“Creo que la mejor manera de apoyar a una víctima de violencia es ayudándole a poner nombre a las cosas y hacerle sentir que no está ni sola, ni loca. Ese es el primer paso y, bajo mi punto de vista, es fundamental querer atender y educar”. En este punto, Inés (nombre ficticio), víctima directa de la violencia machista en su niñez, ejercida por su padre, hace referencia a las carencias educativas existentes en materia de género y afectividad que influyen al conjunto de la sociedad.
Según datos ofrecidos por el Ministerio de Igualdad, los asesinatos de 55 mujeres –por el mero hecho de ser mujeres- solo el año pasado dejaron al menos 46 menores de edad sin madre. Además, un estudio sobre ‘menores y violencia de género’ publicado hace dos meses por el mismo ministerio afirma que “del total de mujeres que han sufrido violencia física, sexual o miedo de sus parejas o exparejas y que tenían hijos en el momento de la violencia, el 63,6% afirma que los hijos la presenciaron. De éstas, el 92,5% afirman que los hijos eran menores de 18 años cuando esto sucedió y el 64,2% de dichas mujeres afirma que estos menores sufrieron a su vez violencia”.
Aunque en los últimos tiempos se hayan puesto en marcha numerosas acciones e iniciativas en apoyo a las víctimas del machismo y en contra del maltrato –como son los espacios de colectivización ciudadana o medidas específicas por parte de las instituciones-, es evidente que son necesarias mayores conquistas en esta lucha. Esto se hace más evidente aún al observar las cifras de las víctimas, en primera instancia, indirectas, y es que valorando que las mujeres presas de una relación de maltrato son normalmente el objetivo final de estas violencias (física, psicológica o económica, entre otras), muchas veces pasa por alto la situación de las hijas e hijos que, de una manera u otra, sufren las consecuencias derivadas del maltrato afectivo. En este sentido, ¿Cuál es el apoyo real que reciben dichas víctimas, concretamente las y los menores de edad que padecen –en un amplio espectro de posibilidades- las relaciones de Violencia de Género?
Las carencias de la praxis
El Punto de Encuentro Familiar de la ciudad de Toledo expone, en la plataforma digital del gobierno de Castilla-La Mancha, que entre sus objetivos se encuentra ofrecer un espacio físico neutral y seguro donde llevar a cabo regímenes de visitas, prevenir situaciones de violencia derivadas del cumplimiento de dichos regímenes, apoyar a padres y madres en mantener la relación con sus descendientes y garantizar el derecho de estos últimos a relacionarse con sus progenitores. Sin embargo, más concretamente en relación a esta última, numerosas organizaciones -como la Plataforma 7N- se muestran contrarias exponiendo la legislación vigente y exigiendo una mayor evaluación de cada caso.
En este mismo centro, Ainhoa Oliva, especializada en mediación familiar, estuvo trabajando como asistenta social durante aproximadamente un año. Cuenta que, habitualmente, unas 20 familias acudían al centro por día y que “en muchos casos existían denuncias y condenas por Violencia de Género”. Esto quiere decir que aun habiendo procesos judiciales abiertos contra un presunto maltratador, un juez había dictaminado un régimen de visitas, cuando no una ‘Custodia Compartida Impuesta’. “Es un tema que levanta ampollas, y más en centros como el Punto de Encuentro, el hecho de que en familias cuyo padre está condenado, ¡Condenado! -recalca con frustración-, el juez siga obligando a la madre a entregarle sus hijos”.
En este sentido y según su experiencia, defiende que “quizá haga falta más intervención directa con los niños, al menos en este tipo de organismos institucionales, ya que en principio sirven como “observatorios” de las relaciones familiares pero siempre en un contexto de supervisión” y aclara: “esto altera el normal comportamiento de las partes”.
Tanto en su carrera laboral como fuera de ella, esta trabajadora social afirma con tristeza que rara vez ha encontrado “casos en los que el maltratador respete a sus descendientes y no los utilice como herramienta para dañar al otro progenitor”. Esto, junto al resultado de las encuestas realizadas por el Ministerio de Igualdad a más de 10.000 chicas y chicos residentes en España constatando que ellas muestran mayor sensibilidad hacia sus madres, evidencia que la clave para acabar con el machismo pasa irremediablemente por una educación afectivo-sexual en Igualdad y en materia de Género.
El testimonio de Ainhoa conlleva a pensar una serie de cuestiones que quizá, en la conquista de derechos y justicias para/con las víctimas de violencia machista, sean de obligada respuesta. ¿Cuáles son las herramientas –jurídicas e institucionales- a disposición de las hijas e hijos de maltratadores? ¿Cómo es evaluada y valorada la situación de los que son menores? Y en este sentido, ¿cómo de efectivos son los mecanismos actuales de prevención y apoyo a dichas víctimas de Violencia de Género?
Jurisprudencia e imposición
El uso del término “víctimas indirectas” en la introducción de este reportaje se hace de una manera prudente, ya que desde el año 2005, la Ley Orgánica 1/2004, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, contempla a hijas e hijos de maltratadores como afectados directos por la violencia hacia sus madres.
En el año 2008 se publica en el Boletín Oficial del Estado un nuevo concepto. Concretamente la ‘Ley 13/2007, de 26 de noviembre, de medidas de prevención y protección integral contra la violencia de género’, define la violencia vicaria como “la ejercida sobre los hijos e hijas (así como sobre las personas contempladas en las letras c y d del artículo 1 bis), que incluye toda conducta ejercida por el agresor que sea utilizada como instrumento para dañar a la mujer”. Sin embargo, no es hasta 2018 cuando una nueva ley, en reforma de la anteriormente dicha, reconoce la manifestación máxima de la violencia vicaria: el asesinato de los y las menores como forma de maltrato psicológico hacia sus madres. Esto se produce 7 años después del parricidio de José Bretón, arrebatando la vida de los menores Ruth y José con el fin de dañar a su expareja.
Por casos como este, se creen necesarias rápidas y contundentes acciones transformadoras de los sistemas actuales en materia de servicios sociales y jurisprudencia. En este sentido, Consuelo Abril, abogada especializada en materia de género e integrante de la plataforma 7N, define en el Tribunal de Mujeres la Guarda y Custodia Compartida como “la corresponsabilidad que tienen los progenitores sobre los hijos y las hijas en caso de ruptura matrimonial o de pareja”, contemplándose como algo positivo. Sin embargo, la abogada defiende que esta medida legal se debe aplicar “siempre y cuando exista el mutuo acuerdo de las partes”.
Por eso, desde la plataforma 7N son críticas con lo que llaman ‘Custodia Compartida Impuesta’. “A mí personalmente, como abogada matrimonialista, me da un miedo extraordinario que se aplique la Custodia Compartida incluso en casos en los que no lo soliciten ni los propios padres”, expone Abril y concluye: “en casos como estos, se demuestra que quienes realmente salen perjudicados, sin lugar a duda, son las y los menores”. De esta manera, son evidentes las carencias existentes en la legislación vigente que requieren transformaciones con perspectiva de género.
Tomando partido
Según el informe anual del Fondo de Becas ‘Fiscal Soledad Cazorla Prieto’ y datos ofrecidos por el Consejo del Poder Judicial, desde que hay registros, más de 700 menores habrían perdido a su madre por la Violencia de Género, y podrían llegar a las 1.400 huérfanas y huérfanos si no contabilizamos únicamente a los menores de edad.
Marisa Soleto, directora de ‘Fundación Mujeres’ y responsable de la secretaría técnica de este Fondo de Becas, expuso el pasado 24 de noviembre las claves de la situación de huérfanas y huérfanos de la Violencia de Género, una de las caras más amargas del maltrato. Además, habló de la experiencia de la fundación Soledad Cazorla en apoyo a las familias de las mujeres asesinadas, todo en una intensa jornada con motivo del 25N –Día Internacional por la Eliminación de la Violencia hacia las Mujeres-.
“Los pasos a seguir contra la Violencia de Género pasan por tres puntos clave.” -comenzaba Soleto- “Primeramente la sensibilización y educación general de la sociedad, por otro lado acabar radicalmente con la impunidad de los agresores y, no menos importante, protección de las víctimas y reparación del daño”. Las conclusiones a las que estas organizaciones han llegado tras sus años de experiencia apoyando a la descendencia de víctimas de maltratos son diversas, y aunque se hayan enfocado en el desvalimiento de hijas e hijos de víctimas mortales, estas claves se pueden extrapolar a otros niveles de violencia.
Otros ojos
Escuchar la experiencia de una de las víctimas de Violencia de Género es quizá la clave para saber en qué punto nos encontramos como sociedad y hacia dónde dirigirnos en referencia a la recuperación de las niñas y los niños que han sufrido las consecuencias de tener un padre maltratador. A continuación el testimonio de Inés (nombre ficticio), que con la edad actual de 25 años recuerda como muy lejanos los momentos más duros de su vivencia con un padre maltratador:
“Me gustaría hablar de una circunstancia en concreto que, probablemente, le haya pasado y esté pasando a muchas niñas y niños y que nadie te explica: el hecho de conocer dos personas en una. Quiero decir, tú vives con una persona con la que prácticamente no hablas, que tiene gestos muy dañinos y a la que temes por comportamientos violentos, pero fuera de casa, sobre todo en compañía de terceros, es una persona totalmente diferente.
Gestionar eso siendo niña es muy complicado porque, o bien lo aceptas y sigues actuando como si de un teatro se tratase, o genera en tu persona cosas muy “feas”. En mi caso, cuando lo encontraba por la calle me convertía en “su chica”, lo llenaba todo de cumplidos e incluso mostraba afecto y preocupación por mí. Yo no quería participar de ese falso trato y eso me generaba incomodidad y rigidez emocional que, a día de hoy, creo que me ha derivado en otras consecuencias psicológicas.”
Una vez que Inés cuenta el punto más complicado de su experiencia personal, explica su perspectiva sobre cómo le hubiesen podido ayudar desde su entorno más cercano.
“Creo que la mejor manera de apoyar a una víctima de violencia es ayudándole a poner nombre a las cosas y hacerle sentir que no está ni sola, ni loca. Ese es el primer paso y, bajo mi punto de vista, es fundamental querer atender y educar -en este punto parece hacer referencia a las carencias educativas existentes en materia de género y afectividad, influyentes al conjunto de la sociedad-.
Por otro lado, creo que la ayuda más importante debe llegar desde el entorno más cercano y cotidiano. Cuando escuches a una amiga o amigo decir que no quiere ni cruzarse con su progenitor debe saltar una alarma dentro de ti. A mí, el hecho de que mis amigas me dijesen “Pero ¿Cómo puedes decir eso de tu padre? Si es muy simpático y divertido” llegó a provocarme reacciones de rabia contra ellas. Este tipo de reacciones, como las que tenían mis amigas, convierten el problema en algo únicamente tuyo, que eres exagerada o que estás contando cosas que no son reales.
Hasta que yo no fui a un psicólogo profesional con motivo de un cuadro de ansiedad y le hablé sobre mi situación familiar, no escuché lo que yo ya creía desde pequeña. “Ya sabrás que tu padre es un maltratador psicológico”, esas palabras significaron para mí un alivio. En ese momento me dije a mi misma: “vale, ni estoy loca, ni equivocada”.»
Quizá sin saberlo, Inés ha desglosado algunas de las que podrían ser las claves para el apoyo y la reparación hacia hijas e hijos de víctimas de violencia de género. Primeramente, tanto el propio testimonio de la chica como numerosas referencias a lo largo de este reportaje exponen la evidente falta de mecanismos educativos que cultiven la consciencia afectivo-sexual, ayudando a las y los menores a conocerse a sí mismos y formando a la juventud en materia de género. En el mismo sentido, diversos relatos muestran que son necesarias actualizaciones en las herramientas de detección, reparación y apoyo a las víctimas con acciones institucionales -políticas y jurídicas- adaptadas y determinantes.
Queda claro que la acción de profesionales del sector social, como son psicólogas y trabajadoras sociales, es decisiva para la recuperación y el crecimiento de niñas y niños víctimas de violencia de género. Si estos casos no son resueltos y tratados puede dar lugar a determinadas consecuencias en la salud psicológica, como pueden ser cuadros de reproducción de los roles existentes en las relaciones de maltrato, carencias afectivas u otros problemas.
Pero, sin duda, una de las problemáticas con mayor importancia en referencia a los niños y las niñas fruto de relaciones de violencia es el papel que juega el entorno social de los mismos. El centro de salud, la escuela o los círculos de amistad -en definitiva, el contexto más próximo- son los espacios óptimos para la detección y el apoyo a las afectadas. La empatía y la comprensión son herramientas que marcarán el camino a seguir en la ayuda y la recuperación de hijas e hijos víctimas de Violencia de Género.
Ante cualquier sospecha de Violencia de Género, llama al 016.