La huelga de alquileres de 1931 en Barcelona fue una respuesta directa a la crisis económica que siguió al ‘crack del 29’. Miles de personas, atraídas por las oportunidades laborales de la Exposición Universal de 1929, se encontraron de repente sin empleo y viviendo en condiciones precarias.
La llegada de la Segunda República en 1931 permitió la legalización de sindicatos como la CNT, que rápidamente se organizaron para enfrentar la ola de desahucios. El Comité de Defensa Económica realizó un estudio detallado de los barrios para determinar una reducción justa del alquiler, proponiendo una rebaja del 40%.
Ante la falta de respuesta de las autoridades y propietarios, la CNT convocó a una huelga de alquileres. La protesta se extendió rápidamente por la periferia de Barcelona, involucrando a barrios como el Clot y Sants, así como municipios cercanos como Badalona.
La huelga fue recibida con represión. Más de 200 personas fueron detenidas y se produjeron enfrentamientos violentos. Sin embargo, la solidaridad comunitaria fue clave. Vecinos se unieron para resistir los desahucios, y las mujeres jugaron un papel crucial en la organización de las protestas.
A pesar de la violencia, la huelga logró su objetivo: los alquileres comenzaron a negociarse a la baja. Para diciembre de 1931, se había conseguido una reducción significativa en los costos de alquiler, beneficiando a miles de familias.
El impacto de la huelga trascendió su época, estableciendo un precedente para futuras movilizaciones por el derecho a la vivienda. Organizaciones actuales como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y el Sindicato de Inquilinas continúan esta lucha, inspiradas por el legado de 1931.
La huelga de alquileres de 1931 es un recordatorio poderoso de cómo la organización y la resistencia pueden generar cambios significativos, incluso en contextos adversos. Hoy, más que nunca, su historia resuena en las calles de España, donde el acceso a una vivienda digna sigue siendo una demanda urgente.