¿Racismo? ¿Demagogia? ¿Solidaridad selectiva? ¿Aporofobia? ¿Xenofobia? ¿Por qué acogemos con los brazos abiertos a niños, niñas y mujeres ucranianas mientras cerramos de par en par las puertas a las personas que huyen de otros conflictos? Hacemos un repaso a la frontera Sur y Este de Europa y hablamos con expertas para intentar entenderlo
Grecia: Frontera Este y del Mediterráneo Oriental
Fue en 2015 cuando recibíamos a los refugiados a patadas, literalmente. Y es que debemos hacer memoria para no repetir la historia. Fue en 2015 cuando la periodista húngara Petra László pateó y le puso la zancadilla a un padre que corría con sus hijos en brazos, huyendo de la policía en la frontera húngara con Serbia, a la altura de Röszke, principal paso hacia el espacio Schengen utilizado en la crisis migratoria de 2015 por los miles de refugiados de origen sirio que intentaban llegar a Austria o Alemania.
Fue en 2016 cuando estuve 14 días en el campo de refugiados de Vasilika, en Tessalonika, Grecia. Allí el 100% de los refugiados era de origen sirio. Se trataba de un campo militarizado, con una alambrada que no podías atravesar como visitante sin tener un permiso oficial del Gobierno o de ACNUR. Sin embargo, había un agujero por el que me colé. Quería ver con mis propios ojos cómo Europa trataba a las personas que huían de una guerra. Y los trataban -y los tratan- mal, muy mal; o no…
Sigo sin saber cómo aguantar el dolor de los ojos de las personas que malvivían en Vasilika, un campo militarizado donde las personas refugiadas sobrevivían bajo unas condiciones inhumanas. Y es que entrar a Vasilika fue desolador, era un campo con varios hangares vacíos, enormes, con grietas, con puertas de más de 5 metros que no cerraban, rodeados de tierra marrón que se volvía barro cuando se mojaba.
Los ratones, ratas, serpientes, perros callejeros, gatos y toda clase de insectos se movían a sus anchas entre las tiendas de lona de ACNUR, donde familias enteras vivían sin agua corriente y con camastros hechos de mantas grises que raspaban.
Duchas de agua fría. Cocinar en el suelo con bebés rodeando el fuego. Temperaturas bajo cero sin poder encender una estufa porque la electricidad que había en el campo era tan frágil como sus derechos, eso fue lo que vi de la acogida que hacía Europa y los y las europeas por aquel entonces. Nadie me lo contó, estuve allí.
Sin embargo, allí aprendí lo que es la dignidad, pese a que la Europa fortaleza se la negaba y les cerraba -y cierra- las puertas, olvidándoles en campos de refugiados, que recuerdan a campos de concentración, donde no se respetan los derechos básicos. Y cientos de familias vivían en estas condiciones infrahumanas, pero no perdieron la dignidad.
Una dignidad construida por ellos mismos y también gracias a la ayuda de centenares de personas voluntarias que se desplazaron hasta Grecia desde diversas partes del continente para ayudar a las entidades locales que estaban desbordadas. En uno de esos proyectos, llamado EKOcamp pude estar 14 días conviviendo con voluntarios/as y refugiados/as, y pude ver que otra Europa de acogida y solidaria era posible y cómo las caras de esos niños y niñas, marcadas por la guerra, el hambre, la desesperación y el miedo, se volvían a iluminar gracias a ellos.
Pero las refugiadas sabían que no merecían esto y sabían que no tenían la culpa de estar viviendo ese infierno, y me pregunto ¿qué estarán pensando al ver la acogida que se le está dando al pueblo ucraniano que huye, al igual que ellos, de la guerra?.
Okba Mohammad, es un joven periodista sirio cofundador de Baynana, la primera revista bilingüe fundada y gestionada por refugiados en España, lo explicaba así en su perfil de Twitter: «24 horas para dar papeles a los refugiados ucranianos en España. En mi caso, han tardado 2 años y 5 meses para responder, aunque también llegué de una guerra con Rusia. Pero parece que es normal, cuando no tengo ojos azules».
Hablamos con él por teléfono y nos explica que le alegra «la acogida rápida» que se está dando a los ucranianos, pero les preocupa la «dejación de responsabilidad con el resto de personas refugiadas». Okba afirma que «sobrevivir a una guerra es terrible, te marca para siempre, y llegar a un lugar donde te reciben con calor y humanidad cambia la experiencia, te ayuda a empezar a cerrar heridas y avanzar en tu nueva vida”.
Ceuta: la Frontera Sur
Pero no nos tenemos que ir a Grecia para ver que la acogida amable de personas refugiadas no ha sido la bandera de Europa en los últimos años. Aquí, en Ceuta, en la Frontera Sur, vemos cómo llegan a las costas cuerpos sin vida de chavales jóvenes, algunos menores de edad. Enfundados en neoprenos, a veces ni siquiera eso, sólo pretenden llegar a la península y ejercer su derecho al libre movimiento para mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo, las políticas migratorias europeas y la ausencia de vías legales y seguras entorpecen, dificultan y llevan a la muerte a miles de personas.
En Ceuta, en el año 2021 aparecieron un total de 22 cadáveres, de los que siete quedaron sin identificar, 20 eran marroquíes y dos subsaharianos.
También en Ceuta vemos devoluciones en caliente, sin ningún tipo de garantías para las personas migrantes. También aquí vemos a menores que migran solos malviviendo en las calles y durmiendo a la intemperie, también los vemos intentándose colar en los bajos de camiones o entre chatarra para pasar a la península sin ser vistos. También los hemos visto morir atropellados y hemos visto a ceutíes atacándoles con perros o con escopetas de perdigones.
Pero en esta frontera sur, también hemos visto una crisis migratoria histórica, donde en dos días pasaron más de 12.000 personas, de los cuales más de 1.000 eran menores. Y hemos seguido de cerca cómo fueron acoplados en naves industriales y caracolas de obra reconvertidas en albergues temporales. Y seguido la devolución de 47 menores a Marruecos, pese que a no había ningún expediente abierto y cómo meses después la Justicia dictó que hubo vulneración de derechos ordenando su retorno a España.
Y también hemos sufrido los cortes y las rajas provocadas por las concertinas que coronaban la valla hasta hace dos años, y vivimos con dolor el rechazo social y los discursos de odio que se vierten en las redes sociales cada vez que se informa de una entrada o intento de entrada irregular de personas que migran.
La frontera Este: el caso ucraniano
Hace varios días que volví de Polonia. Fui a cubrir el éxodo de refugiadas ucranianas a los distintos puntos fronterizos tras la invasión militar rusa. Y sí, huyen de la guerra y han dejado su vida atrás, pero el drama podría ser mucho mayor si no se encontrasen la calurosa acogida que tienen a las puertas de Europa. El drama migratorio lo crean las políticas de los países que reciben.
A día de hoy, son 3.674.952 las personas, casi el 90% mujeres y menores edad -según datos de ACNUR-, las que han abandonado Ucrania desde que estallase el conflicto armado el pasado 24 de febrero, de los cuales, 2.173.944 han huido a través de los distintas fronteras con Polonia.
Y es que cuando las refugiadas ucranianas cruzan el paso fronterizo y llegan a Polonia, en el paso de Medyka, en el de Budomierz o en el de Korczowa, hay un ejército solidario de voluntarias y voluntarios, muchos independientes y otros tantos de organizaciones sociales o religiosas, que les aguardan para darles una bienvenida amable y afectiva, que les recarga de amor y energía para seguir afrontando su periplo migratorio tras dejar atrás su vida.
Tarjetas de móviles gratuitas, billetes de autobús, tren o avión, también gratuitos, centenares de personas que se agolpan a las puertas de la frontera para ofrecerles transporte hacia cualquier punto de Europa, y por supuesto, decenas de puestos de comida recién hecha: pizzas, toda clase de caldos, chocolate caliente, café, chai, crepes, comida para bebés, comida para perros y gatos y varias carpas de atención médica, también veterinarios. Pero también les agasajan con productos de higiene, ropa, chaquetones, zapatos, juguetes de todo tipo, chucherías, chocolatinas… la bienvenida que cualqueir persona que huye de un conflicto desearía tener al llegar a Europa.
Entonces… ¿Por qué acogemos con los brazos abiertos a niños, niñas y mujeres ucranianas mientras cerramos de par en par las puertas a las personas que huyen de otros conflictos?
Hemos visto que Europa es solidaria, puede serlo, lleva un mes demostrando que si se quiere, se puede, ¿qué pasa entonces con los refugiados que se enfrentan al olvido, al rechazo o al odio? Lucila Rodríguez-Alarcón es la directora general de la Fundación Por Causa, y explica en su artículo Ya están aquí los MENA rubios que «la forma en la que los gobiernos y las sociedades han reaccionado estas últimas semanas demuestra que es posible la generación de una narrativa migratoria humanista y generosa y de un sistema de acogida potente, solvente, público-privado y ágil», pero que, «sin embargo, esta situación evidencia la falta de interés, por parte sobre todo de las administraciones públicas y de los gobiernos, por aplicar la ley y mejorar las políticas de acogida y de movilidad humana».
Cristina Fuentes, doctora en Estudios Migratorios, nos asegura por vía telefónica que la diferencia principal en las acogidas que hacemos, radica en las condiciones culturales, «nosotros consideramos que el conflicto de Ucrania es un conflicto propio, que es nuestro porque forma parte de Europa, y está esa defensa a lo que son ciudadanos europeos, que no de la Union Europea, cosa que en otros conflictos bélicos no se ha tenido».
Sin embargo, para la doctora esta diferencia cultural no es lo único que afecta, «creo que aquí se considera que es una guerra legítima, por eso tenemos que ayudar con todo, y entra la parte del buenismo y la caridad, es un agente invasor, además Rusia, que históricamente se ha tenido ciertos conflictos, está invadiendo otro país, ahí lo vemos como muy justificable, cosa que en otras guerras no lo hemos visto así. Por ejemplo, en el conflicto sirio cuando se produjo su mayor éxodo fue cuando entraron las tropas francesas a bombardear, entonces ahí legitimar ciertas actuaciones es mas complicado».
Además, a todo esto, «hay que unirle todos los rasgos culturales, vemos más próximo como sociedad a un ciudadano ucraniano que a un ciudadano sirio o marroquí o del Chad o de Sudán, hay conflictos abiertos en centro África desde hace bastante tiempo y no se ha tenido una respuesta tan contundente, creo que el sentirlos más próximos a nosotros, quitar ese grado de otredad es lo que nos permite tener una mayor capacidad de acogida. Dos ejemplos muy breves: generacionalmente cuando pasó lo de Chernobyl, se acogieron a muchísimos bielorrusos y bielorrusas en casi todos los ámbitos geográficos de España, y también las vacaciones de paz o por la paz de saharauis, un programa que ha tenido muy buena acogida, cuanto mas cercano tengamos ese otros y nosotros, es más fácil hacer mayor la capacidad de acogida, que en el caso de los que vemos como mas diferencias culturales y un conflicto que no es propio».
Por su parte, Gabriel de la Mora, abogado y activista de Derechos Humanos, hace otro diagnóstico más centrado en las reglas no escritas de la geopolítica aunque también reconoce que «es claramente un tema de racismo, aporofobia, relacionado directamente con la difusión mediática«. Sin embargo, nos explica que «hay una especie de principio no escrito en las relaciones internacionales en el que se establece que cada región se ocupa de sus problemas regionales, de sus conflictos. Podríamos decir que los vecinos de un país en conflicto tienen más responsabilidad y se ocupan de ellos, que hay una guerra en Siria… pues el Líbano acoge tantos millones de personas, Turquía a otros tantos, etc., que hay una guerra en el Congo, pues los países limítrofes acogen, que hay una guerra en Europa, pues Europa pone los mecanismos para solucionar el problema».
¿Por qué no se ha hecho la protección temporal con Venezuela ahora o con Siria en 2015, cuando llegaron más o menos el mismo número de refugiados? «pues porque Siria es un problema de Oriente Medio y Ucrania es un problema de Europa, por eso Europa accede a esto, esta sería una de las razones dentro de la geopolítica que explican esto», prosigue.
Para el abogado, «se puede decir que la sociedad está mas a la altura que sus representantes, porque en 2015 y derivado del impacto mediático que tuvo en España y el resto de Europa la imagen del niño Aylan Kurdi y la marea humana de Siria, también hubo una ola de solidaridad que no fue recogida por parte de las autoridades ni españolas ni europeas» Según de la Mora, «el mecanismo de protección temporal tenía que haberse aplicado para los sirios: canales legales y seguros, de una forma ordenada, y para los venezolanos en este momento, también».
«Lo que se hizo, por el contrario, fue deportar de forma masiva a Turquía, Egipto o Líbano, a las cientos de miles de personas que ya habían cruzado y que estaban en suelo europeo de forma claramente legal conforme al derecho internacional, para después, supuestamente, establecer una serie de cuotas entre los países europeos para acoger a una parte de todos esos deportados a Turquía, y el único país que lo cumplió fue Alemania, España de su cuota de unos 60.000, apenas cumplió con unos cinco o seis mil, y sin embargo, la sociedad se organizó con un gran movimiento de solidaridad, que no se reflejó en las autoridades, que al contrario lo que hicieron fue cerrar la frontera y deportarles al otro lado del mar y dejar que durante todos estos años sigan muriendo ahogados».
Externalización y control migratorio en la Frontera Sur
En los últimos 30 años los países europeos y los firmantes del Tratado de Schengen han construido vallas a lo largo de las fronteras exteriores europeas -países del Este y frontera Sur- y han militarizado y externalizado el control migratorio a terceros países. La industria del control migratorio mueve millones de euros entre decenas de empresas y no contempla la protección de los derechos humanos como uno de sus ejes principales.
La política migratoria europea y española queda marcada por el control fronterizo y la externalización de la Frontera Sur. Se centra principalmente en la lucha contra la migración irregular dejando tras de sí cifras escandalosas de víctimas mortales en el Mediterráneo, víctimas en Marruecos y condenando a miles de personas a vivir en clandestinidad una vez consiguen llegar a Europa. Estas políticas olvidan la perspectiva de los derechos humanos y reducen las oportunidades sociales, culturales y económicas que brindan las migraciones en los países de destino.
En una de las investigaciones de la Fundación porCausa (año 2020), se pone el foco en cómo «las políticas antimigratorias de la Unión Europea (UE) y el discurso de odio contra los migrantes consolidan un nuevo mercado en el que numerosas empresas, principalmente armamentísticas y de seguridad, se lucran exclusivamente con contratos públicos».
Los datos que recoge la investigación son escalofriantes: «España, frontera sur de Europa, ya es uno de los principales terrenos de juego de la Industria del Control Migratorio (ICM). Desde 2014 hasta 2019, el Gobierno español adjudicó al menos 660,4 millones de euros a las empresas del negocio antimigratorio a través de más de 1.677 contratos públicos, la mayoría sin concurso público». Todos estos contratos están disponibles en esta base de datos abierta de porCausa. «Solo el 9,7% de los contratos analizados por porCausa fueron destinados a acogida e integración, mientras que cerca del 90% restante se usó para reforzar perímetro fronterizo y sufragar detenciones y expulsiones de migrantes», aseguran.
El control del Mediterráneo y la «colaboración» con Marruecos -con el ingreso de 140 millones de euros- ha hecho posible que el reino alautia fabrique un muro anti-inmigrantes muy cerca del vallado español -finalizado antes de que España comenzase a retirar sus concertinas- y que despliegue al ejército e intensifique los controles en los bosques colindantes y las redadas violentas para trasladar a los migrantes subsaharianos hacia el sur para ser abandonados en medio del desierto.
Esta «cooperación» ha hecho que se reactive la ruta de Canarias, una ruta mucho más peligrosa y mortífera, que en los últimos días ha dejado tras de sí, dos naufragios con al menos 50 personas muertas y otras tantas desaparecidas.
Guerra en Siria: los inicios del conflicto
Siria, en el corazón de Oriente Próximo, ha sido un punto estratégico desde la Antigüedad. A medio camino entre tres continentes, Siria ha acogido a 30 civilizaciones y ha sido el epicentro de importantes disputas históricas.
En 2011, estallaba la Primavera Árabe en Túnez, Libia y Egipto a los que le seguirían países como Siria. Lo que comenzó como una protesta pacífica pasó a ser un enfrentamiento entre los partidarios del presidente sirio y los opositores.
Era el inicio del conflicto en Siria que dura hasta nuestros días. Todavía hoy siguen produciéndose nuevos bombardeos que generan más desplazamientos de población.
Según ACNUR, «tras casi nueve años de conflicto, la crisis de refugiados en Siria sigue siendo la mayor del mundo, con 5,6 millones de refugiados sirios viviendo en la región. Turquía acoge a más de 3,6 millones, lo que lo convierte en el principal país de acogida de refugiados en el mundo. Además, más de 6,2 millones de personas se encuentran desplazadas dentro de Siria. Los refugiados sirios se esfuerzan por sobrevivir. El 80% de ellos, se encuentra en situación de extrema pobreza y más de 13 millones de personas necesita ayuda humanitaria para sobrevivir y para reconstruir sus vidas.
Más de 7.000 niños han sido asesinados o mutilados y alrededor de 3.000, reclutados para combatir. Los supervivientes han dejado todo atrás en busca de un lugar donde sentirse a salvo de la guerra. Muchos han intentado llegar hasta las fronteras de países como Turquía, Líbano y Jordania. Otros han intentado cruzar el Mediterráneo para alcanzar Grecia o Italia. Los que lo logran, llegan descalzos, con ropas empapadas y en situaciones críticas».
Invasión rusa en Ucrania
«La escalada del conflicto en febrero de 2022 convirtió una situación que ya era volátil en una emergencia de gran envergadura. La población está abandonando sus hogares en busca de seguridad dentro del propio país o está cruzando las fronteras hacia los países vecinos. La situación sigue siendo sumamente peligrosa para toda la población dentro de Ucrania y la vulnerabilidad de las personas forzadas a huir está aumentando rápidamente, junto con el número de quienes necesitan ayuda urgente.
Incluso antes de los hechos recientes, Ucrania había estado sufriendo los estragos de años de conflicto e incertidumbre. Hacia finales de 2021, casi tres millones de personas en Ucrania necesitaban ayuda humanitaria; entre ellas, más de 850.000 personas desplazadas por el conflicto.
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