Bakú, la cuna del petróleo, acoge la COP29, una cumbre climática que se celebra del 11 al 22 de noviembre. La capital de Azerbaiyán es el escenario donde se discute cómo frenar el cambio climático, con un enfoque especial en la financiación que los países ricos deben proporcionar a los más vulnerables.
La reciente DANA en Valencia ha subrayado la importancia de estos fondos. Javier Andaluz, de Ecologistas en Acción, destaca que fenómenos como este muestran la necesidad de una respuesta internacional coordinada. Mariana Castaño, experta en cambio climático, añade que es crucial repensar nuestros sistemas urbanos y de gestión hídrica para adaptarse a nuevas realidades.
El éxito de la cumbre depende de la aprobación del Nuevo Objetivo Colectivo y Cuantificado (NCQG). Hasta ahora, los compromisos de financiación han sido insuficientes. Los países más afectados, como los africanos y las islas del Pacífico, exigen al menos un billón de dólares anuales, mientras que expertos sugieren que se necesitan 2,4 billones hasta 2030.
Las negociaciones están marcadas por un conflicto entre bloques. Países desarrollados, liderados por EE.UU., Japón y Australia, se resisten a aumentar sus contribuciones, mientras que el Sur global exige que los responsables históricos de las emisiones cumplan con su parte. La inclusión de China en el grupo de donantes es otro punto de debate.
Además de la financiación, la cumbre es clave para fijar expectativas sobre los planes climáticos nacionales que deben actualizarse antes de febrero. Según Marta Torres Gunfaus, del IDDRI, esta es una oportunidad crucial para presionar por objetivos más ambiciosos, ya que los planes actuales solo permitirían una reducción del 2,6% en las emisiones para 2030.
El regreso de Donald Trump al poder en EE.UU. añade incertidumbre. Su negacionismo climático podría influir negativamente en las negociaciones, aunque el mundo ahora es más multipolar, lo que podría mitigar su impacto. Sin embargo, alcanzar acuerdos sigue siendo complicado debido a la necesidad de consenso entre los casi 200 países participantes.
La cumbre también enfrenta críticas por celebrarse en un país dependiente de los combustibles fósiles y con un historial cuestionable en derechos humanos. A pesar de las ausencias de líderes clave, como Biden y Putin, la presión sobre estos eventos sigue aumentando, lo que es positivo para la rendición de cuentas en la lucha contra el cambio climático.