Terminábamos nuestro capítulo anterior dando algunos detalles de la corrupción generalizada que se había extendido por todo el territorio del Protectorado, frente a la desidia y el mirar para otro lado de las principales autoridades de la zona, cuando no su participación activa en algunos turbios asuntos.
Nuestra historiadora y principal fuente, María Rosa de Madariaga, destaca como el que no participaba directamente de algún chanchullo, desfalco o latrocinio o era cómplice de los desmanes, constituía una rara excepción. Volvemos al relato de las andanzas del general golpista que, pese a haber comprometido su palabra y su honor en revertir la situación durante su mandato, pasó muy poco tiempo para que esa promesa durmiera en el sueño de los justos.
Por si no tuviera ya bastante con las numerosas pruebas de corrupción que continuamente afloraban en los distintos órganos de la administración, García Valiño se vio también envuelto en asuntos que contribuyeron a enturbiar aún más su ya desdorada reputación. Empezaron a circular noticias sobre la amistad del Alto Comisario con personajes de dudosa moralidad en los negocios, como era el caso del anterior alcalde
de Melilla y Jefe Provincial del Movimiento, Rafael Álvarez Claros, de quien se había hecho muy amigo cuando era comandante general de la plaza. Álvarez Claros era un acaudalado hombre de negocios melillense, con intereses en muy variados sectores económicos. Principal accionista de la compañía de transportes urbanos de Melilla, la Cooperativa Ómnibus de Automóviles (COA).
Era también armador y propietario de buques destinado al transporte de mercancías. Uno de esos buques, el Castillo de Jarandilla, que transportaba desde Santa Cruz de Tenerife a Melilla bidones de gasolina, se incendió, y las mercancías almacenadas en el muelle quedaron destruidas. Pero la gasolina de los 1.600 bidones había sido previamente descargada y vendida. Pronto se difundió el rumor de que el incendio había sido provocado para cobrar el seguro de esa gasolina, que podía rondar las 500.000 pesetas, cantidad en la que se había asegurado la carga. Nada se movía en Melilla sin contar con el acuerdo de los “rafaeles” como les llamaban a García Valiño y a Álvarez Claros. Los dos, en compañía de otro melillense, Jacob Salama, banquero cuya familia estaba asentada en Melilla desde hacía mucho tiempo, habían estado metidos en negocios de artículos de algodón. Este mismo empresario era el representante en Melilla de la multinacional Shell y se erigió en uno de los principales colaboradores económicos del franquismo. Circulaban noticias de otros muchos asuntos de dinero de los que el trío había sacado pingües beneficios.
García Valiño fue el último alto comisario. El 6 de abril de 1956 España puso fin a su Protectorado en Marruecos. Un hecho muy llamativo fue que García Valiño no participara en las negociaciones entre las delegaciones española y marroquí, ni siquiera en la ceremonia de la firma de la declaración conjunta de independencia de Marruecos por parte de España. Según parece, la desconfianza de Franco hacia él era más que
evidente, ya que le culpó de la conflictividad que se trasladó a la zona norte, tras la salida de Francia, por lo que firmó su cese el 4 de agosto de 1956, trasladándolo a la Escuela Superior del Ejército y después a la Capitanía General de la I Región Militar con sede en Madrid. María Rosa de Madariaga, profunda conocedora de lo que había acontecido en el protectorado español durante décadas y que plasmaría ampliamente en su libro
Marruecos, ese gran desconocido. Breve historia del Protectorado español, afirma que García Valiño era un megalómano que, como “virrey” de la Zona española, llegó a pensar que podría seguir beneficiándose de aquella situación privilegiada incluso después de que los franceses abandonaran la zona sur.
Sin embargo, como no hay dos sin tres, después de haber mantenido tantos contactos con las actividades empresariales de algunos dudosos personajes del protectorado y de Melilla, se ve que el gusto por los negocios se fue acrecentando y fue uno de los principales dirigentes de la Sociedad Financiera Internacional de Construcciones (SOFICO), que protagonizó uno de los grandes escándalos del franquismo en el que se vieron implicados ministros, militares y otros altos cargos de la época.
A finales de la década de los sesenta, García Valiño figuraba como Vicepresidente del Consejo de Administración de SOFICO, cuyas operaciones inmobiliarias y financieras desembocaron en un fraude generalizado que supuso la quiebra de la sociedad y de muchos pequeños inversores que fueron estafados. Muchos años después, José Antonio Martín Pallín, fiscal que investigó la quiebra de SOFICO, afirmaría refiriéndose a la mayoría de los miembros del consejo de administración: “Eran hombres de paja que daban imagen de solvencia. Como aforados que eran, elevamos un suplicatorio manifestando que existía en sus conductas indicios racionales de criminalidad.”
El general se libró de las imputaciones, los juicios y de una probable condena porque falleció el 29 de junio de 1972. No cabe la menor duda de que durante su estancia prolongada en puestos de mucha responsabilidad, sobre todo como Alto Comisario, en Tetuán, García Valiño amasó un
importante patrimonio que, tras su muerte, pasó a manos de sus descendientes que han disfrutado durante muchos años de distintas propiedades en la citada localidad marroquí, llegando incluso una de sus hijas a contraer matrimonio con un empresario autóctono, con el que tuvo varios hijos, algunos de los cuales hoy viven en Ceuta y forman parte del entramado empresarial de nuestra ciudad, con varias ramificaciones comerciales y con una magnífica relación con los estamentos dirigentes ceutíes, que le bendicen con el reconocimiento social y con cuantiosas subvenciones al organismo cameral que dirigen y suculentos contratos de publicidad institucional a los medios de comunicación de su propiedad, pese a las grandes sombras de sospechas que recaen sobre ellos, por su supuesta doble nacionalidad, que han utilizado para mantener un tráfico importante de dinero entre Marruecos y las oficinas centrales de las sociedades familiares en Madrid, empleando para ello a “mulas humanas”.
De tal palo, tales astillas…