En las últimas décadas, se ha empezado a hablar de la feminización de las migraciones. Este término no se refiere a que sean solo las mujeres quienes migran. La feminización de las migraciones significa que cada vez son más las mujeres que migran y, además, lo hacen de una manera más independiente, casi siempre solas. Antes, eran menos las mujeres que migraban y, cuando lo hacían, muchas veces era en compañía de sus familias. Este cambio se debe principalmente al aumento de la demanda de mano de obra barata dentro del mercado de cuidados: el trabajo en el servicio doméstico. Un trabajo precario, fruto de la externalización de la cadena de cuidados, en muchas ocasiones lleno de irregularidades como la ausencia de contrato, garantías laborales o acceso a prestaciones sociales.
Este es el caso -entre otros muchos- de las mujeres transfronterizas, dedicadas principalmente al trabajo doméstico y el cuidado de personas. A raíz del cierre de la frontera Ceuta-Marruecos, han quedado atrapadas a ambos lados de la valla, con consecuencias legales, sociales y psicológicas importantes. Muchas de ellas han perdido sus puestos de trabajo. Otras están en un limbo jurídico al no poder cruzar al país vecino para renovar su documentación, con implicaciones tales como la negación de una asistencia sanitaria digna en los centros de salud. Sin hablar de aquellas que tienen familias en el país alauí a las que no pueden ni visitar ni cuidar, recayendo esta tarea en otras mujeres de la familia y perpetuando así la terciarización de los cuidados. La falta de políticas públicas en materia de extranjería y migraciones que incluyan una perspectiva de género es una prueba más de la violencia institucional por parte del Estado hacia el colectivo de mujeres migrantes.
Dejando a un lado esta realidad que invita a una reflexión sobre esta transferencia de cargas reproductivas, queremos poner en relieve otras situaciones latentes en Ceuta. Desde las llegadas de mayo de este año, las calles ceutíes han albergado a muchas personas, en diferentes situaciones: personas menores y mayores de edad, trabajando, viviendo, etc. Algo que para nosotras es destacable es que las calles son ocupadas por hombres y chicos jóvenes. Es cierto que mujeres y niñas suelen acceder directamente a los recursos habitacionales habilitados para ellas, sin pasar -al menos mucho tiempo- por situación de calle. No obstante, la mayoría de las veces las niñas y mujeres casi no salen de estos recursos. Esta realidad nos hace reflexionar sobre la ausencia femenina en los espacios públicos, la ocupación de éstos y el condicionamiento que esto supone en las relaciones de poder.
Todas estas violencias forman parte de la estructura patriarcal de opresión hacia las mujeres -e identidades disidentes-. La violencia de género está presente en todos los contextos. Así, las mujeres migrantes vivencian una opresión desde varios ejes: por el hecho de ser mujeres, por ser racializadas, por ser migrantes y, en el caso de ser creyentes, por su religión. Estas diferentes violencias atraviesan sus cuerpos y realidades, condicionando sus vidas y posibilidades. Desde la No Name Kitchen pensamos que los acompañamientos a las personas migrantes deben hacerse siempre desde una postura feminista. De esta forma, nos posicionamos en contra de las violencias patriarcales y, concretamente, denunciamos las violaciones de los derechos más fundamentales de las mujeres que migran.