Dar por zanjada una posición con respecto a la frontera con el país vecino es imposible; creer que se pretendan estándares basados en la calidad del servicio es una utopía; pensar que las medidas que se puedan adoptar están dirigidas a mejorar la convivencia es un sueño bien intencionado, como hice yo en mi último artículo, donde quise encontrar una lógica y un motivo de comprensión de las políticas llevadas a cabo por el Reino de Marruecos con respecto a la frontera con Ceuta. Entonces manifesté que lo hacen en “defensa del lógico interés que éste país tiene de defender su economía” para dar fin a un problema que ellos mismos han permitido y alimentado durante todos estos años. Se les olvidaba, ‘quizás’, que en el pecado iba la penitencia, penitencia que, al parecer, se les ha hecho insoportable. Un acto de buena voluntad por mi parte al dar mi opinión, lo tengo que reconocer.
Lo digo porque, nuestros vecinos, en los últimos tiempos, dan un paso más con el único interés de perjudicar a las ciudades de Ceuta y Melilla; medida que no admite interpretaciones y que no debería haber entrado nunca a formar parte de su estrategia. Se le olvida a Marruecos que hay principios que han permanecido durante décadas, como el de buena vecindad, que han permitido confraternizar y ha facilitado el desarrollo de su zona norte y contribuido, también al bienestar del sur de Europa, dando de comer durante bastante tiempo a muchos de los súbditos de ambos países.
Los últimos movimientos en su política y las últimas declaraciones de intenciones han creado una enorme inquietud a los ciudadanos de ambos países que ven la necesidad y el momento de que España aplique, con todo derecho, el principio de reciprocidad. De momento, la puesta en marcha de esa política ha logrado paralizar la entrada de pescado por la Aduana del Tarajal, obligando su paso por Tánger, con lo que se ha conseguido que los mismos productos que llegaban a nuestra ciudad pierdan calidad y cuesten más caros ¿Quién está contento?
Ahora, sólo cabe esperar que las medidas adoptadas por Marruecos estuvieran dirigidas a acabar con un comercio llamado atípico, de naturaleza enfermiza y miserable y que debería haber avergonzado, hace mucho tiempo, a quien lo permitía a ambos lados de la valla.
Espero por todos mis conciudadanos que tienen una segunda residencia en Marruecos, familiares o simplemente ceutíes que viajan para hacer turismo o compras, que todo se solucione más pronto que tarde.
Si no es así, si los motivos son otros que, también, nos podemos imaginar, tengo que lamentar y decir que las autoridades de Marruecos permanecerían en el típico error donde ‘un árbol no deja ver el bosque’. Lamentable, sería muy lamentable.