La victoria de los rebeldes islamistas en Siria, encabezados por Abu Mohammad al Golani y su grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS), marca un punto de inflexión en la historia del país. Desde la emblemática mezquita de los Omeyas en Damasco, Al Golani proclamó una nueva era para la nación islámica, evocando imágenes del pasado cuando líderes como Abu Bakr al Baghdadi declararon el califato.
Al Golani, quien anteriormente había jurado lealtad a Al Qaeda, ha prometido moderación y diálogo. Sin embargo, su pasado y las medidas represivas de su administración en Idlib generan escepticismo sobre sus intenciones reales. La comunidad internacional sigue vigilante, esperando que cumpla con sus promesas de inclusión y respeto a las minorías religiosas.
El paralelismo con los talibanes en Afganistán es inevitable. Al igual que ellos, HTS busca establecer un régimen islámico, pero con un enfoque más pragmático. Abd al-Rahim Atoun, ideólogo de HTS, ha sido clave en esta estrategia, inspirándose en las negociaciones de los talibanes con Occidente.
La caída de Al Asad también ha reconfigurado el tablero geopolítico en Oriente Próximo. Rusia e Irán, antiguos aliados del régimen, han perdido influencia. Rusia, debilitada por la guerra en Ucrania, busca ahora negociar con los nuevos líderes sirios para mantener sus bases estratégicas en el Mediterráneo. Irán, por su parte, ve comprometido su puente logístico hacia Hizbulá en su lucha contra Israel.
Por otro lado, Turquía emerge como uno de los grandes ganadores. Ha apoyado a HTS y al Ejército Nacional Sirio, consolidando su presencia en el norte de Siria. El presidente Erdogan ve en este cambio una oportunidad para expandir la influencia turca y controlar a los kurdos sirios, considerados una amenaza por Ankara.
En este contexto, Estados Unidos mantiene su presencia militar en Siria, principalmente para evitar el resurgimiento del Daesh y proteger a sus aliados kurdos. Sin embargo, la política estadounidense podría cambiar dependiendo de la administración en el poder.
El futuro de Siria es incierto. La alegría por el fin de la dictadura de Al Asad se mezcla con el temor a que el país caiga en el caos, como ocurrió en Libia o Irak tras la caída de sus respectivos regímenes. La unidad entre los diversos grupos rebeldes será crucial para evitar una nueva espiral de violencia.
En conclusión, Siria enfrenta un camino lleno de desafíos. La comunidad internacional debe estar atenta para apoyar una transición pacífica y evitar que el vacío de poder sea aprovechado por actores extremistas. Solo así se podrá garantizar un futuro de paz y estabilidad para el pueblo sirio.