La Marcha por la Dignidad no existiría si no fuese porque un grupo de personas de Ceuta decidió que aquella injusticia no debía quedar impune y que la responsabilidad de que no ocurriese recaía sobre sus hombros, pero también es lo que ha llegado a ser gracias a la red que se ha tejido con centenares de personas y colectivos de la Península que, año tras año, apoyan al movimiento
Aunque este no pretende ser una artículo derrotista, para quienes han seguido de cerca el movimiento de la Marcha por la Dignidad desde la primera que se celebró en 2014 hasta la octava que ha tenido lugar este sábado, resulta inevitable sentir que esta ha sido la más triste. Rostros serios y expresiones de circunstancias, miradas pérdidas al suelo o al horizonte, y silencio, sobre todo, silencio.
La imagen de unas de 50 personas, colocadas según las señalizaciones para que se respetasen la distancia de seguridad, ha sustituido a las tradicionales estampas de centenares de gentes agolpadas en ese maldito espigón que separa España de Marruecos.
El jaleo y el jolgorio que ponían banda sonora a los instantes previos a la lectura del manifiesto y el resto de intervenciones, ha sido reemplazado por un solemne silencio que solo ha sido interrumpido por las intervenciones que, micrófono en mano, hacía el equipo organizador y por los tímidos aplausos que las sucedían.
Hasta incluso se puede decir que ha sido la marcha menos colorida de todas, una lona sobria con letras negras sobre fondo blanco y ni rastro de las habituales pancartas caseras con mensajes de reivindicación.
Pocas Marchas por la Dignidad se han celebrado sin el visto bueno del astro rey, pero hoy el día tampoco acompañaba. De hecho, un nubarrón ha decidido que la lectura del manifiesto era el momento ideal para descargar su furia. La playa del Tarajal recordaba a los hermanos caídos y el cielo lloraba por ellos.
La estampa de este sábado descubre una evidencia: lo que ha convertido a la Marcha por la Dignidad en algo especial y genuino es el hecho de que centenares de personas muy distintas y pertenecientes a distintos puntos del país se den cita en Ceuta una vez al año unidas bajo la causa común de defender los derechos humanos.
El aprendizaje que se debe obtener de este año es que atomizadas no somos nada. La Marcha por la Dignidad no existiría si no fuese porque un grupo de personas de Ceuta decidió que aquella injusticia no debía quedar impune y que la responsabilidad de que no ocurriese recaía sobre sus hombros.
A la primera marcha se le llamo exactamente así: I Marcha por la Dignidad. Había intención de que se convirtiese en una cita anual. Pero la Marcha por la Dignidad no sería lo que es -y seguirá siendo- si no fuese porque a esas, aproximadamente, cien personas que comenzaron el movimiento en Ceuta se le sumaron, desde la segunda edición en 2015, muchas más desde la Península. Además, los colectivos y asociaciones que han tenido más presencia en las marchas a lo largo de estos años han tejido redes de intercambio y colaboración muy significativas y útiles, sobre todo, para las personas migrantes.
Ceuta este año ha tenido que volver a la casilla de salida. No importa. Ha servido para demostrar que, pasen los años que pasen y vengan los virus que vengan, seguirá habiendo gente en este enclave migratorio que no olvida a Ibrahim, Armand, Dauda, Jeannot, Joseph, Larios, Roger Chimi, Ousman, Oumar, Samba, Yves, Youssouf, Luc y a un fallecido del que, a día de hoy, sigue sin conocerse su identidad y que entiende que otra política migratoria es posible.