Bajo el rito musulmán, se ha dado sepultura a dos jóvenes migrantes. Uno, residente del CETI y procedente de Guinea Conakry, apareció sin vida en las inmediaciones del centro. El otro, marroquí, apareció flotando en el Muelle de España
Hoy nos hemos encontrado con la imagen contraria a la algarabía que solemos ver cuando los residentes del CETI acuden a la estación marítima a despedir a compañeros que ponen rumbo a la Península. Hoy la despedida ha sido a la vida y ha dejado una imagen desoladora entre rezos y lágrimas.
Más de un centenar de residentes del CETI han acudido al cementerio de Sidi Embarek para dar el último adiós a Moussa, un joven de Guinea Conakry que apareció sin vida hace unos días en las inmediaciones del centro, y cuya muerte continúa investigando la autoridad judicial. En sus caras se refleja la pena al no entender cómo se ha truncado la vida de una persona que tantos obstáculos había sorteado en su periplo migratorio hasta llegar aquí. Pero también la rabia, al considerar injusto el desahucio al que fue sometido como reprimenda a un comportamiento inadecuado.
La multitud también ha despedido a Mohamed, un joven marroquí que fue hallado sin vida en el Muelle de España, cerca de la torre de control, también esta semana. Ambos son víctimas, de una manera u otra, de quienes no comprenden que migrar es un derecho. Ceuta ha vuelto a convertirse hoy escenario dramático de la frontera sur.