazine.com/2023/06/borrachas/