Mientras pasaba por la puerta de una pequeña cafetería situada en la Gran Vía, oía cómo salía del interior una voz que decía: “¡No había nadie que pescara el Pez Limón como lo pescaba él; yo nunca he visto una cosa igual!”. A unos metros más, ya en el mercado, me encontré a un amigo al que le comenté lo que acababa de oír y él, al hilo de este comentario, me decía: “¿Tú te acuerdas la cantidad de barcos de pesca de Ceuta que había en el antiguo Muelle de Pescadores? Unos atracados y otros fondeados… y el profundo olor de las redes”. Y me recordó también el ambiente existente en la bulliciosa y humeante antigua lonja, visita obligada de los más madrugadores, “¿Qué tiempos verdad..?”
Por aquella época, hace ya muchos años, bastaba asomarse a cualquier parte del litoral de la Bahía Sur en las cálidas noches de verano para ver cómo los barcos, conocidos popularmente como traíñas, dejaban ver dos luces, verde y roja, y el sonido de sus motores semejante a un tambor, pausado y replicante, faenando con un vigilante en su mástil y un bote en la popa, dispuesto -llegado el momento- para completar el lance: “¡Ya ha calao!”, decía algún niño cuando se cerraba el cerco. Todos los niños de ese tiempo lo vivíamos juntos, como algo que formaba parte de nuestras propias vidas.
“¡Nostalgia pura, querido amigo!” Y ahí nos despedimos. Nostalgia porque forma parte de nuestro pasado más entrañable y que se marcaría a fuego en lo más profundo de cada uno. Pena también, porque somos conscientes de que el efecto sustitución está pasando como una apisonadora por encima de todo, sin tener en cuenta valores, tradiciones o la importancia que tiene para el futuro el conocimiento acumulado de unos trabajadores cuya profesión es de la más dura, penosa y peligrosa que existe. Pena, porque una corriente, anodina y simplista, arrasa haciéndonos perder cualquier referente del pasado que nos guie, que nos tutele.
Al sector pesquero en nuestra ciudad sólo le falta un epitafio que diga: “Murió por abandono, murió por descuido”. Desgraciadamente siempre se consideró a este oficio milenario y a sus trabajadores como algo de menor rango, de menor clase. No se mimó y no se cultivó y no se tuvo en cuenta la enorme importancia que tiene su preservación, y favorecer su evolución de cara al futuro. Es necesario ligar su desarrollo a razones estratégicas y planificar una reconversión bien orientada hasta ahora, en el caso de Ceuta, nunca se planteó. No se entiende que no se reconozca el valor esencial que tiene el oficio de pescador.
Avergüenza saber que mientras planes de empleo, escuelas talleres, talleres escuelas y demás formas de ayudas diseñadas para apoyar a otras profesiones en nuestra ciudad, a la Pesca se la haya marginado de forma tan cruel. Nunca se han empleado recursos suficientes como para tutelar una recuperación creativa al sector de la pesca, simplemente, se les ha olvidado. Lo triste es que todos los ciudadanos de nuestra ciudad saben que siempre hubo recursos económicos suficientes, solo que es más cómodo dedicarse a crear empleos ‘artificiales’ de escaso nivel productivo, como planes de empleo y otros, diseñados para acallar bocas y crear adeptos a la causa. Todo un ejemplo. Así nos va.