El activista Ernesto G. Maleno recibió el pasado 19 de octubre el Premio Nacional de Juventud 2022 en la categoría de Derechos Humanos. Politólogo y comunicador de profesión, se ha criado en Tánger y ha crecido entre fronteras de la mano de su madre, la activista y periodista Helena Maleno. Cada vez que habla de la migración, lo hace con el corazón en la boca y desde las narrativas del amor. Su infancia se vio desbordada por las injusticias, por ello dedica su juventud a condenar las violencias en las fronteras, así como la persecución que sufren los y las defensoras de los derechos humanos. Todo ello a través de ‘Ca-Minando Fronteras’, su espacio de lucha. En los recuerdos de su niñez, Ceuta cobra un gran protagonismo.
Has recibido el Premio Nacional de Juventud 2022 en el ámbito de los derechos humanos. ¿Qué supone para ti este reconocimiento? ¿Qué echas en falta del Gobierno que te premia?
Es un reconocimiento por el que estoy muy contento. Creo que, en general, los jóvenes agradecemos estos reconocimientos, sobre todo después de una época de pandemia que ha llevado a parte de la sociedad a estigmatizarnos, a criminalizarnos. Entonces creo que este premio es de agradecer. Supone una alegría y la oportunidad de celebrar y compartir con mis seres queridos y con mi familia transfronteriza un reconocimiento. Evidentemente, de este Gobierno se echa en falta cosas. Al ser un Gobierno de coalición los diferentes ministerios se alinean ante temas de la actualidad política y sobre la defensa de los Derechos Humanos es evidente que el INJUVE y el Ministerio de Derechos Sociales han apostado por una línea de protección y de defensa de los defensores muy específica y muy valiente, pero también es verdad que a nivel global de todo el Gobierno se han cometido tropelías, abusos y violaciones de derechos humanos muy evidentes tanto a nivel macro con grandes eventos como la expulsión ilegal de menores en Ceuta tal y como están diciendo hoy en día los juzgados, hasta cuestiones más específicas que me atañen a mí individualmente como la criminalización de mi familia por defender los derechos humanos también perpetrada por el Ministerio del Interior. Agradezco muchísimo que haya otras partes del Gobierno como el Ministerio de Derechos Sociales comprometida a querer reparar, pero, evidentemente, sigue habiendo cloacas y versos sueltos que instrumentalizan el poder del Estado para hacer daño a los derechos humanos.
¿Qué papel juegan las oenegés en las fronteras?
Esto es un tema complejo. Para empezar, no hay muchas oenegés que quieran trabajar en las fronteras porque es un espacio donde se da una realidad muy cruda y, por tanto, una confrontación política muy directa contra aquellos actores maliciosos que van en contra de los derechos humanos, las libertades y la democracia. Entonces, en este caso, lo que ocurre es que muchas oenegés, por el hecho de estar financiadas con dinero público o tener relaciones directas con los poderes institucionales, no quieren trabajar en frontera y allí más bien lo que se da es un movimiento social de base de defensores y defensoras de derechos humanos que se activan para proteger a las personas que transitan y que sufren las violencias del control migratorio y de la necropolítica. Yo ensalzaría la labor de estos defensores y defensoras que en la gran mayoría de las ocasiones son las propias personas en movimiento que, ante la vulneración de sus derechos, se activan para defenderlos.
¿Cuál es el compromiso del colectivo ‘Ca-Minando Fronteras’ con las personas migrantes?
Es un compromiso muy genuino y humano. Esto no se trata de una organización que un día decide constituirse legalmente para reunirse en asamblea y establece una misión, unos valores, unos objetivos y empieza a trabajar. No, es todo lo contrario. ‘Ca-Minando Fronteras’ es un proceso vivo, abierto y de ahí su originalidad, su eficacia y la capacidad transformadora que tiene para cambiar la realidad de un lugar tan duro y tan hostil como es una frontera. Nace de una serie de personas que somos atravesadas, en mi caso desde la infancia, por la realidad de las fronteras. No en nuestro caso por pertenecer a una ciudad frontera como Tánger con una belleza cruda donde uno se puede asomar a las luces y a las sombras. Uno cuando está atravesado por esa realidad puede, o insensibilizarse y vivir en una burbuja, o implicarse de lleno con lo que uno es con su identidad y con los problemas que afectan a su barrio, a su comunidad o a su vecindad. En este caso, tiene que ver con la realidad de la migración, del movimiento humano y de esa libertad que deberíamos de tener todos los seres humanos. Ese es el compromiso de esta organización que, gracias a Dios, se ha podido ir nutriendo con el paso de los años de muchísimas personas que han ido aportando en un proceso que no ha sido fácil, que ha sido duro, pero que merece la pena porque ha permitido salvar la vida de más de 100.000 personas en la frontera occidental euroafricana. Cumplimos 20 años en 2022. Ahí están los éxitos y ahí nos demostrados que, pese a todo, defender los derechos humanos en las fronteras y mantenernos firmes en ese compromiso, merece la pena.
Decías en un artículo que “defender los derechos humanos en la frontera es labor de alto riesgo y su precio se paga en amenazas, agresiones y exilios”. ¿Por qué se persigue a quienes combaten estas injusticias? ¿A qué os exponéis aquellas personas quienes trabajáis para humanizar las fronteras?
Creo que es evidente, aunque haya quien no quiera verlo o quiera negarlo en este sueño de la Europa democrática que edulcora la realidad, que guarda las violencias y las guarda debajo de la alfombra pese a que existan y estén ahí. Es evidente a lo que nos enfrentamos los defensores y las defensoras de los derechos humanos que nos hemos vinculado a la protección de los derechos en las fronteras. Hay centenares de casos de criminalización en toda la Unión Europea, las diferentes fronteras, en la Europa del Este, en la zona de los Balcanes, en la frontera sur, en la zona del Mediterráneo Central. Digamos que la persecución contra este tipo de defensores de derechos humanos es muy evidente y es una de las persecuciones más latentes y más graves que se están produciendo hoy día en el continente europeo. Y no lo vemos solo en Europa, lo vemos también en la frontera de México con Estados Unidos, en fronteras asiáticas, en Australia, etc. Esto es algo que es universal y creo que, por paradójico que suene, que implique riesgo es un buen síntoma. Es decir, no podemos normalizar la violencia que proviene de los estados y de estados que se dicen democráticos y que deberían de comprometerse con algo fundamental como es el derecho a la vida de todas las personas. Pero sí que es verdad que hay que defender con orgullo la labor que se hace de protección de derechos en la frontera porque si es tan incómoda y se persigue tanto, es porque es una labor subversiva y radical en el mejor sentido de la palabra. Esto quiere decir que los defensores y defensoras de los derechos humanos en la frontera y todas esas personas que desafían con su movimiento a las necropolíticas, están tocando al corazón y al núcleo más esencial de las injusticias de este mundo y de todas las desigualdades. Estamos hablando de que las luchas sociales son muchas, pero que la defensa de los derechos humanos en las fronteras es precisamente una de esas luchas fundamentales y esenciales que viene a cuestionarnos este mundo, a veces monstruoso, que hemos construido y que por tanto ofrece esperanza porque nos ha demostrado que a lo largo de este mundo hay personas que con una sensibilidad humana y universal que son capaces frente a todo de ponerse en pie y hacer una labor tan encomiable y tan dura a la vez.
¿Sientes que los gobiernos se ponen de perfil ante las muertes durante el periplo migratorio?
No solamente se ponen de perfil, sino que en muchas ocasiones contribuyen de manera proactiva a que estas muertes se produzcan. Esto lo dice el propio pensador camerunés Achille Mbembe, un académico que acuña por primera vez el término de la necropolítica. Este académico nos dice cómo existen las políticas del dejar morir como hemos visto en el Mar de Alborán con Salvamento Marítimo y la omisión del deber de socorro. Pero lo vemos también con las políticas del hacer morir con episodios bastante horribles en la frontera como con la tragedia del Tarajal donde la implicación de las autoridades en estas muertes es evidente. Y no solamente en los sucesos de la frontera, sino en todo lo que viene posteriormente. También en el entierro rápido sin identificación, con un simple número, de la manera más indigna y más inhumana de todas esas víctimas, de la negación de reconocimiento de todas las familias que mueren de dolor por esas muertes tan desoladoras. No solamente se trata del acto de muerte en sí o de la negación de las cifras, de las devoluciones en caliente, de los pinchazos en pateras, de las devoluciones en mar, sino que hablamos de todo un proceso posterior que genera muerte y dolor a todas esas familias que buscan verdad, justicia, reparación y no repetición. Se ve que se convierte en un proceso político verdaderamente macabro donde se hace sufrir a millones de personas en todo el mundo por el simple hecho de que sus seres queridos hayan ejercido el derecho a la libertad de movimiento.
Has crecido siendo testigo del dolor que experimentan aquellas personas que abandonan sus raíces por una oportunidad en la vida. ¿Qué consejo darías a los profesionales de los medios de comunicación a la hora de escribir sobre migraciones?
Ahí yo siempre he apostado por un trato de la información que siempre ponga en el centro el enfoque y la perspectiva de los derechos humanos. Eso es algo fundamental para un periodista que quiera cumplir a rajatabla con su código deontológico y con la labor social que ejerce a través de su profesión. El enfoque de derechos humanos es muy importante porque, de lo contrario, cuando un periodista se sale de él, se corre el riesgo de asumir discursos y tratamientos de la información que son funcionales o que reproducen los intereses del poder. Si el periodismo es un cuarto poder independiente que, precisamente, se debe dedicar a fiscalizar y a denunciar los abusos y las corrupciones de los poderes políticos e institucionales, en el caso de las migraciones y los derechos humanos debe de ser también así. Cuando hablo de la perspectiva de derechos humanos, me refiero a poner a las personas en el centro y a sus familias, de respetar ante todo sus derechos como se haría con cualquier otra persona víctima de otro proceso. El derecho a la intimidad, a la privacidad, a la imagen, los derechos de la infancia, etc., eso a cumplirlo a rajatabla. Esto va unido también a deconstruir ideas racistas que podamos tener interiorizadas. Hay que tender a revisarse para hacer un tratamiento exquisito porque así lo merecen las personas y, sobre todo, si hay una buena intención de dignificar la realidad de las personas en movimiento y de lo que ocurre en las fronteras.
Cuando hablamos de las fronteras, observamos componentes comunes y otros que las hacen diferentes. ¿Qué nos puedes contar de la frontera de Ceuta?
La frontera de Ceuta no deja de ser un paso terrestre y, por tanto, ahí se dan una serie de dinámicas tanto a través de la valla como en el mar que reproducen elementos que se dan en otras fronteras como es la vulneración sistemática de los derechos humanos. Algo que también está muy latente en Ceuta es cierto racismo interiorizado de ciertos sectores que quieren negar esa identidad transfronteriza, abierta, de paso que tiene la ciudad. Más allá de estos elementos negativos y por paradójico que pueda sonar, yo le tengo mucho cariño a la frontera de Ceuta y a la ciudad autónoma como espacio tan singular. Una cosa es querer construir un lugar donde los derechos humanos no se vulneren, esto no implica un ataque sino un ejercicio de amor a ciudades como Ceuta que son parte de mi infancia. Ceuta es parte absolutamente de mis recuerdos, de esa posibilidad de ir de Tánger en un taxi compartido con cuatro o cinco personas atrás, dos delante junto al conductor, llegar a Castillejos, conocer sus playas, poder cruzar con las trabajadoras transfronterizas, de escuchar ese «dariyiñol» que le decimos nosotros cuando mezclamos el dariya con palabras en castellano. Me parece una ciudad muy bella. La última vez que estuve allí fui para visitarla e ir a la marcha del Tarajal junto a muchas vecinas ceutíes. Estuve en un sitio donde me senté a comer harera con churros. Creo que la frontera está en todos nosotros y en los propios ceutíes. Somos de aquí y de allá y quien quiera negar eso se quiere amputar una parte de su identidad. Las compañeras de Elín, las monjas vedrunas que me han criado a mí desde pequeño en ese compromiso social, en ese amor a Ceuta, en esas ganas de querer defender los derechos humanos en esa frontera tan particular. Todo esto, cuando se dice y se denuncia, no es un ataque, es un ejercicio de amor por querer aportar un poco de luz, de convivencia ante tanta deshumanización y tanta violencia.