Monseñor Juan José Aguirre Muñoz ha recibido el XVII Premio Convivencia en un solemne acto presidido por el presidente de la Ciudad, Juan Vivas. Tras recoger el galardón ha incidido en la necesidad de ver a las personas migrantes como hermanas
Hoy se ha hecho entrega del XVII Premio Convivencia al Monseñor Juan José Aguirre Muñoz, una figura que cuenta desde su infancia con una gran dosis de entrega a los demás, siempre dispuesto a ayudar a todos los que le rodean.
Su historia es una historia de amor como misionero Comboniano y obispo de Bangassou, entregado a su pueblo de la República Centroafricana (RCA), uno de los países menos desarrollados y con más necesidades del mundo.
En 2013, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo lo coloca en la posición 180 sobre un total de 187 países según su clasificación de índice de desarrollo humano (IDH) de 2013. En República Centroafricana la esperanza de vida está en 48,35 años, su tasa de mortalidad es de 15,99%, y su renta per cápita es de 352 euros.
Amor para sostener el mundo
Monseñor Juan José Aguirre Muñoz, una vez recogido el galardón, lo ha dedicado a Jesucristo «que me da fuerza» y a los miles de africanos «que han hecho de mí lo que soy, como alfareros». «A mis hermanos, a mi familia, a mi madre, Estrella. La primera que me habló de Dios y de las oraciones, de la ternura y la servidumbre».
«Fui a las misiones con mucho amor» ha explicado en un tono calmado Monseñor Juan José Aguirre Muñoz. «El amor sostiene el mundo. El mundo es como una moneda con dos caras, evangelización y promoción humana a cada lado, y en una moneda hay una fina lámina de metal que une las dos caras, esa lámina es el amor», ha asegurado.
«Me fui a centro África hace cuarenta años. Aprendí a ver el alma africana, a buscar la capacidad de reír, pese a todo». Y es que la realidad que vive el obispo cada día le enseña que todo el bien que se puede «hacer con amor y rodeándose de bueno de buenos colaboradores». Dirige un orfanato con más de 500 niños y ha visto crecer a muchos hasta convertirse en adultos.
Violaciones y hambre como armas de guerra en África
El obispo también ha tenido tiempo para recordar las guerras que sufre África y los expolios a los que muchos países, ricos en recursos naturales, son sometidos. Ha hablado de las guerras civiles y de las guerrillas, de las violaciones y el hambre como armas de guerra y de cómo la población tiene que migrar para sobrevivir. «Las guerras hoy en África no se hacen de trinchera a trinchera, como antes, se usa a la población local y es la que tiene que pagar los platos rotos. Utilizan el fuego como arma de guerra, queman barrios y hogares… y los locales lo pierden todo, sus semillas, sus colchones, sus hogares… lo he visto con mis ojos. Estos mercenarios fundamentalistas reúnen luego a todos en el centro de un poblado y violan a las mujeres y niñas delante de sus familias… crean tal terror que todo el mundo se va y se queda todo desierto y ya pueden extraer el oro, el coltan, o el manganeso…».
Monseñor Juan José Aguirre Muñoz, ha explicado así a los presentes que «esta situación tan difícil, en la que vive mi pueblo, hace que quiera migrar, quieren irse… el 97% de los inmigrantes de África son migrantes internos. Los que llegan a aquí, son miembros de las familias que pueden mandar al más dotado a migrar, al que saben que puede llegar».
«Llegan los más fuertes, que han dejado atrás el gran cementerio que es el desierto»
Sobre las migraciones internas ha referido que los campos de desplazados son inhumanos, donde se albergan a miles de personas en tiendas de campaña de ACNUR, y donde viven hacinados. Ha hablado de cómo otros países africanos, que ahora tienen una situación más estable, han acogido a cientos de miles de personas sin pedirles «papeles, ni visados», según el obispo, saben que mañana, quizá sean ellos los que tengan que migrar.
El desierto, un gran cementerio
«La inmigración toca a todo el mundo» ha asegurado el obispo. «Sólo el 3% de la inmigración es la que logra pasar el desierto y llegar a Ceuta, Tánger o Melilla. Llegan los más fuertes, que han dejado atrás el gran cementerio que es el desierto». Ha lanzado una dura crítica a aquellas personas que ven a los migrantes como una amenaza, «¿cuántos muertos hay en el desierto? No lo sabemos. Pero son mis hermanos» ha dicho. «Nunca los llamaré inmigrantes. Miro el evangelio, mira a tu hermano, ellos son mis hermanos».
«El sufrimiento nos une, las lágrimas y la sangre son del mismo color que la de Cristo, en el sufrimiento todos nos hacemos hermanos»
África un continente joven y de futuro
Ha habido esperanza en el futuro y crítica hacia quienes expolian los recursos de África. Monseñor Juan José Aguirre Muñoz espera que África acabe con la corrupción y aprenda a «echar a los que vienen a robar sus recursos, cuando África sea capaz de ser protagonista de su propio desarrollo y pueda acabar con algunas enfermedades endémicas, será un continente de futuro lleno de jóvenes que no tendrán necesidad de cruzar el desierto para llegar a Europa».
Lea aquí el discurso íntegro del Presidente de la Ciudad
«Ha sido un honor entregarle, en nombre de todos los ceutíes, el Premio Convivencia de nuestra ciudad a don Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, una persona sin duda excepcional por su categoría humana, alguien que ha querido unir su destino al de los pobres, los excluidos, los indefensos, los débiles, los vulnerables.
Por tanto, mi más sincero reconocimiento al jurado por la decisión adoptada, como siempre independiente y acertada, junto con mi agradecimiento a las muchas personas y entidades que han promovido y avalado la candidatura.
Muchas gracias también a la Fundación que nos convoca, a la Fundación Premio Convivencia, por lo que hace y por cómo lo hace.
Entre sus muchos méritos, la firme y feliz convicción de que la defensa de la convivencia en nuestra ciudad no tiene credo ni color político, debe ser, tal como demuestra la asistencia a este acto, cosa de todos: una sola voz, una sola voluntad, un solo corazón al servicio de una causa de la que depende el porvenir y la supervivencia de nuestra ciudad.
Y muchas gracias a todos por su presencia, en particular a quienes hoy nos visitan con motivo de esta entrega, a los familiares y amigos de don Juan José, a los miembros de la Fundación Bangassou y a los dos consejeros del gobierno de la Junta de Andalucía, don Jesús Aguirre y don Juan Bravo; los dos están aquí atraídos por lazos afectivos y los dos, por razón de la responsabilidad que ejercen, ponen en evidencia que, entre nuestras dos comunidades, entre Andalucía y Ceuta, las mismas raíces, la misma historia, las mismas pasiones, el mismo cielo, la misma luz y la misma patria: el orgullo compartido de sentirnos España en lo más profundo de nuestro ser.
Desde hace veinte años, tres son las razones que justifican este premio: Una, recordar y subrayar que es posible la convivencia entre diferentes; claro está, siempre que se quiera. Posible y, a la vez, enriquecedora, enriquecedora de las relaciones humanas en su más noble y fecunda expresión, la de la concordia.
La otra, desde la más absoluta humildad y, por tanto, sin pretender dar lecciones, poner de relieve que la convivencia en nuestra ciudad no es realidad virtual, – como ahora se dice-, ni ingeniería social ni fachada retórica, es una realidad palpable y espontánea que forma parte de la magia de lo cotidiano.
Así se muestra en nuestras calles, nuestros colegios, nuestros templos, nuestros campos de deporte, nuestra Asamblea; en definitiva, en el pálpito, el corazón y el alma de nuestro pueblo. Y la tercera, de las aludidas razones, pero no menos importante, reconocer y distinguir, como es el caso de hoy, a personas y entidades que por su trayectoria, compromiso y obra, son ejemplo de virtudes y valores que alientan y alumbran el camino de la bondad, la verdad y la vida.
Efectivamente, decir que la convivencia es un rasgo de personalidad de nuestro pueblo no es ninguna exageración. Será porque, desde que Hércules plantó su columna y abrió la puerta del estrecho mar que nos une, por aquí han pasado y dejado huella, en las piedras y en el espíritu, todas las culturas y civilizaciones que el Mediterráneo ha conocido, culturas y civilizaciones que son la cuna y la madre de Occidente.
Será porque esta es una tierra de gente acostumbrada al contraste y al encuentro; contraste y fusión entre la neblina gris del levante y el azul intenso y luminoso del poniente; entre el norte y el sur; entre Oriente y Occidente; entre el Mediterráneo y el Atlántico; entre Europa y África.
Será por los avatares de la historia, o por cualquier otra causa, pero lo cierto es que los ceutíes han hecho, en relación con la convivencia, de la necesidad, virtud, una manera de ser y de vivir basada en el respeto, la tolerancia y el imperio de la ley, una manera de vivir compartiendo espacios, inquietudes, anhelos, sueños y sentimientos.
Todos con los mismos derechos, deberes y obligaciones; todos al abrigo de una sola bandera. Hace 2.000 años, alguien con más razón que un santo dijo que el amor es una fuerza invencible que todo lo puede y alcanza, que ante nada se detiene y frente a la que, todo lo demás, por importante que parezca, carece de valor.
Don Juan José Aguirre es, sin pretender notoriedad alguna, una prueba irrefutable de la vigencia de esta sabia afirmación, porque fue el amor, el amor al prójimo, el que motivó a don Juan José para dejarlo todo sin condiciones y dedicar su vida a los demás, a los pobres y necesitados en una de las regiones más pobres y necesitadas del planeta; a combatir los estragos de la malaria, el SIDA o la lepra, a luchar contra la pobreza en sus más crueles manifestaciones, a construir colegios, hospitales, quirófanos y dispensarios; a edificar ilusión y a proteger la dignidad humana sin distinguir por razón de credo, raza o cualquier otra condición. Sin negar que la generalización no es la forma más adecuada para sacar conclusiones acerca de casi nada, resulta innegable que un mundo marcado por el materialismo y dual, en el que una parte despilfarra a manos llenas mientras la otra vive en un estado de absoluta precariedad y privaciones, no es un mundo viable pero, sobre todo, no es justo ni humano.
Por eso, comportamientos y compromisos como los de don Juan José Aguirre constituyen un verdadero motivo para la esperanza, la esperanza en un mundo más solidario, más humano, más justo, en definitiva, la esperanza en un mundo mejor. Don Juan José es un referente de humildad y de fraternidad, una virtud consistente en tratar al otro como un hermano, en suma el rango más sublime, la aspiración máxima, de la convivencia. Por ello, el Premio Convivencia que lleva el nombre de nuestra ciudad no puede tener mejor destinatario; por ello reitero y termino, ha sido un honor entregárselo en nombre de todos los ceutíes.»
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