Vivimos tiempos convulsos. Mientras asistimos a los inicios de una guerra de consecuencias aún imprevisibles, seguimos sufriendo los efectos de la subida de los precios de la gasolina y la luz, la inestabilidad en la política nacional, el auge de distintas formas de violencia por razón de género, orientación sexual, raza… y, por supuesto, intentamos recuperarnos de los efectos de una pandemia que nos ha afectado a todos los niveles (social, económico, personal…)
Tiempos donde las prioridades en los ámbitos de gestión y responsabilidad cambian o se desdibujan en función de intereses alejados, en muchas ocasiones, del sentir y necesidades del conjunto de la ciudadanía. La absoluta certeza de una necesidad común no asegura, en modo alguno, la respuesta adecuada por parte de los poderes públicos y políticos.
El ejemplo más claro es como las voces contundentes de todas las administraciones y partidos políticos en favor de la sanidad y sus profesionales en lo peor de la pandemia se han convertido en ecos de un pasado que no quieren recuperar y, mucho menos, hacer realidad las medidas comprometidas para salvar nuestro sistema sanitario.
La urgente necesidad de mejorar y reforzar nuestra sanidad, tan clara, tan mayoritariamente aceptada no hace tanto tiempo, ha quedado relegada, por no decir deliberadamente retirada, de la agenda pública y política de unos y otros. En las esferas de poder ya nadie quiere salvar la sanidad, ya nadie quiere cuidar a los que cuidan.
Ante esta realidad, a los profesionales que sí nos sigue preocupando, y mucho, el presente y futuro de la atención sanitaria en nuestro país, nos quedaban dos opciones, aceptar la injusticia y la frivolidad política e institucional o rebelarnos contra ella.
Con todas las consecuencias, hemos optado por alzar la voz y no cesar en exigir lo que creemos que requiere nuestra sanidad pública hasta que logremos que, además de escucharnos, hagan realidad todas aquellas medidas que acaben con la precariedad y el abandono que sufrimos.
Dos concentraciones, en los centros de salud y en los hospitales de todas las capitales de provincia, han supuesto el inicio de un camino sin retorno que hemos emprendido las enfermeras, enfermeros y fisioterapeutas exigiendo respeto y dignidad, para nosotros y nosotras, pero, sobre todo, para los más de 47 millones de personas de nuestro país que necesitan y merecen una atención sanitaria y unos cuidados seguros y de calidad.
Acabamos de empezar. En las próximas semanas seguiremos movilizándonos en distintos sitios y ante distintos estamentos públicos y políticos sin descartar ningún tipo de acción reivindicativa y de presión en función de la respuesta que obtengamos por parte de gestores y partidos.
¿Convocaremos huelga? Sin duda se contempla esa posibilidad, aunque no es, en principio, nuestro deseo al querer preservar siempre el bienestar e intereses de los pacientes y ciudadanos.
Llegados a este punto, no deseamos, no queremos, no pedimos…, sino que “exigimos” soluciones porque si no se toman e implementan a muy corto plazo, el grave deterioro que ya desde hace años sufre nuestro sistema sanitario, y que la pandemia del Covid-19 ha evidenciado sin lugar a dudas, nos llevará a un punto de no retorno en el que los únicos que saldrán beneficiados son los que ven a la sanidad como un atractivo y próspero espacio empresarial de lucrativo negocio.
Las cerca de 400.000 enfermeras, enfermeros y fisioterapeutas lo tenemos muy claro y confiamos en que a nuestro movimiento reivindicativo se sumen otros colectivos, tanto profesionales como de pacientes, usuarios…, para que nuestra voz sea mayor y más fuerte.
Cuando no hace tanto alertábamos de que la paciencia de los profesionales había llegado al límite, muchos responsables públicos y políticos no creían que las advertencias se convertirían en realidad. Craso error, ya lo estamos demostrando y seguiremos haciéndolo para garantizar el bien más preciado que todos y todas tenemos, como es nuestra salud y nuestra propia vida.
Porque nos sobran razones, exigimos y seguiremos exigiendo soluciones.