Un anuncio inesperado del cierre de la frontera no les dio la oportunidad para decidir. En Ceuta, su trabajo; en Marruecos, su vida. Amina dejaba a sus cinco hijos; Rabia, a su marido enfermo de cáncer; y Touria a su madre y a su marido enfermos sin saber que no volvería a verlos. ¿El único motivo? Desde Ceuta, al menos, podrían ayudarles enviándoles dinero
Justo se cumplen 25 meses desde el cierre de la frontera y, a día de hoy, seguimos conociendo testimonios de los trabajadores y trabajadoras transfronterizas. Sus vidas se quedaron paralizadas el día 13 de marzo cuando se anunció el cierre de la frontera inesperado, y dos años después, las prórrogas mes a mes siguen notificándose de forma oficial. A muchas de estas personas no les dio tiempo a marcharse, y cuando se abrieron los pasillos humanitarios decidieron quedarse aquí para contribuir con su sueldo al cuidado de sus familias.
Pero no hablamos tan solo de dos años de incertidumbre para estas personas, hablamos de mujeres y hombres que en todo este tiempo han vivido atemorizados de que al otro lado de la frontera ocurriera algo y no pudieran estar con sus familias. A lo que hay que sumar la inestabilidad laboral, además de la lucha por conseguir un techo bajo el que dormir. Y así ha sido para Amina, Rabia y Touria. Rabia, a sus 56 años, lleva más de 30 años trabajando en Ceuta. Amina, a sus 40 años, lleva desde los 18 años trabajando en nuestra ciudad. Touria, con 47, también cuenta por decenas los años de experiencia como trabajadora transfronteriza.
Rabia y Amina son madre e hija, y en Marruecos tienen a su marido y padre enfermo de cáncer. Rabia tuvo que decidir entre volver a Marruecos y cuidar a su marido o permanecer en Ceuta y conservar su trabajo. Muy a su pesar, sabía que desde este lado de la frontera podría, al menos, conseguir el dinero para pagar sus medicinas, que cuestan 50 euros al mes, y ayudarle de ese modo, sin embargo, desde allí solo podría permanecer a su lado. Amina, a su padre enfermo, le sumaba la crianza de cinco de sus hijos, y con todo lo que tenía a sus espaldas, ni siquiera tenía la libertad de decidir quedarse en Marruecos, porque había muchas bocas a las que alimentar. Rabia se comunica con su marido a través de videollamada, herramienta que también utiliza para ver cómo crece su nieto, que nació durante el confinamiento y a quien aún no ha podido conocer en persona.
Touria es otra trabajadora transfronteriza que tuvo que decidir entre conservar su trabajo y asegurarse sus ingresos o volver a Marruecos a estar con dos personas que la necesitaban: su madre y su marido, ambos enfermos. No obstante, ella también tenía claro que a este lado de la frontera podría ayudarles a conseguir aquello que les haría aguantar un poco más hasta poder estar con ellos: las medicinas. Mientras tanto, la hija de esta cuidaría de ellos. Pero la muerte de ambos llegó el mismo año, haciendo a esta mujer experimentar el dolor más grande, el de perder a su madre y a su marido a la vez, y al de no tener la oportunidad no solo de acompañarlos en su enfermedad, sino ni siquiera de despedirlos. Por su cara a penas salen ya lágrimas, y tan solo es capaz de llorar cuando ve el mar, por lo que acude cada día a la frontera para desahogarse. Es allí donde ella y su duelo se funden. A Touria le cuesta pronunciar la palabra ansiedad, una ansiedad que habla por sí sola con solo mirarla a la cara.
A esta decisión tan dura se suman las diferentes adversidades por las que han tenido que pasar cada una de ellas durante este tiempo. Cuando la frontera estaba abierta, ellas iban y venían cada día. Pero con esta situación sobrevenida, tuvieron que improvisar un hogar en el que ya llevan dos años.
Rabia pudo ir a vivir con una amiga durante un tiempo, pero Amina no podía irse con ella porque ya eran dos, entonces se quedó con una prima. Pero la estancia se alargó tanto que tuvo que dejar esta casa porque ya vivía mucha gente. Entonces, comenzó a vivir con su empleadora al precio de recibir menos ingresos al mes. Desde hace un año comparte piso con dos chicas y junto a ella vive su marido y su hijo más pequeño. Con lo que le sobra del alquiler, envía dinero a sus otro cincos hijos, y con lo que puede va viviendo. A Rabia, una conocida le alquiló lo que viene siendo un garaje convertido en casa. Allí tiene su baño, su cocina en el pasillo y dos camas en un cuarto donde también se aloja su nieto. Un lugar sin ventanas y sin ventilación, pero lo único que le permite a esta transfronteriza ser independiente.
Todas han tenido el deber moral de volver a Marruecos, sin embargo, desde el otro lado de la frontera le daban fuerza para que continuaran en Ceuta un poco más, porque en el fondo eran conscientes de que estando aquí era la única forma de poder ayudar. «Si estamos aquí, podemos aguantar, pero si volvemos a nuestro país, no sabemos en qué vamos a trabajar», reconoce Touria, que ha vivido una auténtica pesadilla para poder encontrar un sitio donde dormir, teniendo que enfrentarse a cientos de desaires y falsas promesas, e incluso a dejarles en la calle.
Mientras tanto, desde agosto de 2021 se concentran cada lunes en la Plaza de los Reyes para pedir una solución a su situación de bloqueo. La reanudación de las conexiones marítimas entre España y Marruecos ya han comenzado, y aunque esto no es una opción para estar personas que se encuentran atrapadas en nuestra ciudad, hacen ver que la solución está más cerca. Sin embargo, los rumores de apertura de la frontera terrestre de Ceuta y Melilla sí que suponen otro escenario más próximo para los trabajadores y trabajadoras transfronterizas, del que están muy pendientes ya que podría resultar el comienzo del fin de estos dos años de espera. Pero el colectivo no se conforma con la posibilidad de ir a Marruecos y ver a su familia, debido a que después de tanto tiempo de lucha y aguantando a este lado de la frontera, lo que quieren es tener las garantías para regresar a sus puestos de trabajo aquí en Ceuta. Sus pesadillas solo terminarán cuando así sea.