Una investigación analiza cómo se relaciona con las sustancias la juventud española de entre 16 y 24 años en función de su género.
Cuando los consumidores son ellos, pueden proyectar una imagen positiva e incluso reforzar su identidad en torno a una concepción determinada de la masculinidad. Sin embargo, en las chicas, el consumo siempre implica un deterioro de lo que se espera de una mujer. Esta es una de las conclusiones a las que ha llegado la investigación “Distintas miradas y actitudes, distintos riesgos. Ellas y ellos frente a los consumos de drogas”, un estudio de tipo cualitativo que el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (Fad), ha desarrollado en colaboración con el Plan Nacional Sobre Drogas (PNSD).
La investigación, presentada el pasado jueves 30 de mayo en Madrid, ha contado con la implicación en grupos de discusión de cincuenta jóvenes de entre 16 y 24 años, así como de veinte padres y madres con hijos e hijas con edades comprendidas entre los 15 y los 18 años. La hipótesis de partida es que los estereotipos de género determinan por completo la manera en que chicos y chicas afrontan la relación con las drogas: la juventud española consume de forma bastante similar independientemente de su género, pero las condiciones son muy diferentes.
Según datos de la última Encuesta sobre uso de drogas en Enseñanzas Secundarias en España (ESTUDES), realizada a un alumnado de 14 a 18 años, en todas las sustancias legales y socialmente más aceptadas (tabaco, alcohol e hipnosedantes) las chicas consumen más que los chicos. Cuando se trata de sustancias ilegales con mayor percepción de riesgo, no obstante, las tornas cambian y el consumo masculino es más elevado.
La diferencia más amplia se halla en los hipnosedantes: en el último año, los ha consumido un 14,4% de las mujeres encuestadas, frente a un 8,8% de los hombres. En un análisis inverso, el cannabis se mantiene como la sustancia que los chicos consumen porcentualmente más que las chicas: un 28,1% ellos y un 24,4% ellas. La edad de inicio al consumo es prácticamente igual en ambos géneros; solo existe algo de distancia – ellos empiezan antes- en el uso de heroína e hipnosedantes. En prácticas como el binge-drinking, un 31,7% de escolares admite haber ingerido alcohol en forma de atracón en los últimos 30 días, y el porcentaje de chicas que contesta afirmativamente es superior al de chicos. Que las adolescentes sean más numerosas en el consumo de drogas legales no es algo nuevo: este fenómeno, excepto fluctuaciones puntuales, no ha variado desde 1994 (año en que se condujo la primera encuesta ESTUDES).
Más allá de los datos
Anna Sanmartín, subdirectora del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, apunta que, para chicos y chicas, “el consumo de drogas es indisoluble a cierto tipo de ocio: nocturno y de fines de semana. En ese entorno, el consumo se normaliza, aporta diversión y facilita la desinhibición, el desfase y los encuentros sexuales”.
Ese es el discurso compartido, pero las diferencias, sustentadas en estereotipos y roles de género, no tardan en aflorar: “Tanto entre los y las jóvenes como entre los padres y madres, se concibe el consumo como algo típicamente masculino y se justifica muchísimo más en chicos de lo que se hace en chicas, a ellas se las culpabiliza mucho más y se las responsabiliza de las consecuencias”, señala Beatriz Martín Padura, directora general de la Fad. Las mujeres que consumen se enfrentan a un juicio social mucho más severo, que afecta al conjunto de su identidad, como “mujer descontrolada”, “poco femenina” o que “busca lo que no debe”, de acuerdo con las opiniones de las personas participantes en el estudio.
Los riesgos y la reacción de las familias también difieren
Las consecuencias o riesgos percibidos del consumo de drogas de los que habla Martín Padura no son los mismos para ellos que para ellas: los roles pesan mucho en los miedos reales, y, mientras que a los chicos les inquieta meterse en peleas o tener un accidente, el mayor temor de las jóvenes es sufrir una agresión sexual. Estas percepciones son compartidas por las familias y repercuten directamente en sus actitudes y comportamientos. En este sentido, los padres se ajustan al rol masculino de figura de autoridad, y las madres, por su lado, desempeñan un papel, también estereotípico, de figura dialogante y comprensiva. Las madres y los padres, aunque muestran preocupación por igual, atribuyen expectativas y establecen estrategias preventivas diferentes con unos y otras: los padres (los hombres, principalmente) son más permisivos con los chicos y se muestran mucho más protectores con ellas.
Una buena parte de las propias chicas asume esa posición de debilidad y entiende la sobreprotección ejercida por las y los progenitores. Las madres, además, justifican esta sobreprotección con la teórica mayor debilidad física de las chicas –en lo concerniente a la personalidad, la fortaleza de carácter se suele presumir mayor entre las adolescentes que entre ellos-. Por lo tanto, pese a que en el imaginario colectivo la expectativa de consumo de sustancias sea superior entre los chicos que entre las chicas, son las segundas quienes deben atenerse a límites mucho más marcados por parte de las familias. Además, Anna Sanmartín recalca la baja inclinación de padres y madres a ver a sus propios hijos e hijas como consumidores, así como la escasa voluntad por ambas partes de establecer un diálogo acerca del tema.
Otro factor relevante y distintivo en el consumo es la influencia grupal: tras recoger las opiniones de las personas participantes en los grupos de opinión, tanto chicos y chicos como padres y madres parecen creer que, mientras los jóvenes consumen para hacerse ver, ellas lo hacen con el objetivo de aparentar una imagen de integración y de igualación respecto a ellos, esto es, las mujeres jóvenes consumen por imitación de los comportamientos de sus pares masculinos. Cuando se les pregunta directamente por la influencia grupal, la visión de los varones es que ellos son más independientes en los consumos y las chicas admiten que a ellas les afecta más la presión del grupo.
El camino a seguir
Este estudio no es pionero en relacionar el consumo de drogas con la perspectiva de género: desde 2013, el Observatorio Noctámbulas emite un informe sobre la relación entre el consumo de sustancias y las violencias sexuales en contextos de ocio nocturno; no obstante, sí se trata de la primera vez que la Fad desarrolla una investigación de estas características. Las conclusiones obtenidas invitan a cuestionar la tarea de prevención, que debe hacerse desde una perspectiva de género, y a incidir en un mayor grado en el trabajo con las familias. “Los programas de prevención”, explica Sanmartín, “no son neutros: es necesario hacer intervenciones específicas que tengan en cuenta situaciones y realidades diferentes y superar la invisibilización de la realidad femenina en general”.