Puede que no sea todo lo correcto, pero está uno tan contagiado por la terminología del 2020, que ya escribo, es un decir, no sólo con el renglón torcido, además, lo hago hablando con propiedad.
Que el 2021 traiga una cepa pero de felicidad.
El principio de todo año, me trae el bonito recuerdo de una tarde de verano paseando con una chica, hace ya tanto, que, a la altura del puente del Cristo, me dijo algo que nunca olvidaré:
– Tato – soltó por su boca de mujer asomando- siempre pienso, cuando comienza un año, imagino que será mejor que el anterior. Cuando toca hacer balance -terminó diciendo con cierta tristeza- caigo en la cuenta que no es así.
Aquella forma de ver las cosas, aquel adagio especial, en tiempos de juventud, subiendo y bajando la calle Real, mi cariñoso Paseo de las Palmeras, hasta llegar a la Plaza de África, donde me esperaban Miguel Lopera Flores, Agustín Buades Quetglas, Carmelo Tamajón, formó, desde entonces, parte de mi memoria que perdura.
El encanto de las calles de Ceuta, tan íntimas, tan alegres, sin borracheras ni porros, marcaba tiempos sanos.
Ceuta era contenta. Al menos, me lo parecía.