Esta crisis nos puede enseñar muchas cosas a quienes estemos dispuestos a examinar y analizar los datos. Podemos aprender distintas acepciones del término “solidaridad”, podemos conocer hábitos de compras de los españoles, e incluso podemos conocer qué recovecos de nuestra casa estaban hasta ahora infrautilizados. Pero si hay algo que me ha quedado absolutamente claro es el nivel de tolerancia tan bajo que tienen los partidos políticos a la unidad.
Cuando todo esto empezó, en el mundo se vislumbraron dos posturas iniciales en la forma de actuar. La primera postura consistió en dar prioridad a la economía, en intentar frenar lo menos posible la actividad económica y la vida normal de la población, confiando en que el virus poco a poco se volvería parte de nuestras vidas. Con esta primera postura no era aceptable adoptar medidas extraordinarias ni restringir libertades, sólo dar recomendaciones a la población. Esta vía la defendieron personajes como Boris Johnson, Donald Trump o Bolsonaro. La segunda postura, mayoritaria, consistió en dar prioridad a la salud, en intentar minimizar el número de contagiados y fallecidos a costa incluso de frenar bruscamente la economía. Esta via implicaba imponer restricciones, confinamiento e y suspender temporalmente derechos fundamentales de los ciudadanos.
De manera genérica podríamos afirmar que la derecha ha defendido en esta emergencia la protección de la economía y de las libertades individuales sobre cualquier otra consideración, y la izquierda, la salud y la protección social. Esto no es ninguna novedad, viene a ser el tópico de toda la vida.
Este resumen parece simple, porque lo es. Sin embargo, la simpleza de este planteamiento requiere definir muy bien lo que entendemos por priorizar la salud, porque de otro modo se convierte en una mera excusa vacía de sentido, en arma arrojadiza para la confrontación política tal y como está sucediendo ahora mismo.
Cuando se defiende que lo primero sea la salud, no hablamos de que debamos tener como objetivo cero muertes, ya sea por el COVID19, por gripe, cáncer o cualquier otro problema de salud. Sería absurdo y muy poco realista que un gobierno supeditara toda su política a conseguir ese objetivo, simplemente porque es imposible de conseguir. Priorizar la salud significa tener un sistema sanitario solvente que pueda dar respuestas con garantías a las necesidades de salud de la población. Dicho de otro modo, priorizar la salud significa que cuando un ciudadano enferme tenga la seguridad de que va a recibir la mejor atención posible por parte del sistema sanitario.
La gravedad de la tasa de contagio ha provocado que, en mayor o menor medida, nos hayamos visto obligados a adoptar la segunda vía de actuación, incluso los que no la defendían. Las razones para esta decisión han sido el riesgo de colapso del sistema sanitario y una cuestión de imagen política. Un número elevado de muertos queda muy mal para el índice de popularidad de un gobierno, todo hay que decirlo.
Pudiera parecer, pues, que todos habíamos aceptado y estábamos conformes con priorizar la salud, que la desescalada gradual planteada hasta finales de junio era una medida razonable, y que el estado de alarma propuesto para conseguirlo tenía una fecha de caducidad consensuada. Pero la realidad nos está empezando a dar las bofetadas de siempre.
Una vez que los partidos políticos y la población han comprobado que la famosa curva del coronavirus se está aplanando, nos hemos empezado a relajar y a pensar en otros problemas. De repente, se está imponiendo el miedo a algo al menos tan inquietante o más que el número de fallecidos, que es la quiebra del estado de bienestar por una catástrofe económica.
Con este escenario encima de la mesa, la relativa unidad política que hemos tenido en España durante todo un mes ha saltado por los aires. De nuevo, los partidos se posicionan y echan mano a su ideología para hacer política. El Gobierno, insiste en poner el acento en la protección social y en la prudencia sanitaria, mientras que la derecha se empeña en enarbolar de nuevo la bandera de la libertad para poner en manos de cada uno la responsabilidad de ser cívicos y de empezar a relanzar la economía como prioridad ineludible.
La pregunta que me viene a la mente es quién tiene razón. Probablemente todos tengan algo de razón y ninguno la tenga en su totalidad. Ya no se trata de decidir entre salud o economía, entre susto o muerte, aunque se siga planteando en esos términos. Cuando el sistema sanitario estaba a punto de colapsar, la prioridad era evidente. Ahora se trata de conseguir un equilibrio entre las dos.
El problema económico es incuestionable, y el equilibrio con la situación sanitaria, imprescindible. Debemos relanzar la economía, ya no podemos limitarnos a sobrevivir a un virus si vamos a morir de hambre por perder nuestros empleos (con toda la exageración literaria que encierra esa frase). Pero conseguir esto es imposible, repito, IMPOSIBLE sin una unidad de acción política.
Sin embargo la unidad política se está convirtiendo en el problema. Nos enfrentamos a la demagogia en que se están instalando de nuevo los partidos para volver a posicionarse. Cuando escucho hablar otra vez a la izquierda de impuestos a los ricos o a la derecha de la pérdida de derechos y libertades al que nos somete el gobierno, me asalta una pereza indescriptible. Si alguien tenía una mínima esperanza de que todos los partidos políticos mostraran altura de miras por el bien del país, ha sido un ingenuo.
Dicen que cada persona es un mundo. Las personas somos complicadas porque todos tenemos distintas motivaciones. Pero cuando nos juntamos en grupos sociales la cosa cambia, nos volvemos predecibles, poco dados a la reflexión y fáciles de manipular.
¿Realmente nos merecemos que otra vez nos utilicen, nos manipulen a las masas para enfrentarnos en bandos en la lucha política de siempre? ¿No hay prioridades mucho más urgentes que esa eterna lucha partidista?
En estos dos meses hemos visto que el civismo de los españoles tiene un límite, y ese límite está en el nivel de permisividad que se nos otorga. Desisto de intentar entender si es por nuestra cultura, por el clima, por nuestra estructura social, o por nuestros valores, pero los españoles no estamos siendo capaces de estar a la altura de lo que se nos exige. Aglomeraciones, nula distancia de seguridad, fiestas privadas, botellones, desplazamientos, deporte acompañado, caceroladas, terrazas con más mesas de las permitidas… al relajar la dureza de las restricciones, el incumplimiento de las normas está siendo verdaderamente bochornoso, ante la frustración, desesperación y mirada atónita de los sanitarios que lo han dado todo en esta emergencia.
Somos incapaces de ser responsables. No debe sorprendernos que el nivel de nuestros políticos sea un reflejo fiel de lo que vemos cuando nos miramos al espejo.