Secuestradas en su propia casa, obligadas a casarse y condenadas por su propia familia. Esta es la situación por la que han pasado Khadija y Huda, dos residentes argelinas del CETI que un día decidieron dejarlo todo atrás y jugarse la vida para llegar a España, huyendo del horror que vivían en su pequeño pueblo, en Argelia. Hoy viven en Ceuta, en el CETI y son voluntarias en el Banco de Alimentos de nuestra ciudad, aunque sueñan con poder viajar a la Península y poder conseguir, por fin, una nueva vida
«Hemos pasado de todo, nos han maltratado en la calle, la familia y el trabajo. En Argelia las mujeres no son iguales que los hombres, nos consideran inferiores y tenemos que hacer lo que digan nuestros padres. Si tus padres quieren casarte, te tienes que casar por fuerza». De esta forma habla de su vida en Argelia Huda, una joven argelina que actualmente reside en el CETI y que llegó a nuestra ciudad huyendo del horror que vivía en su país de origen. No vino sola, la acompaña su mejor amiga, su «hermana» como ella la llama. Ella es Khadija, otra joven argelina del mismo pueblo, cuyo sueño es ser deportista, y que hace tres años también dejó todo atrás en busca de una vida mejor.
Estas dos chicas, de 26 y 27 años, se han criado juntas en un pueblo de la «Argelia profunda». Un pueblo que describen como «una cárcel» y en el que estaban controladas totalmente. No podían tener teléfono, ni carné de conducir, ni siquiera salir a pasear si no las acompañaba un familiar. Estaban secuestradas en su propia casa.
Ambas fueron obligadas a casarse muy jóvenes. Huda con un hombre mayor que ella, que acababa de salir de la cárcel. Khadija con un familiar lejano de 60 años, cuando ella tan solo tenía 17. Las dos se negaron, lo que supuso el rechazo de sus familias, que llegaron a echarlas de casa, además de propinarles varias palizas.
Este fue el punto de inflexión para que estas dos mujeres se armaran de valor y decidieran dejar atrás sus casas. Casas en las que el machismo gobernaba y no eran dueñas de sus vidas. «Si nos hubiésemos quedado en Argelia, hubiéramos muerto», relata Khadilla, que llegó a estar amenazada de muerte por sus propios hermanos cuando se negó a celebrar la boda.
Tan solo una familiar, que anteriormente había emigrado del país y actualmente vive en España, les prestó su ayuda. «Nos dijo que huyéramos, que eso no era vida», cuentan. Con la ayuda de esta mujer, Huda y Khadija pudieron escapar de su casa. Se fueron sin avisar a nadie.
Hace casi tres años que comenzó su viaje. Desde Argelia cogieron un avión hasta Marruecos, donde estuvieron durante cuatro largos meses. Casablanca, Tetuán, Castillejos y Rincón fueron las ciudades por donde Huda y Khadilla transitaron, siendo la última, Rincón, en la que más tiempo pasaron. «Marruecos no es como Argelia, pero también lo pasamos mal», dicen.
«Vivíamos en una pensión, con lo que nos daba [su familiar] podíamos pagar la pensión para dormir. Muchas veces hemos pasado hasta hambre para no estar en la calle. Con lo que pagábamos del alquiler a veces no teníamos para comer. Incluso pedíamos comida en cafeterías», explica Huda, que recuerda además el miedo que las invadía. Miedo a ser deportadas, miedo a ser agredidas, miedo a no conseguir salir de allí.
Durante estos cuatro meses, este sentimiento se apoderó de estas dos mujeres. Ser migrante, de por sí, no es fácil, pero cuando eres migrante y mujer la situación se complica aún más. Tras tres meses en el país vecino, llegó la salvación para Huda y Khadija: las visitó su familiar. La única persona que les había tendido una mano fue la encargada, – por segunda vez -, de «sacarlas» de Marruecos. Estas dos jóvenes retomaban su viaje, aunque no de la forma que a todos nos gustaría.
«Un mes antes de coger la patera, nuestra familiar vino a Marruecos. Buscó al hombre que nos trajo y le pagó para que nos pudiésemos venir en patera a España. Un día esta mujer nos llamó y nos dijo que fuésemos a un punto, que este hombre nos esperaba para traernos y allí estaba», explican.
De esta forma Huda y Khadija pusieron rumbo a España. “En la patera, que pase lo que pase”, pensaba Khadija. “Cuando íbamos a venir en la patera pensamos que teníamos dos opciones: morimos o vivimos. Tiramos para adelante y ha salido bien”, explica Huda.
El viaje no fue fácil. La barca transportaba a un total de 6 personas, cuatro hombres marroquíes y ellas dos. «Pasamos mucho miedo. No sabíamos si íbamos a volcar, el mar estaba revuelto. Temblábamos. Los hombres nos miraban y pensábamos que nos iban a robar”, relatan. Finalmente, tras un viaje en el que para Huda y Khadija el tiempo pasó especialmente lento, llegaron a Ceuta. Desembarcaron en la playa del Sarchal y fueron directas a comisaría.
“Al llegar a Ceuta fuimos a la comisaría, creíamos que nos iban a detener, nos daba miedo, por si nos deportaban, pero la policía nos cogió los datos y nos trató bien”, cuenta Huda.
Unas horas más tarde ya estaban en el CETI, donde viven actualmente. También trabajan como voluntarias en el Banco de Alimentos, donde llevan ya más de seis meses colaborando. «Trabajamos en el almacén, lo ordenamos, preparamos comida…», explican estas dos mujeres Argelinas, que comenzaron su labor en la entidad social acompañadas de otros dos compañeros, que ya se han ido a la Península.
Han cumplido una parte de su sueño, aunque su mayor deseo es poder partir a la Península. «Damos gracias a Dios porque estamos aquí y no allí, pero queremos salir del CETI», dicen, mientras explican que su sueño es poder ser libres, trabajar y tener «su propia vida».
Khadija, que ya era atleta de niña, sueña con poder retomar el deporte y dedicarse a ello. Actualmente entrena, aunque sin equipo, saliendo a correr diariamente. Este es uno de los sueños que le arrebató el machismo y la situación en la que vivía. «“Si hubiese seguido haciendo deporte, hoy día sería algo», dice entre lágrimas, mientras nos cuenta lo que pasó la única vez que pudo engañar a su familia para irse a competir. «Estuve compitiendo en Checoslovaquia, en 2008. Me fui con un equipo de mujeres y niñas como yo. Al volver me dieron una paliza, porque se enteraron que fui a hacer atletismo. Yo les había dicho que iba a estudiar, de viaje de estudios con mis compañeras», cuenta.
Huda, en cambio, únicamente quiere poder trabajar, ganar dinero y, sobre todo, ser libre y conseguir ser feliz.
Estas dos jóvenes han conseguido salir del infierno que vivían en sus países. Ya desde muy pequeñas, con tan solo 12 años, perdieron cualquier atisbo de independencia y fueron encerradas y obligadas a obedecer todo lo que dijeran los varones de la familia. Ellas lo han conseguido, aunque hay muchas mujeres que todavía se encuentran en esa situación y en las que nadie piensa.
Ser mujer en Argelia
Argelia es un país situado al norte de África que cuenta con una población de 44.326.227 personas, de las cuales 21.955.417 son mujeres, un 49,5% del total. Es uno de los países donde existe una mayor brecha de género, que según el Índice Global de Brecha de Género en 2018 era del 62’9%.
Aunque según los datos aportados por la Fundación Mujeres Por África en su artículo «Matrimonio infantil: una flagrante violación de los derechos de las niñas«, el matrimonio infantil en Argelia, se encuentra en niveles inferiores al 10%, es una práctica que sigue llevándose a cabo en el país.
Si hablamos de la situación de la mujer en Argelia, el año que marco «un antes y un después» fue el 2019. A raíz del movimiento conocido como «Hirak argelino» en contra del régimen, nació el «Espacio Feminista«, que iniciaba sus protestas en febrero de 2019 y luchaba por conseguir la igualdad de sexos y un cambio en la situación de la mujer en el país. En junio de 2019 se celebró el primer encuentro de lo que se convirtió en el primer partido feminista de Argelia, un movimiento político que fue polémico y muy atacado por determinados sectores de la sociedad.
A través de este «Espacio Feminista» se firmó un documento, que fue apoyado por numerosas asociaciones y organizaciones, con el objetivo de poner fin a la violencia contra la mujer en Argelia, la abolición del ‘Código de Familia‘ y el impulso de la participación femenina en la política del país.