Hace unos días le pregunté a un compañero de profesión qué le habían parecido las declaraciones que había hecho la directora general de la Consejería de Sanidad en Radiotelevisión Ceuta cuando le preguntaron por los responsables de la misma que ya habían sido vacunados.
Me contestó que no le habían sorprendido, que sus respuestas a las preguntas del periodista eran las que se pueden esperar de una persona con tan escasas habilidades sociales y que fruto de esa escasez consiguió hacer parecer al colectivo veterinario como una parte sin importancia de esa consejería, ya que, según ella, solo se ha vacunado el personal que está en primera línea, como al parecer indica la estrategia.
Después de haber visto tantas películas de temática bélica, para mí el concepto de primera línea es esa zona de la batalla donde los soldados de ambos bandos se enzarzan en una dura lucha y las posibilidades de caer en combate son muy elevadas.
En terminología militar la primera línea es la posición más cercana al área de conflicto del personal. Después de ver las duras y tristes imágenes que a diario nos ofrecen las noticias sobre los hospitales con sus enfermeros, celadores, limpiadores, médicos, etc., que ayudan a sus pacientes más allá de sus fuerzas, esa es para mí la primera línea en la lucha contra esta enfermedad.
Durante el desarrollo de esta pandemia también se ha usado mucho el término “servicios esenciales”. Se me vienen a la cabeza todos los del sector de la alimentación tanto primario como secundario, fuerzas de orden público, bomberos, profesorado y un largo etcétera que todos tenemos claro. Y en ese largo etcétera se encuentran, con orgullo, los veterinarios. Tanto los de la consejería, que a pesar de la “inquietantes condiciones” en las que hoy se trabaja no han dejado de acudir a sus destinos a cumplir con sus obligaciones (explotaciones ganaderas, establecimientos de restauración y de alimentación, mercados, centro zoosanitario, matadero, etc.) como, por supuesto, los veterinarios clínicos, que aunque no se encuadran dentro de la Consejería de Sanidad, hacen un importante trabajo de salud pública, pues durante todo el tiempo de pandemia que llevamos, incluso en los principios de la misma que fueron los peores, mantuvieron sus clínicas abiertas atendiendo la salud de sus pacientes, para salvaguardar la salud y bienestar de los animales y del resto de la población, pues han de saber que hay enfermedades que se transmiten de los animales a los seres humanos, denominadas zoonosis. Y, como todos saben, el ejemplo más cercano es la COVID-19.
Por todo esto reitero que si bien es cierto que no pertenecemos a la primera línea, sí estamos en esos servicios esenciales donde también existe una dosis de riesgo.
Pero volviendo a la desafortunada intervención de la directora general, tuvo la osadía de catalogar en primera línea al equipo de coordinación de salud pública, que según ella en número de 4, han tenido “la peligrosa misión de contactar telefónicamente con los candidatos a ser vacunados” y hacer rastreos telefónicos, que si bien son muy importantes para controlar y vencer a la enfermedad, peligroso, lo que se dice peligroso… Me da la impresión de que no tenemos el mismo concepto de primera línea. Ahora, eso sí, le faltó tiempo para justificar lo injustificable sacando, en primer lugar, que los veterinarios no se habían vacunado porque, por supuesto, no están en primera línea y como se suele decir “se quedó tan pancha”
Gracias a la riqueza de nuestro lenguaje he podido encontrar palabras y conceptos que me permiten plasmar en las siguientes líneas una pequeña reflexión sobre todo esto que está aconteciendo dentro del grupo de los “sanitarios elegidos” (supongo que por la mano de Dios) para ocupar uno de los puestos preeminentes dentro del “ranking local” de merecedores de vacunas.
Nada más conocerse la noticia a nivel nacional de la inminente llegada de las vacunas contra la COVID-19, se despertó en mí la curiosidad por saber cómo se iban a gestionar las unidades que llegasen. Y digo curiosidad porque era sabido que el número de dosis que llegaría sería escaso, que la demanda del producto es mundial y que los laboratorios pueden producir a un ritmo concreto que, por desgracia, no se ajusta al deseado. Todo ello me llevó a pensar que se podían dar las condiciones perfectas para que aflorasen las peores muestras de la miseria humana.
Quiero suponer que en Ceuta la decisión de establecer prioridades a la hora de vacunar a unos o a otros ha estado siempre motivada por la necesidad de salvaguardar vidas como algo prioritario. Por eso, en primer lugar se ha pensado en las personas mayores y el personal que los cuida, después en la clase sanitaria que actúa en primera línea (algunos médicos, enfermeros, celadores, personal de limpieza, etc.), seguido del personal de educación (profesores, etc.), las fuerzas de orden público, el personal de supermercados, el personal que trabaja en las funerarias, los veterinarios, el equipo de coordinación de la Consejería de Sanidad, etc.
Perdón, perdón, perdón… No me he dado cuenta y he puesto al equipo de coordinación de la Consejería de Sanidad en un lugar bastante atrasado cuando en realidad se han vacunado de los primeros.
Cuando leí que cada país determinaría su protocolo de vacunación, me sorprendió que en el nuestro no apareciesen en primer lugar los dirigentes en general junto con las personas mayores en situaciones de vulnerabilidad y el personal sanitario de “primera línea”. Y digo que me sorprendió pues yo siempre he pensado que un país que pierde a sus dirigentes, ya sea a nivel nacional, autonómico o municipal, se convierte en lo que coloquialmente se conoce como “un pollo sin cabeza”.
No imagino a un ejército sin generales por no haberlos protegido o a una nave sin su capitán. Pero “ellos” lo decidieron así y fueron “ellos” a los que se les llenó la boca al decir en los medios de comunicación que serían como “el capitán del navío, que en un naufragio es el último en abandonar la nave”. Ese dicho es cierto y loable cuando se lleva hasta las últimas consecuencias pero en este caso se ha cumplido otro dicho marinero que dice que “las ratas, en caso de peligro, son las primeras en abandonar el barco”. Y lo que esta “nave” necesita para capear el temporal en el que nos encontramos es un capitán con pulso firme en el timón y con un rumbo bien trazado.
¡Pero, pero, pero…! En este momento de mi reflexión fue cuando se me vino a mi cabeza una palabra: dignidad. Y como quería tener las cosas claras miré su significado y me encontré con lo siguiente: “dignidad: cualidad del que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás”. También encontré el concepto de “ser digno” y decía la información que ser digno es “una cualidad y un valor que tienen las personas”. La dignidad se refiere al mérito de una persona por las acciones que hace en pos de la humanidad y en beneficio de los demás y de la sociedad. Cuando una persona toma decisiones adecuadas y actúa libremente es digno de respeto y de reconocimiento y, cuando no, es lo que denominamos “un indigno”. Leí dos veces los significados por si no los había entendido bien, pero tras la segunda lectura me entristeció comprobar que una parte de mis dirigentes se han comportado con indignidad, saltándose el acuerdo de ser los últimos en vacunarse que ellos mismos proclamaron. Por tanto, se han ganado el término indignos.
Por intentar buscar alguna justificación a su comportamiento puedo admitir que dentro del mismo equipo quizá algunos se la mereciesen más que otros, pero de lo que sí estoy convencido es de que ninguno estaba en la famosa “primera línea de fuego”.
Por concluir y hacer referencia al título que encabeza estas líneas, me pregunto lo siguiente: ¿se puede considerar PRUDENTE al colectivo veterinario de esta ciudad, que no ha dicho nada hasta ahora, a pesar de tener conocimiento del desprecio de la directora general de la Consejería de Sanidad con sus declaraciones, o se les puede considerar como TONTOS?
Pues saben qué les digo… que el colectivo de veterinarios de esta ciudad es sin duda un colectivo prudente, aunque se nos quede una sensación de tontos ante tanto “listillo” que anda suelto. Y es porque entre los prudentes y los tontos se han colado “los listillos inmorales”. La moral, entre otras definiciones, es el conjunto de costumbres y normas que se consideran buenas para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas en una comunidad. La inmoralidad se define como los actos contrarios a la moral y a quienes la ejercen se les puede denominar inmorales, que son aquellos que contravienen las normas de la moral porque además saben lo que hacen. ¿Se nos ocurre pensar que pueden existir algunos listillos inmorales en esta ciudad?