Con rostros cansados y voces entrenadas, los falsos testigos se infiltran en los tribunales marroquíes como moscas en una herida abierta. No los une al caso ninguna relación válida, solo un bajo precio y la voluntad de vender su conciencia. No se trata simplemente de «parásitos de la justicia», sino de un grupo que prospera en el caos y se alimenta de la fragilidad de la confianza en el sistema judicial.
En la ciudad de Tánger, un caso reciente puso en evidencia esta práctica corrupta. El Tribunal de Primera Instancia condenó a un individuo por perjurio tras demostrarse que había falseado información en un caso de agresión física y allanamiento de morada. Lo que comenzó como un conflicto entre dos familias se convirtió en un asunto de interés público al revelarse que un testigo intentó distorsionar los hechos para exonerar a una de las partes y condenar a la otra. Un abogado describió el incidente como una «farsa barata».
Sin embargo, la justicia actuó con firmeza. El tribunal sentenció al acusado a dos meses de prisión, en suspenso, y a una multa de 20.000 dirhams como compensación para la parte afectada. La decisión envió un mensaje claro a quienes creen que los tribunales son un espacio abierto para la negociación de la verdad.
Un abogado del Colegio de Abogados de Tánger alertó sobre la gravedad del problema: «Los falsos testigos no solo son una carga para la justicia, sino un cáncer silencioso en los tribunales. Son expertos en distorsionar la verdad, vendiendo sus declaraciones como si fueran mercancía en un mercado cualquiera».
Bajo los pórticos de la justicia, estos «miserables acechadores», como los llaman algunos ciudadanos, operan con total libertad. No se necesita un caso ni un expediente; basta con acudir al juzgado para que aparezca alguien ofreciendo su testimonio a cambio de dinero.
«Solo quería entregar un documento administrativo cuando un hombre me ofreció testificar a mi favor por 100 dirhams», relató un ciudadano. Así, los tribunales se convierten en escenarios donde se venden declaraciones juradas al mejor postor, con falsos testigos moviéndose como empleados en la sombra de la justicia.
El problema no es exclusivo de Tánger. Fuentes judiciales indican que la Fiscalía de Rabat sigue de cerca este fenómeno y su impacto en la confianza pública en las instituciones. Se han detectado redes clandestinas de falsos testigos en varios tribunales del país, operando en secreto y, en ocasiones, en coordinación con las partes en litigio.
«Son mercenarios de la verdad», señaló un activista de derechos humanos. «No tienen escrúpulos ni moral. Cambian sus declaraciones como un actor cambia de papel, y al final, la justicia es la que paga el precio».
A pesar de las reformas judiciales, persisten dudas sobre la efectividad de las penas contra este flagelo. Aunque el perjurio está castigado con prisión y multas, muchos culpables evitan la justicia, perpetuando la percepción de que quien paga por un testigo tiene la última palabra en el tribunal.
En un país donde el poder judicial es clave para la justicia y el desarrollo, erradicar la corrupción de los falsos testigos es esencial para restaurar la credibilidad del sistema y garantizar procesos judiciales justos e imparciales.