Sin perder de vista todo lo que acontece, que no es poco, y por pensar en otras cosas que, salvando la distancia con esta maldita guerra, también nos preocupan, podemos centrar nuestra atención, por un momento, en las consecuencias que tiene lo que hacemos o dejamos de hacer.
El ser humano tiene una capacidad increíble de modificar todo lo que toca, con un balance desastroso, con repercusiones catastróficas visibles a simple vista. Es tal la torpeza que, en ocasiones, ni siquiera es consciente de las consecuencias de sus actos, con lo que resulta aún peor.
De ahí los resultados. Hay ejemplos todos los días, a cada paso, pero ni por eso. El ser humano cotidiano y rutinario camina impávido por la senda del día a día sin inmutarse, lo curioso es que muchas de las cosas que hacemos no tienen sentido, por lo visto está en nuestro ADN proceder de manera que termine perjudicándonos.
Se trata, ni más ni menos, del egoísmo, un mal que nos impregna y del que no se escapa nadie; es nuestro modus operandi, que está generalizado y que nos afecta a todos, va intrínseco en la persona y siempre nos hace elegir la opción más fácil. Desplazamos a otros especímenes de su entorno solamente con nuestra presencia. Los seres humanos tenemos que mirarnos eso de ser los dominantes en este planeta, este punto de vista, simplemente, nos está llevando a la autodestrucción y a la soledad más absoluta.
Verán, alejándonos un poco, llama la atención entre muchísimas otras cosas una forma de cultivar los campos y que se está imponiendo, parece ser que, con notable éxito, en tanto que se obtienen pingües beneficios con grandes ventajas, entre las que está un menor impacto medioambiental. Se trata de cultivar en círculo; lo curioso está en que, en uno de los estados de EE UU existe una ley donde entre los espacios resultantes de estos círculos de 1 km de diámetro, la fauna salvaje quedaba protegida, o sea, unos pequeños santuarios donde los animales podrían comer y reproducirse.
Si te paras a pensar, ¿no creen que es caridad con la finalidad de acallar bocas? Definitivamente, si no se hace compatible la necesidad de producir alimentos con el deber de respetar los espacios para que se desarrolle con normalidad la biodiversidad, se respeten a los que conviven con nosotros, priorizándolos, sin desplazarlos, nos seguirá yendo mal.
En Ceuta, hace ya bastante tiempo que se viene hablando con preocupación de unos simpáticos animalillos saltarines, de canto no muy agraciado que interactúan con nosotros y que tienen una buena fama ganada de adorables pícaros, con la reputación de ser ellos siempre los ‘culpables’ de todo.
Al gorrión de ciudad, gorrión común o passer domesticus, cada día más, se le quiere ayudar, tal vez porque es el ejemplo más cercano de las consecuencias de ese egoísmo sin límite, las primeras víctimas de nuestra despreocupación. Créanme pues que considere absolutamente necesario que actuemos con celeridad para protegerlos. Con una pérdida de población estimada entre un 60 y un 80 % de su población, este pequeño animal lanza, a través de su canto, una llamada desesperada de auxilio.