La escritora Margaret Atwood, autora del exitoso libro y ahora serie, El cuento de la criada, afirma en la introducción de la nueva edición que se crió desconfiando de la expresión “esto aquí no puede pasar”. Nació en la década de los 30 y, por tanto, creció en una de las peores épocas de la historia de la humanidad. Ser testigo de terribles acontecimientos fue determinante para conformar un pensamiento que le llevaría finalmente a pergeñar la genial distopía. En Estados Unidos hay personas que piden no hacer realidad el argumento del libro, algo que, si bien puede parecer una exageración, busca despertar conciencias.
El primer ministro canadiense, el liberal (liberal de verdad) Justin Trudeau pidió disculpas por acciones llevadas a cabo por su país hace 79 años. En junio de 1939, el país norteamericano rechazó que un barco de judíos que huían de los nazis tocara tierra. Tras la negativa de otros países del continente, el barco regresó a Europa a lugares considerados seguros. Sin embargo, la expansión nazi provocó que más de doscientos fueran capturados y asesinados en campos de exterminio. El gobierno canadiense de entonces, bajo el lema “Ninguno son demasiados”, no fue partidario de aceptar refugiados judíos que huían del horror y la barbarie. Es loable que el primer ministro canadiense quiera visibilizar y disculparse por los errores del pasado de su país, pero lo verdaderamente encomiable fue la labor de los que se opusieron a estas políticas en los años 30 y 40.
En su vecino del sur están preocupados por lo que los medios de comunicación han denominado caravana de inmigrantes. Estas personas, la mayoría provenientes de diferentes países de Centroamérica, avanzan con intención de llegar a Estados Unidos. La situación económica y de seguridad de estos estados (no podemos olvidar la crisis actual de Nicaragua y Venezuela) los empuja a buscar un futuro mejor. Donal Trump, a pesar del descontento creciente existente en su país, ha anunciado nuevas normas antiinmigración, con intención de negarle el asilo a cualquier inmigrante que entre en Estados Unidos de manera ilegal. Esta medida atenta contra los valores fundacionales de un país creado y construido por inmigrantes de toda condición.
En Europa vivimos una situación similar y damos la espalda a personas que, en algunos casos, huyen del horror y, en otros, de una situación económica insoportable. Tenemos leyes de asilo que hacen casi imposible conseguir tal reconocimiento y, cuando llega una embarcación llena de inmigrantes, los estados discuten entre ellos para no acogerla. Hace escasos días una patera naufragó en aguas españolas sembrando de cadáveres las playas gaditanas. La juventud africana se lanza desesperada al mar para llegar a tierras europeas, y muchos se dejan los sueños y la vida en el océano. Los estados europeos, mientras tanto, permanecen impasibles, y cada vez son más los discursos xenófobos, antiinmigración y nacionalistas.
Es sencillo horrorizarse por acontecimientos del pasado, sobre todo cuando es un sentimiento generalizado. Lo verdaderamente difícil es ser capaz de oponerse a opiniones aparentemente mayoritarias y a unas políticas de las que se avergonzarán las generaciones futuras. No podemos permitir que triunfen discursos más propios de tiempos oscuros, no podemos permanecer indiferentes. Puede que sean nuestros nietos los que, abochornados, tengan que pedir perdón.