España asume la secretaría general ‘pro témpore’ tras un evento marcado por divisiones y la ausencia de líderes clave.
La ciudad ecuatoriana de Cuenca acogió la más reciente Cumbre Iberoamericana, un encuentro que reflejó la creciente fragmentación política en América Latina. Con conflictos internos y tensiones entre países, la cumbre no logró proyectar una imagen de unidad, y terminó anticipadamente sin alcanzar consensos significativos. España, representada por el rey Felipe VI y el canciller José Manuel Albares, asume la secretaría general pro témpore con el desafío de fomentar el diálogo y superar las divisiones durante los próximos dos años.
El evento finalizó cuatro horas antes de lo programado, y la falta de acuerdo sobre una propuesta cubana impidió emitir una declaración conjunta. En su lugar, los países firmaron un documento por separado. La atmósfera en el Museo Pumapungo, donde se celebró la cumbre, estuvo marcada por las tensiones y la ausencia de líderes relevantes, exacerbada por las críticas al anfitrión, el presidente ecuatoriano Daniel Noboa, quien centró el encuentro en asuntos internos de su país, ignorando la dinámica multilateral.
Entre las polémicas recientes que rodean a Noboa está la suspensión de su vicepresidenta, Verónica Abad, para evitar que asuma el poder cuando él renuncie en 2025 para postularse a la reelección. La decisión, considerada una violación constitucional, fue condenada por muchos como un precedente peligroso. Además, el asalto a la embajada de México en Quito, ordenado por Noboa, generó rechazo internacional. Estas acciones provocaron que varios mandatarios optaran por no asistir, evitando así cualquier señal de respaldo implícito a su gestión.
Por otro lado, el expresidente ecuatoriano Rafael Correa, quien apoya la candidatura opositora de Luisa González, también influyó en el ambiente político de la cumbre. Correa intentó impulsar un pronunciamiento crítico desde el Grupo de Puebla, pero la falta de consenso lo frenó. Sin embargo, sus aliados confiaban en que el evento sería un fracaso por sí mismo, algo que incluso reconocieron miembros del gobierno de Noboa, pese a sus intentos de proyectar optimismo.
La canciller ecuatoriana, Gabriela Sommerfeld, responsabilizó a los medios de comunicación por la percepción de un Ecuador violento, argumento que contrastó con las estadísticas que reflejan un aumento de la inseguridad. En este contexto, la participación fue limitada, y las discusiones en público se mantuvieron cordiales, salvo por un enfrentamiento verbal entre el embajador argentino Eduardo Acevedo y el representante cubano Rodolfo Benítez, quienes intercambiaron acusaciones sobre derechos humanos y conflictos internacionales.
Venezuela también fue tema de conversación, aunque sin un pronunciamiento oficial. En la clausura, Noboa declaró su rechazo a cualquier golpe de Estado, refiriéndose al controvertido proceso electoral en el que Nicolás Maduro asegura haber ganado la reelección, a pesar de las denuncias de fraude. En los pasillos, se discutió que la permanencia del chavismo parece garantizada, ya que no hay mecanismos reales para una transición pacífica.
Otro punto de debate fue la elección de Marco Rubio como secretario de Estado en el segundo mandato de Donald Trump. Su postura dura contra regímenes autoritarios genera incertidumbre sobre el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, especialmente en un contexto de creciente polarización en la región.
La cumbre concluyó con un balance negativo. José Manuel Albares expresó diplomáticamente la necesidad de repensar el modelo: “Es hora de definir el futuro de estas cumbres”. Sin consenso ni resultados tangibles, el evento dejó una sensación de intrascendencia y división entre los países participantes.