Y es que todos los años cuando llega el Día Internacional Contra la Violencia de Género parece que tengamos la misma sensación de estar todavía en el punto de partida, eso sí, con un camino iniciado desde hace ya bastantes años desde que se reconoció en nuestra Constitución la igualdad entre hombres y mujeres. Posteriormente, y a partir de ahí el camino nos ha mostrado las desigualdades de género existentes en relación al mercado laboral, la brecha salarial, el acceso a puestos de responsabilidad, la corresponsabilidad en el hogar, la conciliación de la vida personal, laboral y familiar, y por desgracia, el indicador más cruento de todos ellos: la violencia de género o la violencia que sufre la mujer por el mero hecho de serlo.
Es cierto también que en este camino la sociedad ha adquirido conciencia de la dimensión de la execrable lacra del maltrato, y se ha sensibilizado ante un fenómeno sobre el que antes había una tolerancia social fruto de una mentalidad machistamente asentada, normalizada y aceptada.
No obstante, a lo largo de todos estos años, y a pesar de todos los avances, planes, protocolos, leyes, campañas y pactos contra la Violencia de Género, cada 25 de noviembre seguimos redactando los mismos manifiestos exigiendo lo mismo una y otra vez, porque siguen muriendo mujeres que son la punta del iceberg de muchos casos aún desconocidos. Por eso es como vivir el día de la marmota, porque cada vez que matan a una mujer es como volver al punto de partida.