Hussein y Yaya, dos refugiados sudaneses recibieron a Adam, otro joven compatriota de 24 años que logró entrar a Melilla aquella mañana del 24 de junio de 2022. Adam nos cuenta cómo vivió las horas anteriores. Había salido de su país en 2019 y entró en diciembre de 2021 a Marruecos desde Argelia por la frontera de Ojuda junto a su amigo Anwar, que fue uno de los jóvenes que murieron brutalmente, bien asfixiados y aplastados tras el colapso de la valla, o viltemente golpeados por las fuerzas marroquíes tras el derrumbe de la verja en el interior del paso del Barrio Chino.
El 24 de junio de 2022 en la frontera entre Nador y Melilla un intento de saltar la valla acabó con la muerte de al menos 37 migrantes. Por parte marroquí solo reconocen 23, y dejaron cientos de heridos. Las imágenes difundidas en redes sociales y medios de comunicación han expuesto la actuación de las fuerzas policiales marroquíes, que desembocó en una masacre.
En la frontera de Melilla se erige una de más ocho metros de altura, equipada con cámaras de vídeo y torres de vigilancia. En el año 2020 el gobierno mandó retirar las concertinas que las coronaban para construir una nueva valla, una estructura de más de diez metros de altura, formada por barrotes en forma de peines invertidos y una malla metálica, acabada en la parte superior por unos rodillos cilíndricos que impide trepar, pero no cortan son menos lesivos para las personas migrantes que intentan cruzar.
Durante la semana en la que ocurrió la masacre en la frontera entre Nador y Melilla, medio millar de gendarmes y fuerzas auxiliares rodearon el campamento donde estaban los migrantes. Se produjeron ataques con gases y muchas personas resultaron heridas. El martes hubo una breve tregua en los ataques, pero el miércoles y el jueves la violencia se recrudeció. Desde la madrugada hasta la tarde, los militares persiguieron a las personas refugiadas en el asentamiento.
El día 23 una incursión de unos quinientos gendarmes provocó un incendio en el bosque que puso en peligro la seguridad de las personas que allí se refugiaban. Era el aviso de lo que pasaría horas después, tenían un plazo de 24 horas para abandonar el lugar o la violencia se intensificaría en la siguiente redada. Con escasos recursos, sin comida ni agua, las personas migrantes decidieron emprender una arriesgada huida hacia adelante en dirección a la valla. Habían logrado hacerse con una sierra mecánica y unas cizallas para cortar alambre. Eran conscientes de que muchos estaban al límite de sus fuerzas físicas y no tendrían la energía de superar saltar el muro
Los migrantes se enfrentaron con las fuerzas marroquíes al llegar a la zona del Barrio Chino, una de las zonas más complicadas de la valla. Los emboscaron con violencia tal y como se pudo ver en los videos a través de las redes sociales de lo que ocurrió aquella mañana de viernes.
El Consejo Nacional de Derechos Humanos de Marruecos (CNDH), dependiente del gobierno marroquí, presentó un informe días después en el que afirmaba que las muertes se produjeron por “asfixia mecánica” al ceder la valla por el peso de las personas que habían logrado subir a la misma. El gobierno marroquí culpó a las autoridades españolas de las muertes. Esta conclusión ha sido cuestionada por la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), que aseguró que el informe está incompleto exigiendo una investigación imparcial que no se ha producido. Los migrantes coinciden en que el número real de víctimas es mayor. No hay noticias de al menos un centenar de ellos. Tampoco saben si todos los familiares han podido tener acceso a alguno de los chicos que lograron sobrevivir.
Adam, un joven de Sudán de 24 años que logró entrar a Melilla aquella mañana, nos cuenta cómo vivió las horas anteriores. Él sudanés había salido de su país en 2019. Entró a Marruecos junto a su amigo Anwar que murió aquel día en la valla. “estábamos en el campamento y nos advirtieron 24 horas antes que debíamos entregarnos o seriamos desalojados. No cederemos, le dijimos a la policía. Al día siguiente al atardecer comenzamos a descender por la montaña. Nos encontramos con otros chicos que estaban en el Gurugú. Veíamos furgonetas de los gendarmes que nos observaban pero no decían nada. Era como si nos dejaran seguir. Antes de llegar empezaron a aparecer policías disparando pelotas de goma y botes de gas lacrimógeno, que nos impedía ver. El otro grupo se dirigió hacia donde estaba la policía, posiblemente cegados porque sus ojos estaban dañados por el gas. Los golpearon con porras y cualquier cosa que causara daño. También arrojaban unas bombas que hacían un ruido insoportable; muchos chicos caían al suelo y otros en la huida hacia adelante los pisaban, aquello era correr o morir. Entonces rompimos la puerta con la sierra eléctrica, logramos abrir y cruzar a Melilla, donde un grupo de amigos que habían logrado llegar en el salto del 3 de marzo, nos recibieron”.
Entre ellos estaban Hussein y Yaya, dos compatriotas de Adam que habían compartido el difícil camino a pesar de los sufrimientos y las torturas que recibieron en su estancia en Libia. Como Anwar, que ese día se dirigía hacia la valla junto a Adam, pero debido al gas lacrimógeno, tomó el camino equivocado y se dirigió hacia la puerta donde la valla cedió.
105 personas consiguieron entrar a Melilla ese día. 470 fueron devueltas en caliente a Marruecos en lo que las autoridades españolas reconocen como “rechazos en frontera”.
Muchos de los supervivientes, algunos en España y otros que siguen en Marruecos, han logrado contactar con familiares de muchas de las personas que informaron a las familias en sus países de origen que estaban en los bosques del Gurugú cercanos a la frontera con España. La mayoría de ellos, nos confiesa Hussein, no han dado señales de vida.
Amnistía Internacional ha denunciado la situación en un comunicado para dar apoyo a las reclamaciones de las familias. “Cuando se cumple un año de la masacre de Melilla, las autoridades españolas y marroquíes no sólo siguen negando cualquier responsabilidad, sino que frustran los intentos de averiguar la verdad. Sigue habiendo cadáveres en una morgue y en tumbas, y son bloqueados los esfuerzos para identificar a las personas fallecidas e informar a sus familiares” según reza la nota hecha pública por la organización para recordar el año de los sucesos en la valla de Melilla.
Los heridos en el lado marroquí no fueron tratados en los hospitales y tuvieron que curar sus heridas como podían, solo los más graves fueron ingresados en el hospital de Nador. Los cadáveres siguen depositados en la morgue de la ciudad marroquí sin recibir sepultura. Algunos supervivientes cuentan que muchos de sus amigos fueron enterrados en fosas improvisadas en el camino.
Otros fueron abandonados en el sur, cerca de las grandes ciudades sin comida ni agua. Ahora ocupan edificios abandonados a las afueras de Casablanca bajo la atenta vigilancia de la policía marroquí que no les deja moverse. Uno de ellos permanece escondido, Musa de 27 años, dice que “Marruecos es un sitio horrible. La policía es muy violenta y no te dejan pedir en la calle para poder comer. Nos traen a traficantes que nos dicen que si nuestra familia paga algo de dinero, nosotros podemos llegar a Europa. Si no, nos amenazan con llevarnos hacia Libia y prefiero morir aquí antes de volver allí”.
Algo que Yaya, que sigue su procedimiento para conseguir asilo en España, nos confirma: “en Libia nos venden como esclavos para trabajar y a veces no nos dan comida. Las mujeres son enviadas a países del golfo como esclavas también. Nadie hace nada contra los libios que se están beneficiando de nuestras necesidades”
Los tres jóvenes piden que sus historias no queden olvidadas. Ahora refugiados en una ciudad segura de la península todavía recuerdan con tristeza aquellos días en el CETI de Melilla, cuando lloraban al ir conociendo la suerte de los compañeros que no habían aparecido o habían muerto aquel día. Hussein afirma: “seguiré buscando a mis amigos y hermanos mientras me queden fuerzas. Creo que los que logramos pasar, tenemos esa responsabilidad con las familias que están destrozadas en Sudán”.