“Yo no camelo perfumes de Nina Ricci,
soy más de libros de la Silvia Federicci,
será mejor que trates mejor a esas bitches,
no sea que de repente me escuchen y se compinchen”
Gata Gattana – Lisístrata
El control de los medios ha sido, y sigue siendo, una estrategia de adoctrinamiento de la sociedad. Esta aseveración viene enfrentada a otra; la cultura -música, literatura, pintura, escultura, etc.- ha sido, y sigue siendo, un elemento fundamental en el desarrollo de la conciencia social. En este artículo nos vamos a centrar en el papel de la literatura dentro del movimiento feminista.
La historia nos enfrenta a ejemplos donde regímenes, grupos y movimientos religiosos han querido frenar el desarrollo social por medio de la quema o censura de libros. Ejemplos de esto fue la destrucción de la Biblioteca de Alejandría en sucesivos actos como el incendio de Julio César en el 48 a.C., el ataque del emperador Aureliano de 270-275 o la quema de libros de los nazis en Bebelplatz el 10 de mayo de 1933. En España, la censura de libros durante la dictadura franquista fue una práctica habitual por parte del régimen, con casos tan notorios como “La casa de Bernarda Alba”, “1984”, “La Regenta” o “El extranjero”. Llegados a este punto, cabe preguntarse ¿cuál es el papel del patriarcado en el movimiento social feminista?
La estrategia del patriarcado ha sido más sutil con el movimiento feminista. Por supuesto que ha habido censura, y también formas de sortearla, como el ejército de mujeres que a lo largo de la historia ha tenido que firmar con seudónimos o nombres masculinos para poder publicar sus obras. Justamente, la fórmula desarrollada por el patriarcado para frenar el feminismo no ha sido otra que la invisibilización en la literatura, ya sea por uso de falsos nombres o por el ostracismo mediático. Era más sencillo cuando nos limitábamos a ser musas, cuando solamente se dedicaban a escribir sobre nosotras, a alabar nuestra belleza, a hablar sobre nuestra delicadeza, sobre nuestra pureza, creando así, además, el estereotipo del “sexo débil”. Ya lo decía Neruda, «me gusta cuando callas porque estás como ausente», pero dejamos de ausentarnos, empezamos a escribir y se echaron a temblar. Cada vez que una mujer coge una pluma, el patriarcado se sacude y sigue desmoronándose, porque si escribimos, si leemos, si pensamos, no se sostiene. Un claro ejemplo es Emily Dickinson. Ella vivió en la anomia social, quizá porque no pertenecía a la época en la que le tocó vivir -finales del siglo del XIX en Estados Unidos-. Escribió más de 1.800 poemas, de los cuales se publicaron escasamente una docena. Sin embargo, tras su muerte, su hermana publicó una colección de poemas de Emily bajo seudónimos y nombres masculinos de renombre social.
Virginia Woolf en “Una habitación propia” apunta muchas de las claves para comprender la invisibilización de las mujeres en la literatura. Ella señala que es necesario tener una habitación propia para escribir y una financiación fija mensual, factores de los que no disponían la mayoría de las mujeres londinenses de principios del siglo XX. ¿Y por qué una habitación propia? Muy sencillo. Una habitación propia se traducía en un lugar donde reflexionar, conocerse, pensar y escribir sobre todo ello. Un lugar donde tener intimidad, donde ser libre, donde poder desnudar el alma y plasmarlo en el papel. Virginia Woolf evidencia el hecho de que las mujeres de esta época escribiesen únicamente novelas “románticas” -o sea, sobre los mitos del amor romántico-, puesto que parten de su conocimiento situado, de su realidad cotidiana.
De tal forma que escritoras del siglo XX como Jane Austen, Aphra Behn y Anne Finch, que alcanzaron cierta reputación por sus obras, estaban abocadas al género de la novela, ya que según Woolf es un género que requiere de menor concentración y se podía producir en espacios fuera de “una habitación propia”. Es decir, las mujeres de la época escribían sobre aquello que conocían, y sin esa habitación era imposible que se conocieran ellas mismas, era imposible que reflexionaran. No nos han permitido que nos conozcamos, pues cuando una mujer se empodera y lo comparte con el mundo mediante la literatura, ese fuego se propaga.
Sin duda alguna, quien mejor supo escribir sobre la sociedad patriarcal del Norte Global del siglo XX fue Betty Friedan. Su libro “La mística de la feminidad” sembró las bases del movimiento feminista post-sufragista. Ella teorizó sobre la infelicidad, insatisfacción y frustración femenina en una vida capitalista y patriarcal. Habló, además, sobre los cánones de belleza de la época y sobre cómo esto se convirtió en una herramienta de control esencial para el patriarcado, que consiguió que las mujeres, pese a tener las mismas preocupaciones y frustraciones, no fueran capaces de compartirlas las unas con las otras, siendo más importante hablar de sus cabellos dorados.
La invisibilización ha sido tal que, si analizamos el temario de Lengua y Literatura de la prueba de Selectividad, la única mujer que aparece es Rosalía de Castro… Resulta curioso, además, que la única autora española que goza de esta trascendencia forme parte de un movimiento literario como es el romanticismo, que denota, en general, una personalidad caracterizada por una inestabilidad emocional notable que solamente escribe cuando vive momentos de gran intensidad. O lo que es lo mismo, que pese a sus avanzadas reflexiones, pese a aseverar que “todavía no les es permitido a las mujeres escribir lo que sienten y lo que saben”, Rosalía de Castro es conocida por contar con una obra en la que habla con gran tristeza y morriña.
En la actualidad, queremos cambiar la invisibilización. El objetivo es empoderarnos desde la literatura, ¿cómo? Leyendo, feministas, leyendo. Por medio de la lectura generar un ejercicio de sororidad y empoderamiento feminista que cale en todos los estratos sociales. Apoyando los libros de las nuevas generaciones de feministas como Srta. Bebi, Tres Voltes Rebel, Luna de Miguel o Elvira Sastre. Leyendo, conociéndonos, reflexionando, pensando, escribiendo, para crear así un movimiento feminista antirracista, decolonial, inclusivo, sororo, interclasista y reivindicativo.
Literatura feminista y de empoderamiento femenino como la obra de Silvia Federicci, Chiamamanda Ngozi, Lucía Baskaran, Gioconda Belli, Nuria Varela, Virginie Despentes, Paul B. Preciado, bell hooks, Carmen G. de la Cueva, Gloria Steinem, Marcela Serrano o Mary Beard…
Feministas, ¡leámonos! Llevamos siglos leyendo libros escritos para una sociedad antifeminista por el patriarcado, que va a caer a golpes de pluma.