Por supuesto que lamento, como todo el mundo, la presencia del maldito virus, en las instalaciones del puerto para la materia que me ocupa, con comentarios, con deseos íntimos, de compartir con ustedes, desde la humildad.
Faltaría más, insisto en ello: vayan sentimientos con el personal de ambas instalaciones.
Maldita presencia que, asimismo, se permitió afectar a una parte de la plantilla de trabajadores de la nave del Tarajal.
Pero, no queda ahí la cosa.
Es como si las adversidades se hubieran puesto de acuerdo para coger cita previa, sin avisar. “Yo no mandé mis naves a luchar contra los elementos” (Felipe II).
Con otras herramientas del destino, la instalación de las naves del Tarajal, fue tocada sin hundir, con el arroyo de las Bombas, explosivo nombre.
Se hace evidente que la construcción en Ceuta, es uno de los temas que están diseñados a golpes de venganzas y favoritismos.
Edificaciones y otras historias, en los caminos del agua. Agua que no has de beber, déjala correr. Del refranero.
Sólo Calamocarro, como aplicación estricta de las normas discutibles, por lo menos. Ponga una ZEPA en su vida, para arruinar, a una determinada familia.
Aquella mañana cercana en el tiempo, la ITV del Tarajal, amaneció con sus dos fosos de operaciones para inspeccionar a los vehículos, inundados. Bombas de extracción de agua, mangueras, y a achicar agua.
Trabajo arduo, operarios que están por la labor de no hacer esperar demasiado, a los ocupantes de los coches, que aguardan con temores, con caras serias de circunstancias, con rostros de no haber roto un plato jamás en su vida, como en actitud de oraciones, de seres angelicales, suplicando, casi a gritos sin gritar, ese anhelado cambio de sello que, superada la difícil prueba de los sudores y nervios interiores, se produzca.
Los dedos cruzados, y el llavero, con las llaves del coche, cuelga de una pata de conejo de la suerte, para la ocasión.
Es un poema escrito en el teatro de la representación. La actitud de los conductores, es una puesta en escena digna de que, con mi vieja pluma, haga un intento de plasmar, mojándola en el tintero de la tinta de la descripción.
Tal es el grado de tensión contenida que se respira en el ambiente, que si el operario que se acerca a la ventanilla del conductor, portando esa hoja en la cual él va siguiendo su ruta, en lugar de decir, por ejemplo, “suba el freno de mano despacio”, saliera con un “por favor, firme como avalista éstos papeles pues voy a comprar un coche, una moto, o es la hipoteca de una casa”, nadie dudaría en rubricar, en estampar su firma, sin abrir la boca, sin rechistar.
Y es que si existió venta por un plato de lentejas.
Por pasar la ITV, a la primera, somos capaces de todo, no casi, recalco, de todo. Es una especie de reto. El cambio de color de sello, mola, pone a 100. Pero, tiene que ser a la primera, como si no existieran otras oportunidades.
No es posible comenzar a las 9. Se posponen las citas previas. Sobre las 10 y media, uno de los fosos, el de lado izquierdo, comienza a estar operativo.
Son filtraciones. Hace un día espléndido con un sol que no calienta más allá de sus rayos, que no llegan.
Insisto en lo mismo: mejoría total y pronto restablecimiento a los afectados.
La ITV del puerto es, casi a estrenar, después de años y años de cuello de botella. Con colas interminables. Así, ¿durante cuántos años?
Creo que el parque automovilístico de Ceuta, es el mayor de toda Europa, en proporción. A mí me parece el mayor del mundo. Desde luego, más coches que aparcamientos, fijo de seguro.
Como que hasta más de uno y una, estará en la posada, no sólo por unos eurillos, asimismo, por tener plaza (sin necesidad de opositar) en el parking gratuito de la posada, en el centro del ombligo de Ceuta.
Con tal volumen de trabajo, con un número de trabajadores contados, con maquinaria más que amortizada, ¿no sería posible una bajada de precios?
Es que casi cuesta más la inspección, que comprarse un coche nuevo.
Pues no es sólo el control puntual.
Está la pre-ITV. Está la vuelta a los talleres para reponer esos fallos que parecen que están esperando el día D, para asomar de sus recovecos.
A mí me pasa lo mismo. Recuerdo que cuando podía visitar al médico de cabecera, antes de que el maldito virus hiciera acto de presencia, me dolía todo el cuerpo.
Ya ni me acuerdo de la cara. Y si recuerdo su nombre, caso de que no haya cambiado, es porque tiene relación de denominación de origen con el rico chuletón.
Talleres mecánicos de Ceuta. ITV (plural) de Ceuta. Ojo al parche de bicicleta.
Que está la cosa chunga.
Aquello de que era un hombre tan pobre, tan pobre, tan pobre, que vivía en Ceuta, y no tenía coche, pasó a ser un decir.
Esa mañana del Tarajal, que no terminó siendo, precisamente, bonita, estaba hablando con Manuel Pastor Rodríguez, el marido de una de mis sobrinas, Luisa, casualmente (que no existen), de su padre. Hablábamos de que era un pintor conocido de Fuengirola.
Toca la inspección técnica.
Sin conocer lo que se le venía encima, sin dar tiempo, superada la prueba de vida o muerte, cambiado, afortunadamente, el sello de color, recibe la noticia sorpresiva, de que se vaya, a toda prisa, a casa de sus padres, pues su progenitor falleció en Fuengirola, cuando, horas antes, paseaba con su nieto, por la coqueta capital de la Costa del Sol, haciendo gala de sus gafas de sol, su gorrito de presumido, su reloj con la esfera cara hacia abajo, con pilas todavía con carga de batería para marcar muchas más horas de existencia.
Una vez más, son las adversidades que llegan sin avisar, sin coger cita previa. Se fue el 2020. Estamos en el primer mes del 2021. Tampoco hacen falta más hojas del calendario, también, negro. Adiós año, adiós.