Por coronel Carlos Busto Saiz
Corría el mes de agosto de 1859, en pleno reinado de Isabel II, cuando en el campo de Ceuta se iniciaban las obras del marcaje de la delimitación pactada con Marruecos (Tánger 1844 y Larache 1845) y del futuro cuerpo de guardia de Santa Clara, situado cerca de la orilla del mar y a 150 m. de las puertas de Ceuta (sobre la actual Avenida España, frente al Colegio San Daniel), obra de cuya construcción el Cónsul de España en Tánger había dado cuenta previamente a las Autoridades marroquíes y al Alcaide del Serrallo.
La noche del 11 al 12 (muchos autores hablan de la noche del día 10), cabileños de Anyera destruyen las obras, arrojan las garitas al mar y arrancan algunos hitos de los que marcaban los límites, destrozando el que estaba labrado con el escudo de España. Tras un ultimátum de 20 días, prolongado otros veinte por la muerte del Sultán y una reunión con potencias europeas, España declara la guerra a Marruecos el 22 de octubre, si bien las hostilidades entre ambas partes no habían cesado y desde el día 23 de agosto los enfrentamientos eran diarios.
En esas fechas la guarnición de Ceuta contaba apenas con el Regimiento Fijo y algunas unidades más de diversas Armas. Fue el batallón “Albuera” el primero en reforzar la plaza. El día 30 llegaron los Batallones “Madrid” y “Barbastro” y a estos le siguieron una cantidad ingente de unidades procedentes de la Península.
El 3 de noviembre, un RD. organizaba un Ejército expedicionario al mando del mismo presidente del Gobierno, el General O´Donell, constituido por tres Cuerpos de Ejército, una División de Reserva y otra de Caballería. En total una fuerza superior a 35.000 hombres en noviembre de 1859 y que se ampliaría hasta los 37.000 en febrero de 1860. Por su parte, la Armada estaba presente con un número significante de buques y cerca de 400 orígenes de fuego.
El Coronel Julio Contreras en su obra “Ceuta, XX Siglos de Historia Militar” establece cuatro fases en el desarrollo de la campaña. La primera, como de ocupación y consolidación del campo exterior de Ceuta. La siguiente, la de la marcha hacia Tetuán. La tercera, la define como la de la Batalla de Tetuán y primeras negociaciones de paz. La cuarta y última fase sería la Batalla de Wad Ras y firma del Tratado de Paz
En el marco de la situación sanitaria en la que actualmente nos encontramos, no es el fin de este artículo desarrollar la Guerra en cuanto a sus operaciones militares ni a las consecuencias de su tratado de paz final que desde el Centro de Historia y Cultura Militar será, sin duda, abordado en otras ocasiones, sino la de dar a conocer un aspecto muy particular pero sumamente destacado que concurrió en ella y que causó a nuestras tropas el triple de bajas que las de las armas enemigas: La aparición del cólera en la Fuerza Expedicionaria.
En el s. XIX prácticamente todo el planeta se vio sacudido por esta gran pandemia de la humanidad. Su efecto fue devastador, especialmente en Asia y Europa, con una intensidad que no se recordaba desde la Peste Negra.
La llegada del cólera a España fue impactante y los dos primeros brotes en 1843 y 1854 causaron 300.000 muertos. Pues bien, cuando el país se hallaba recuperándose de las consecuencias de estos brotes epidémicos, el cólera se reproduce en 1859, de manera particular en la zona de Levante y alguna provincia de Andalucía, con efectos igualmente catastróficos. En consecuencia, el Ejército Expedicionario tendría que hacer frente a dos enemigos, a las tropas marroquíes y a otro más mortal e invisible: el cólera.
Tras la declaración de guerra, se hacía necesaria la organización de una estructura sanitaria que apoyase a las tropas. Inicialmente, esta formación sanitaria estaba constituida por dos bloques diferenciados. El personal asignado a los cuarteles generales y estructuras sanitarias de los Cuerpos de Ejercito y Divisiones independientes que sumaban 50 sanitarios entre médicos y farmacéuticos y el destacado con las unidades tipo Regimiento y Batallón, cuyo número ascendía a 73. En resumen, se inició la campaña con 123 jefes y oficiales médicos y farmacéuticos para atender a más de 35.000 soldados. Además del personal destinado en las unidades combatientes, hubo que cubrir las necesidades de personal sanitario en los hospitales de Ceuta, Málaga, Algeciras y otras plazas del sur español a los que se evacuaban enfermos y heridos procedentes de la zona de operaciones, por lo que dichos hospitales tuvieron que ser reforzados con médicos procedentes de otras provincias.
Los primeros casos de cólera aparecieron en el Serrallo poco después del desembarco en Ceuta del Ejercito Expedicionario. Rápidamente empezó a incrementarse el número de contagiados. El 25 de noviembre una gran parte de los efectivos del Primer Cuerpo de Ejército ya se encontraba afectado y así fue expandiéndose al resto de unidades. El cólera se constituyó en la principal causa de mortandad de la Guerra.
El propio General O´Donell, finalizada la campaña, haría las siguientes afirmaciones:
“Ya en Ceuta, me encontré con un enemigo que no contaba, confieso que fui poco previsor, me encontré con el cólera, que no había allí, sino que lo habíamos llevado de la Península.”
“No eran los marroquíes, que a mí me imponía, sino el desarrollo del cólera, ese azote terrible cuya duración y número de víctimas no podía calcular con la predicción…”
El procedimiento para el tratamiento, evacuación y recuperación de bajas siguió el modelo doctrinal de la Sanidad Militar Napoleónica. Después de ser reconocidos y tratados de urgencia por los médicos de primera línea eran evacuados a los hospitales de sangre establecidos en todos los campamentos donde eran atendidos, se realizaban las operaciones que requerían urgencia y se les preparaba, en su caso, para ser evacuados en un plazo de 24 horas hacia los hospitales de Ceuta o del litoral peninsular e incluso a buques de la Armada.
En este sentido hay que resaltar que se planteó el dilema de evacuar los enfermos a la península u hospitalizarlos en Ceuta. Se adoptó esta segunda posibilidad. Así todo, fue necesario evacuar convalecientes a la península.
Unos cálculos aproximados, extraídos de contradictorios datos oficiales, cifran en 20.918 los enfermos asistidos sólo en los hospitales de Ceuta entre noviembre y el 25 de marzo, de los cuáles el 52% lo eran por causa del cólera.
Según describe el Coronel farmacéutico D. Gómez Rodríguez “Ceuta era toda la ciudad un hospital; los soldados salieron de los cuarteles y los clérigos de sus iglesias; se habilitaron edificios públicos como el casino o el Rebellín. Según las necesidades, se clasificaron en tres grupos: para coléricos, para heridos y para convalecientes. Se dedicaron a coléricos: el de los Reyes, con 707 camas; el de San Francisco, con 80 camas; el de Jesús y María, con 80 camas; y los de San Manuel, El Reloj, Artillería, La Catedral y la Trinidad, que sumaban entre los cinco, 600 camas. Para heridos se instaló en el casino un hospital con 25 camas, dedicado a oficiales y otro en el Rebellín para tropa con 350 camas. En unos barracones de madera construidos a las afueras de la ciudad se instalaron 100 camas.”
Con la dificultad que presenta dar datos exactos sobre el número de muertos acaecidos durante la guerra y, aun mas, clasificarlos por la causa de la muerte, podemos establecer que la cifra total de fallecidos podría alcanzar los 4.050 soldados, de los cuales sólo 1.150 lo serían a causa de acciones de combate y los 3.000 restantes al cólera y otras enfermedades.
Como conclusión final, podemos afirmar que nuestra victoria ante la fuerza enemiga fue aplastante gracias a la mejor preparación del Ejército Español y a la valentía y sacrificio demostrado por sus soldados, pero el resultado fue desigual contra el otro rival, el cólera, a pesar del abnegado esfuerzo de la Sanidad Militar española que tuvo un comportamiento altamente eficaz, sacrificado y, en muchos casos, heroico. En reconocimiento a su ejemplaridad, la reina Isabel II premió dicha actuación equiparando en derechos y deberes a los oficiales de la Sanidad Militar con los de las Armas.