Sin luz ni agua, escondidos y siempre alerta para no ser «descubiertos» por la Policía. Así viven cientos de migrantes que con cartones, mantas y hojas de palma han construido campamentos donde poder pasar la noche, refugiarse y guardar sus pocas pertenencias. Son cientos de historias ocultas distintas zonas de Ceuta pero que comparten una característica común: todos sueñan con llegar a la Península. El Foro de Ceuta ha pasado una jornada junto a estos migrantes, en su mayoría marroquíes, para poder saber, de primera mano, como es el día a día de estas personas que prefieren estar solos y lejos de su familia en Ceuta, que volver a un país donde no tienen futuro
Desde el pasado 17 de mayo, cientos de personas se ocultan en los bosques de Ceuta para evitar ser interceptados por la Policía y posteriormente deportados a Marruecos, cuando la frontera entre Ceuta y Marruecos se abra.
Cada día se acercan a las duchas de la playa de Benítez decenas de jóvenes y niños que viven en las inmediaciones, en los descampados o el propio monte, donde han «construido» sus nuevos hogares en campamentos improvisados, que carecen totalmente de servicios básicos.
Los levanta la luz del sol y dejan de tener claridad cuando este se pone, guardan los pocos enseres que tienen cuidadosamente, en estos campamentos en los que, aseguran, en muchas ocasiones «viven mejor que en Marruecos».
Todas estas personas llegaron el pasado 17 de mayo con lo puesto, muchos, incluso, en chanclas y bañador. Son numerosas las personas de Ceuta que diariamente acuden a la zona de Benítez para ayudarles. Asociaciones y personas anónimas gracias a las que los marroquíes pueden acceder a un plato de comida y una muda de ropa.
Buscando la oportunidad de ir a la Península
El Foro de Ceuta ha visitado algunos de estos campamentos en los que viven los migrantes que no han querido regresar a su país y que han preferido quedarse en Ceuta, esperando la oportunidad de poder cruzar a la Península en los bajos de algún camión, entre la chatarra que se transporta a la Península o incluso agarrándose a los patines de los ferrys. Algunos, los que tienen «más suerte» y algún dinero ahorrado, optan por pagar a las mafias los más de 1.000 euros -y hasta 4.000- que cuesta pasar desde Ceuta hasta la Península en una embarcación. Otros tantos, optan por adquirir trajes de neopreno y kayaks o canoas hinchables para intentar navegar con estas hasta la Península.
Todos ellos tienen un denominador común: continuar su viaje y llegar hasta la Península, donde familiares, amigos o conocidos les esperan para ayudarles a buscar un trabajo y poder así mandar dinero a sus familias en Marruecos.
Los campamentos en los montes de Ceuta, el «nuevo hogar» de cientos de migrantes
Hemos compartido una jornada con algunos de estos marroquíes, comprobando las condiciones en las que viven. No tienen luz, ni agua. Diariamente se trasladan, desde primera hora de la mañana, hasta las duchas de la playa de Benítez, el único lugar en el que pueden asearse y conseguir agua para beber y cocinar.
Las condiciones en las que duermen son infrahumanas. Cartones, hojas de palma y mantas se han convertido en las paredes techos y camas de los asentamientos en los que los recién llegados comparten espacio con otros migrantes, que ya llevan tiempo en la ciudad, algunos de ellos aseguran llevar años en Ceuta.
Mohamed, Ilias y Yunes son tres de los migrantes que viven aquí. Aunque dos de ellos tan solo tienen 15 años no quieren ir a los centros habilitados por la Ciudad. Piensan que serán deportados a Marruecos. El mayor se mantiene escondido. Los tres comparten una esperanza: conseguir llegar a la Península. Otro chico se acerca a hablar con nosotras, nos enseña su brazo y las heridas que tiene, «son hechas por mí, me pegaban mucho y un día intenté quitarme la vida. En Ceuta estoy más seguro que en Marruecos», nos explica.
En un momento nos rodean hasta 20 chavales, quieren cortarse el pelo y nos preguntan si tenemos máquina o si conocemos a alguien que pueda ayudarles. «Queremos estar bien, tenemos el pelo largo y no queremos coger piojos» nos detallan, con señas y algo de español y dariya que chapurreamos entre todos.
Aseguran que prefieren vivir así que «malvivir» en Marruecos, un país en el que las fortunas se acumulan en pocas manos y donde su población más vulnerable se ve afectada por la pobreza, sobre todo en el norte del país, que sufre una fuerte crisis económica provocada por el cierre de la frontera con Ceuta, la fuente de ingresos de gran parte de la población. Han sido numerosas las protestas que se han llevado a cabo en Castillejos, en las que miles de personas se han congregado durante varios viernes para pedir que se retomen las conexiones entre países.
Todos nos cuentan que prefieren estar viviendo aquí, solos y lejos de sus familias, que volver a las condiciones en las que estaban en Marruecos.
También hablamos con otro niño de 12 años cuya situación nada tenía que ver con la de Mohamed o Ilias. Con una imagen totalmente diferente, muy aseado y en un inglés perfecto, nos cuenta que él tampoco quiere volver a Marruecos. Es menor de edad y se niega a ir a un centro de menores, su intención es llegar a Barcelona, donde su familia le ayudará a retomar sus estudios y labrarse un futuro.
Esta es la imagen más dura de esta crisis, que más que migratoria es humanitaria, en la que miles de personas, miles de historias han «cruzado la frontera» y ahora malviven en Ceuta para con la esperanza de cruzar algún día los 14 kilómetros que nos separan de la Península y tener una vida digna.
Una crisis política, migratoria y humanitaria que no termina
El pasado 17 de mayo se produjo la mayor crisis migratoria y humanitaria conocida en la historia reciente de Ceuta y de España, una crisis migratoria y humanitaria derivada de la crisis diplomática existente entre España y Marruecos que tuvo su punto álgido con la acogida humanitaria del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali.
Parece que las conversaciones entre ambos países siguen estancadas. Marruecos sigue presionando a España y España sigue manteniendo su postura. Ghali, que ya ha salido del país y actualmente se encuentra en Argelia, fue juzgado por la Audiencia Nacional la pasada semana, que finalmente sentenció que no veía indicios de delito, por lo que quedo en total libertad.
Aunque Ghali ya no está en territorio español, las consecuencias de esta crisis diplomática -que aún no ha terminado- permanecen y se pueden comprobar en las calles de Ceuta cada día, donde miles de personas continúan vagando por la ciudad, sin tener a donde ir.
Aunque se calcula que unas 8.000 personas han regresado a su país -la gran mayoría de ellas voluntariamente y algunos de manera obligatoria- estos jóvenes y niños que permanecen escondidos de la Policía, siguen en nuestra ciudad sin más recurso que acudir que las asociaciones voluntarias que les dan ayuda humanitaria.