Si un corresponsal “muere, cae o se convierte en detenido, los editores y propietarios de medios… envian al frente a otro (precario) profesional de la información”.
El periodista Paco Audije, participo hace unos diás, en la sede del Parlamento Europeo del Grupo de Apoyo al periodista Pablo González Yagüe para solicitar su liberación de las cárceles polacas. Al regreso ha escrito para “periodistas-es” el artículo del título en el cual, tras describir las duras condiciones de la prisión de González, lo inaudito de ese abuso y las condiciones del trabajo del corresponsal de guerra, concluye con unas consideraciones que ponen en tela de juicio la honestidad de las empresas que contratan a estos corresponsales y que no dudan en dejarlos enredados en una telaraña de intereses perversos que el lector, en su gran mayoría desconoce.
“No es difícil intuir que su castigo tiene que ver con su vida, con la percepción configurada por otros, con una especie de maldición biográfica: Pablo González tiene doble nacionalidad, española y rusa, y el ruso es también para él idioma natural, lo mismo que el español.
Es también víctima de prejuicios relacionados con la historia, con la suya y con las desconfianzas viejas, remotas en el tiempo, de Rusia y Polonia.
Añádase que para algunos profesionales de lo que en francés llaman la barbouzerie –los servicios de los que hablamos– los periodistas apenas somos otra cosa que almacenadores y repartidores de información, casi como ellos. Y esa fracción de los barbouzes no puede aceptar que no todos somos espías, aunque sepamos que en ese campo profesional –seguramente– hay también de todo. En el espionaje, además, hay paraguas y coberturas diversas: desde la cobertura diplomática hasta la alta cocina, desde la alta intelectualidad hasta la fontanería. Hasta los expertos digitales (bueno, de estos hay más). De modo que los profesionales del espionaje polaco parecen haber centrado sus sospechas en una presa fácil: se trata de un periodista. Así de sencillo, un periodista autónomo (freelance) que estaba bien situado culturalmente para entender el conflicto bélico que amenaza Europa en nuestra época.
En esta misma publicación, ya señalé el caso de varios periodistas italianos, Salvatore Garzillo, Andrea Sceresini y Alfredo Bosco, que tropezaron al otro lado de la frontera con las autoridades de Ucrania, mientras se desplazaban por aquel país en guerra.
Fueron asimismo golpeados por la precariedad actual del ejercicio actual del periodismo (eso incluye a Pablo González). Una precariedad que produce falta de respuesta en la opinión y en los medios que siguen la guerra. Porque los lectores y espectadores de los medios no saben nada de las duras condiciones laborales que sufre la mayoría de los enviados especiales que leen o ven en una pantalla de televisión: débiles contratos, viajes sin seguro de riesgos, con propietarios de medios de comunicación dispuestos a olvidarlos al primer traspiés, sin suficiente respaldo de la profesión.
Para ganarse la vida, están obligados a una multiactividad extenuante y peligrosa. Cuando alguno muere, cae o se convierte en detenido (o es expulsado de la zona), los editores y propietarios de los medios apenas levantan la voz y esquivan ese tipo de parones enviando al frente a otro (precario) profesional de la información.
Le suivant, lascia andare il prossimo, next !
Malditos sean también esos irresponsables mediáticos.”