Mientras que en Melilla se preocupan por salir a la calle para reivindicar una aduana mejor, en Ceuta se prodigan los íftares como instrumento de cohesión social. Nada más lejos de la realidad.
En Londres y otras capitales europeas se engalanan las calles y se hacen iftares sociales en campos de fútbol, plazas y otros espacios públicos de renombre. A los mismos acuden personas de todos los rangos sociales, y aun así no hacen marketing social de tales acontecimientos. No les hace falta.
La organización de esos íftares surge de una realidad social consolidada en el tiempo. Son sociedades maduras que han aprendido y manejado la diversidad social como un activo importante a la hora de promocionar comunidades justas y equilibradas, tanto en lo social, cultural y económico, así como cuando hay que ajustar consignas para hacer valer los méritos de cada individuo sin que importe su condición social.
Alcanzan ese grado de cohesión porque consiguieron dejar atrás todas aquellas taras mentales que impiden cualquier avance de la diversidad como elemento fusionador y fortalecedor de la condición humana, convencidos de que tanto por dentro como por fuera todos somos iguales, salvo a la hora de barruntar sobre tipos de cuna y educación de unos y de otros como claro diferenciador social.
Una cuestión que cuidan con rigor prusiano, es el asunto halal: todos los productos a servir en esos íftares son debidamente testados como halal cierto. Contrariamente a lo que sucede con los de Ceuta, en los que no existe ni una mínima preocupación sobre si lo que se pone en la mesa es halal o no.
Los íftares de Ceuta son diferentes. Y Ceuta no es Londres ni es ninguna capital europea. Es, sencillamente, eso, Ceuta.
Las luces colocadas en las calles de Londres con motivo del Ramadán no son las mismas que instaladas en Ceuta, lo que marca las enormes distancias entre un concepto y otro. Son dos mundos muy diferentes.
“Dime de qué presumes y te diré de qué careces” dice el refrán.
Por un lado, algunas siglas políticas ya tienen, una vez más, lo que siempre han pretendido: líderes de asociaciones musulmanas de obediencia ciega, personajes que hacen sacramento cuando de subvenciones se trata, repudiando los principios más básicos de cualquier fe, incluso de la suya si hiciera falta.
Se trata de entidades que reciben suculentas subvenciones cada año, y para las que los ífatres se han convertido en una herramienta esencial para vertebrar y hacer valer su propia existencia, claramente vacía y sin utilidad social, pero que de momento sirven para justificar y rellenar memorias de actividad, intrascendentes desde cualquier perspectiva y exigencia colectiva. Son organizaciones carentes de alma social y de espíritu ciudadano.
A pesar de los años transcurridos, ninguna de estas entidades dispone y ofrece al conjunto de la sociedad un portal de transparencia en el que se publique el destino del dinero público percibido, siendo el ocultismo la razón predominante en su gestión y representación que, por cierto, nunca conoce elecciones democráticas.
El relato que pretenden atizar no contiene ingredientes naturales. El único fin de los íftares de Ceuta es consolidar la posición de unas enseñas políticas y las de unas asociaciones que viven bajo su amparo, desdeñando cualquier posibilidad sustancial de mejora para una ciudad cuyo futuro no está nada claro.
Los íftares de Ceuta son un relato social inconsistente que surge como fórmula de amparo ante un grupo político claramente contrario a cualquier forma de diversidad social, que se presta para la captación de votantes y simpatizantes y, sobre todo, para seguir manteniendo a unas asociaciones muy alejadas de cualquier concepto social aglutinador y que hacen de las subvenciones su única razón para seguir existiendo.
La inmensa mayoría de los consumidores y usuarios de productos y servicios halal, lo han tenido –y tienen- muy complicado con este tipo de asociaciones, enfrascadas únicamente y en todo momento en cómo obtener dinero público.
En todos estos años, las organizaciones religiosas y culturales musulmanas de la ciudad, incluso grupos políticos liderados por musulmanes, no han prestado una mínima atención al asunto halal, crucial para todas las personas de fe musulmana, y ya no solo porque forman parte de una confesión concreta, sino porque como consumidores su salud debería importar, la de ellos y la de todos los consumidores en general, pues halal significa ausencia de toxicidad, máxime si tenemos en cuenta los altos grados de químicos contenidos en infinidad de productos.
Mientras el espectro político y religioso de Ceuta teatraliza una cohesión social inexistente, nadie en la ciudad puede garantizar que lo que se vende como halal sea tal, menos aún, esperar una regulación sobre halal por parte de la administración ceutí, tal y como ha solicitado la Asociación de Consumidores Halal de Ceuta.
Muchos íftares se han celebrado en la ciudad sin entender su contenido de fondo, teniendo que ser una asociación de Consumidores Halal, ACOHACE, quien ha trasladado a la esfera política la regulación del halal en la ciudad, absolutamente caótico, demandando una reglamentación específica para el uso y etiquetado del halal que se importa y comercializa en Ceuta.