¿Cómo repeler las invasiones fantasmas que inundan nuestro diario? Esa intolerancia generalizada que discrimina a los que desean avanzar un paso más allá. Europa justifica el racismo a la vez que crea una guerra tras otra. Rojo, todo muy rojo alrededor. Salpica. Los ingenuos illuminati creen ser dioses sobre la Tierra. Una idea pueril de condición panorámica transmitida a través de los serviles medios mientras las familias reciben su pedido con refrescos y comida rápida. Tan rápida como su capacidad crítica de análisis. ¡Detengan la invasión! ¿Dónde? Ucrania, Afganistán, Venezuela, Siria, Taiwán… Este presente político militarizado -gestionado por burócratas- lidera los denominados Estados de derecho. Judicialización. Todas las naciones bajo asilo y políticas sancionadoras.
Los asuntos europeos se están tratando en términos de mercado de barrio. La UE es el mercader que, a la vez de organismo supranacional, informa a sus clientes del tamaño de los huevos y la longitud de los pepinos, o zanahorias. Las gentes europeas ya prendieron fuego a los polvos echados. ¿Soberano? No, tan solo un animal herido que se cierra cual erizo amenazado o deslumbrado por las luces del coche que lo aplastará con las gomas fabricadas en una empresa de New Orleans.
Los micrófonos se colocan debajo de la nariz del primero que pasa por los centros de protección oficial. Convocar amnistías es mala señal para los que se parten el alma trabajando, defendiendo su honestidad. ¿Mientras tanto? Los realmente débiles, que suelen ser los culpables, levantan la alfombra para depositar su basura. Ya no es suficiente con/vivir en tugurios o en los extremos traseros del cajón de la mesita de noche donde acaban las cosas sin valor y la tarjeta de crédito con restos de coca de la fiesta anterior.
Las máquinas tragamonedas de las cooperativas filantrópicas se lucran con la “invasión” de personas que cambian de lugar. ¡Un lindo patrimonial en peligro debido a los recién llegados! Sin embargo, un “nada” emérito sigue disfrutando de su alegalidad entre sedas, rímel y oros que cubren la cara de las destinadas a obedecer. ¿Cómo se puede decir que el pueblo español es intolerante con los ciudadanos de otros países que arriban a su territorio? Hace más de trescientos años llegaron un par de gabachos, con una mano atrás y otra delante, y fueron convertidos en reyes. Aún me quedo inmóvil ante el suspiro mortal de millones de personas frente a las burlas de dirigentes incapaces de generar sinapsis a la hora de tomar sus decisiones. ¿Resulta igual de fácil matar a un elefante que a un hermano?.
Al fin y al cabo, y como consuelo de lameculos, España no es más ni menos que otros países. Esos donde los fallidos golpes de estado realizados por doquier, encabezados por jugadores de póquer con el revolver bajo la mesa, golpean una y otra vez los tratados internacionales como las olas lo hacen contra las rocas empujadas por el viento de levante. No me cabe la menor duda de que aquel que considera al corazón como una diana es un hueso duro de roer. Esa víscera que debe ser atravesada por el metal elaborado por mileuristas en fábricas ubicadas en una de esas democracias precarias. Humo, y no de cigarro. Olor a carne quemada. ¿Te entró hambre ahora mi estimad@ amig@? Espera a que llegue el plato, seguro que te irá mejor. Cambio de canal. ¡Echa vino!