Con su puesto de carne en el coqueto, recogido, mercado de Plaza Azcarate, de un tiempo pasado, ese carnicero, apodado el mallorquín, con su mancha en un lado de la cara, contaba con un producto exquisito, de calidad.
José Sintex era su nombre y apellido. Casado con la santa mujer, de lo buena que era, de Ana Báez. Matrimonio de dos hijos: José Luis, guía turístico, que vive en Torremolinos, y Juani.
Ganadora de un concurso de belleza de Ceuta, la guapa Juani, se casó con mi hermano Kino, de la Publicidad. Pedazo de pan, noble de corazón. No sólo iba a Plaza Azcarate, a por la carne, que era agua de tierna, no que tuviera agua.
Mientras el mallorquín me preparaba mi pedido, me perdía en otro puesto de la plaza. Era el de las almejas cariocas, irrepetibles.
La cercanía, al ser su padre compañeros de mercado, hizo que la mujer de mi hermano, se hiciera con el secreto mejor guardado de la ciudad, que no era la fórmula química de la Coca Cola.
Juani, la muy puñetera, dicho desde el cariño, también se marchó cerca de las estrellas, a contarlas, sin revelar la confidencia. Se fue sin pasar los ingredientes del manjar. Desconozco si su hija, María del Mar, escuchó.
Se puede decir que en Plaza Azcarate, se creó un alimento de dioses.
El mallorquín tenía en su casa un mono. Sería muy mono para él, pero para su santa mujer, y para mí, cuando visitaba, era un animal odioso. Con su amo, no obstante, era otro. Sus razones tendría.
Lo que no tiene sentido es la desaparición del ambiente, del panorama, del escenario, del lugar, de ese mercado de la Plaza Azcarate, al aire libre, tan tradicional, tan de costumbres, tan típico, tan ceutí.
En calle Real, cerrado, no tiene nada que ver, por favor.