Los vehículos de las Fuerzas Armadas anuncian una escena postapocalíptica en los municipios al este de la CV-400, una carretera clave desde Valencia hacia las localidades más afectadas por la DANA. La presencia de militares y policías es constante, señalizando el paso y ocupando calzadas donde aún se ven vehículos destrozados por el agua.
En las rotondas, coches aparcados muestran advertencias escritas a mano pidiendo a los equipos de emergencia que no se lleven sus vehículos. El polvo y la tierra levantados por el tráfico crean una neblina marrón que cubre la carretera, pero lo que realmente destaca son los voluntarios que caminan por el arcén, formando una columna interminable.
Estos voluntarios, vestidos con trajes EPI cubiertos de lodo, botas y mascarillas, se han convertido en una imagen habitual. Sus rostros cansados reflejan un sentimiento común: «Hasta que no estás aquí y lo ves, no puedes imaginártelo».
Solidaridad desde todos los rincones de España
Massanassa, uno de los pueblos más afectados, recibe a voluntarios de todo el país. Jóvenes como Inés Casamitjana y Eva García han tomado días libres para ayudar, mientras que Efraín Ballesteros y su grupo de amigos han viajado desde Madrid para limpiar garajes y portales.
Sara Mateu, una voluntaria habitual, describe cómo los residentes agradecen la ayuda, afirmando que sin ellos estarían «muertos de sed, hambre o rodeados de suciedad». El «Puente de la Solidaridad» se ha convertido en un símbolo de unión entre Valencia y el Área Metropolitana Sur.
Desorganización y desafíos
A pesar de la buena voluntad, la falta de organización es un obstáculo significativo. Sara Mateu y otros voluntarios comparten la frustración de no saber dónde pueden ser más eficaces. Carol de Trinidad, quien ha organizado grupos a través de redes sociales, critica la falta de apoyo administrativo.
En un garaje anegado, Efraín Ballesteros y otros voluntarios trabajan en condiciones difíciles, paleando lodo en un ambiente irrespirable. La falta de coordinación es evidente, pero la determinación de los voluntarios es inquebrantable.
El privilegio de poder ayudar
Al final del día, los voluntarios regresan a casa, conscientes de su privilegio. «Llegamos a casa, tenemos ducha, cama y cena caliente», reflexiona Sara Mateu. Sin embargo, saben que queda mucho por hacer y planean regresar en cuanto puedan.
El reconocimiento a su esfuerzo se materializa en gestos simbólicos, como el renombramiento de una calle en Paiporta en honor a los voluntarios de la DANA. Este acto refleja la gratitud de una comunidad que se sintió abandonada en momentos críticos.