En Mexicali, una ciudad fronteriza con California, el problema del fentanilo es palpable. A medida que el sol se pone, las calles se llenan de personas afectadas por esta potente droga. Muchos de ellos caen al suelo, víctimas de sobredosis, mientras que otros deambulan sin rumbo, atrapados en un ciclo de adicción.
La naloxona, un medicamento que puede revertir los efectos de una sobredosis de opioides, es crucial en estos casos. Sin embargo, en México, su uso está restringido a los hospitales, lo que limita su disponibilidad para quienes más la necesitan. Organizaciones como la ONG Verter han tomado medidas para distribuir naloxona de manera clandestina, gracias al apoyo de entidades estadounidenses.
Los cárteles de la droga han establecido laboratorios en la región, aprovechando la proximidad a la frontera para facilitar el tráfico hacia Estados Unidos. Estos laboratorios no solo producen fentanilo, sino que también lo prueban en los habitantes locales, distribuyendo dosis a bajo costo o incluso de forma gratuita para medir su resistencia.
El coordinador de Verter, Salid Slim, denuncia que los cárteles utilizan a las personas como cobayas humanas. ‘Aquí hay producción, trasiego y consumo’, afirma, señalando la gravedad de la situación. La presencia de túneles subterráneos construidos por los cárteles facilita el paso de drogas hacia el norte, intensificando la crisis en ambos lados de la frontera.
En Estados Unidos, el fentanilo se ha convertido en una epidemia. Originalmente recetado para el dolor, su alta capacidad adictiva ha llevado a un aumento alarmante en las muertes por sobredosis. Actualmente, el fentanilo es responsable de dos de cada tres muertes por sobredosis en el país, superando incluso las muertes causadas por armas de fuego.
Con una potencia 50 veces mayor que la heroína, el fentanilo representa un desafío significativo para las autoridades de salud pública. Cada semana, aproximadamente 1,500 personas mueren en Estados Unidos debido a sobredosis de esta droga. La colaboración entre México y Estados Unidos es esencial para abordar esta crisis, pero las soluciones siguen siendo esquivas.
Mientras tanto, en Mexicali, la lucha continúa. Las organizaciones locales trabajan incansablemente para proporcionar recursos y apoyo a los afectados, pero la magnitud del problema requiere una respuesta más amplia y coordinada. La historia del fentanilo en la frontera es un recordatorio de los desafíos complejos que enfrentan las comunidades en la intersección del narcotráfico y la salud pública.