Seguramente todos recordamos la ilusión de ese día en el que entró en nuestro hogar nuestra mascota.
Si hacernos cargo de esa vida fue una decisión bien meditada, ese día fue el comienzo de una nueva y larga etapa llena de satisfacciones y alegrías tanto para la familia como para el animal.
Pero ¿qué ocurre cuando en esa decisión, aun con la mejor de las intenciones, no se meditan suficientemente todos los factores?
Casi con total seguridad ese animal acabará siendo abandonado.
Excusas como problemas económicos (ya es mayor y no podemos afrontar los gastos veterinarios), problemas familiares (el dueño ha fallecido y la familia no acepta esa parte de la herencia) vamos a tener un bebé y ya no habrá tiempo para el perro, en ningún caso sirven como justificante para fallar a quien depende de nosotros para sobrevivir y además nos quiere de manera incondicional sobre todas las cosas.
Puede que haya conciencias que se queden más tranquilas dejándolos a las puertas de un refugio, en una colonia, o en una caja junto a un contenedor pero no se engañen, todo es exactamente lo mismo.
Lo estamos dejando desamparado y estamos poniendo su vida en peligro. Sentirá la misma confusión, miedo y angustia con cualquier forma de abandono.
Nuestro amigo es nuestra responsabilidad, para toda la vida, ya sea la nuestra o la del animal. Hay que tenerlo totalmente claro antes de hacernos cargo de uno.
Porque nadie nos obliga, porque cuidarles y protegerles es algo que elegimos, tenemos que ser muy conscientes antes de dar el paso.
Puedo mudarme, cambiar de horario en el trabajo, tener más hijos, divorciarme, volver a casarme…, pero si tengo mascota tengo que hacerlo contando con ella y seguir haciéndome cargo de cubrir todas sus necesidades. Ese es el compromiso que asumimos cuando adoptamos.
Una realidad que vivimos aún en el siglo XXI.
Enhorabuena por el articulo.